La carrera armamentista encarada por las principales potencias es la mayor en la historia de la humanidad. La emergencia de China y el retorno de Rusia a la primera línea de la geopolítica, tras un período de introspección, marca una nueva dinámica en materia de seguridad internacional.
El nivel del gasto militar no tiene antecedentes comparables ni siquiera en los momentos más críticos de la Guerra Fría. Estados Unidos, Rusia y China han aumentado los respectivos presupuestos de defensa para el 2018 entre el 9 y el 8 por ciento. Los tres países compiten también en el desarrollo de nuevos mecanismos de armas de última generación y sistemas de lanzamiento como en la ambiciosa modernización y revalorización de los arsenales nucleares existentes. Ese proceso, que crea premisas para una guerra nuclear, incluye controvertidas capacidades militares y de armamento en el espacio exterior. Las perspectivas, como el riesgo de utilización intencional o accidental del armamento disponible, son preocupantes.
El actual cuadro de rivalidad militar es el más peligroso desde la caída de la Unión Soviética, con un aumento de la retórica belicista y un serio repunte de la desconfianza entre los principales actores globales. La reciente polémica exhibición de los nuevos desarrollos del armamento nuclear ruso del presidente Vladimir Putin es un ejemplo de la dinámica renovada que ha adquirido la carrera de armamentos.
Una serie de nuevos misiles, armas con rayos laser y drones submarinos abren un nuevo capítulo de competencia. El misil balístico hipersónico Kinzhal de lanzamiento aéreo, con un alcance de dos mil kilómetros y una velocidad diez veces la del sonido, es una muestra de las nuevas características técnicas de alta precisión de los futuros arsenales. También es demostrativo de avances excepcionales en la historia de la industria militar.
El Presidente de China, por su parte, en una asombrosa simbiosis con el Ejército Popular, ha dejado en claro en las sesiones del Congreso del Partido Comunista la firme intención de disminuir la brecha entre la influencia política y económica global de China y la presencia militar en lo que se supone una vocación de Beijing de respaldar las inversiones con un mayor despliegue militar.
Estados Unidos también ha advertido la disposición, según palabras del presidente Donald Trump, de volver a ganar guerras. Los lineamientos contenidos en la estrategia de seguridad nacional y la modernización del arsenal nuclear anunciada en diciembre del 2017 son ejemplos de esa intención, que podría interpretarse como la disposición de usar armas nucleares en respuesta a ataques estratégicos no nucleares.
El conjunto de estas manifestaciones públicas, cuya única meta estratégica es rebasar en poder militar al adversario, pone al mundo al borde de uno de los mayores riesgos en materia de seguridad internacional en más de medio siglo. Es evidente que urge un cambio de rumbo. El conflicto no es ineludible, salvo que las potencias involucradas actúen como si lo fuese. Lamentablemente, por ahora, las perspectivas no son alentadoras. Según el Instituto Internacional de Investigación de Paz de Estocolmo (Sipri, por sus siglas en inglés), ninguna de las potencias poseedoras de armamento nuclear estaría dispuesta a encarar un genuino proceso de desarme o de reducción y limitación de armamentos en ninguna categoría de armas.
Es la comunidad internacional la que debe ejercer presión para que la rivalidad estratégica entre las grandes potencias cese. Es de esperar que, antes de que sea demasiado tarde, ese reclamo por un clima internacional basado en el desarme, la cooperación y el diálogo se empiece a sentir en la próxima Asamblea General de las Naciones Unidas. Es hora de mayor diplomacia y menor armamentismo.