Las visibles debilidades del Gobierno ilusionan a los opositores. Opositores, este absurdo de no aprender que solo haciendo un balance entre lo bueno y lo malo tiene lógica la respuesta. Como si ellos fueran un dechado de virtudes. Demasiados revolucionarios gritones de lugares comunes que el Gobierno puede merecer, pero la sociedad no tiene por qué soportar. No es la grieta, es el maniqueísmo, esta absurda división entre buenos y malos asesinando los matices, esos que le dan sentido a la palabra.
La política es un arte, en consecuencia, un espacio de sutilezas donde aburren y generan rechazo las groserías. La izquierda tiene esa costumbre de plantear el imposible como manera de confirmar su impotencia de modificar la injusticia. A mayor dureza, menos votos, eso no estaba incluido en la lectura de Marx y, en consecuencia, no forma parte de sus saberes. Los oficialistas y los opositores todos con un libreto cerrado, nadie inventa o crea nada, nadie se atreve a decir que algo es bueno y otros conceptos no lo son. Aplauso oficialista o insulto opositor, en esa pobreza deambula nuestra democracia.
El de Mauricio Macri fue un discurso, se lo debía analizar como tal y luego, por cierto, medir su distancia con la realidad, excesiva, no es necesario insistir. Hay oficialistas y opositores que sostienen el mismo libreto desde hace demasiados discursos. Burocracia de la idea, nada nuevo puede salir de sus respuestas.
Muchos compararon el discurso de Macri con el de María Eugenia Vidal. Los matices, si los hubo, esa pequeña diferencia que siempre está presente. Y a nadie se le ocurrió referirse al discurso del jefe de capital, Horacio Rodríguez Larreta. Ocupa el lugar de Daniel Scioli, el de réplica o fotocopia del jefe y, salvo en las monarquías hereditarias, donde el preferido es el obsecuente, ni Scioli pudo heredar a Cristina ni a nadie cuerdo se le ocurre que Rodríguez Larreta tenga algo parecido a un futuro. Ni dice ni expresa nada, la crisis convoca a la política y la política se va sacando de encima a los operadores.
Quintana y su aberrante desmesura para destruir las farmacias y quedárselas todas le ponen un acento al Gobierno difícil de justificar. Los Estados modernos se dedican a limitar a los grandes grupos en su ambición de quedarse con toda la sociedad. Queda la duda de si el Gobierno concurrió a Davos como Estado o como grupo económico. Cuando acusan a Macri de ser un gobierno de ricos, cuando eso pasa, ya se les vuelve imposible negarlo. Oposición por ahora no hay; Cristina le impone su limitación de minoría, si ella desapareciera, sin duda sería viable una alternativa. Eso sí, debe ser democrática, un espacio de adversarios que superen la dialéctica del enemigo cualquiera sea la gravedad de la situación. El Gobierno se apresuró a soñar futuros infinitos sin asumir que hasta el momento solo es gestor de presentes dudosos.
Las debilidades del oficialismo solamente convocaron a lo más mediocre de la oposición, a los desesperados que imaginan un mundo de dos opciones: Cristina y Macri. Si así fuera, Macri tendría el futuro asegurado. Ser mejor que el kirchnerismo es un logro que no exige demasiado. Es necesario que ellos desaparezcan para que surja una opción democrática, cosa que los kirchneristas jamás lograrán aparentar.
El Gobierno recuperó un discurso para devolver la mística a sus seguidores, intentó negar que por ahora lo peor está muy lejos de haber pasado; la pobreza sigue creciendo, los números exitosos son tan solo el fruto de seguir midiendo la riqueza de los ricos, que de eso se trata.
No tenemos un problema de inversión ni de inflación, tenemos un gran problema de distribución de la riqueza. La ostentación de la fiesta de cumpleaños de un rico de laboratorios, de esos que lastiman a los necesitados con sus precios desmesurados, esa es la foto más realista de la sociedad. A unos les sobra claramente lo que a otros les falta, y por el actual camino eso se seguirá exagerando.
La injusticia no es el fruto del populismo ni del peronismo, es el resultado de todos los gobiernos que entregaron el patrimonio colectivo a los grupos privados, cuya ganancia no tiene límite. Eso no se arregla ni con el aborto ni con la reforma laboral. Y mucho menos con el enriquecimiento de tantas nuevas aves de rapiña que merodean desde el gobierno en torno a lo poco que queda por saquear.