Hoguera en la Plaza Mayor

Soy incapaz de imaginarme una sola obra de las que me cautivaron a lo largo de mi vida que hoy pudiese atravesar el filtro de la censura española

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Estamos atravesando un retroceso democrático que tiene la particularidad de parecer gentil siendo agudo y grave a la vez.

El derecho de expresión es una libertad que auxilia al débil frente al poderoso. Más que un rudimento para la transformación de la sociedad, es pariente del derecho al pataleo, al último escupitajo o el insulto del condenado antes de lucir su perfil más refinado suspendido a contraluz bajo la madera, la soga y la sed de poquedad del rebaño adocenado.

Perros que cuidan con celo la mansión del amo pero duermen a la intemperie.

Están por meter preso a un joven rapero, en calabozos donde debería pernoctar un nutrido grupo de violadores con sotana, de asesinos con uniforme, de torturadores, de delincuentes mafiosos de traje y campaña electoral. Lo van a enchironar por cantar un rap agresivo, vomitado desde las entrañas e igualmente vomitivo, una modalidad que no tiene sentido para hacer loas al poder, una modalidad que, así como el rock, nació para incomodar a todo victimario disfrutador de su botín.

Los Rolling Stones hoy irían a prisión sin fianza y sin escala por muchos años solo por canciones como "Sympathy for the Devil", continente de los tres delitos que condenan al rapero, entre los que se encuentra uno tan disparatado como "injurias a la Corona", que, aunque suene a medieval, goza de lozanía y excelente salud en la España del siglo XXI. Por la canción "Doo Doo Doo Heartbreaker" se abriría el debate del la cadena perpetua, y no habría tiempo de reclusión suficiente en 10 vidas humanas para castigar a artistas de hip hop como Snoop Dogg, el difunto Tupac o Eminem. Ni hablar toda la movida punk, desde los Sex Pistols hasta los Ramones, Men at Work, Clash, o Iggy Pop, de los combativos cubanos Gorki Águila y Los Aldeanos, de todo el rock gallego y vasco de la década de 1980, de letras tremendamente contestatarias hace tres décadas, hoy imposible de imaginar.

La movida madrileña marcharía encadenada al pabellón de máxima peligrosidad.

Sería imposible imaginar la televisión que germinó en los años de la directora Pilar Miró, o programas como La Bola de Cristal con la Bruja Avería y aquel Pablo Carbonell de Los Toreros Muertos, simplemente el nombre del grupo lo condenaría. Serían considerados subversivos y condenados por apología a la insurrección.

Respecto de la salud con que cuenta la censura tras retirar una obra por su contenido de una "ex prestigiosa" feria del arte como ARCO, en lugar de enumerar los artistas de todas las expresiones que tendrían que irse con su obra bajo el puente de los apestados, por abreviar prefiero decir que soy incapaz de imaginarme una sola obra de las que me cautivaron a lo largo de mi vida que hoy pudiese atravesar el filtro de la censura española. Ni una sola. Desde Los Miserables hasta El Padrino, de Grossman a Infante Cabrera, Las Meninas, la Maja Desnuda, el Grito, todo Goya, todo Caravaggio, Van Gogh, Wolf, Lautrec, Degas, Tarkovsky, Mozart, Verdi, Donizetti, y por supuesto Chaplin, Saura, Lennon, Hendrix, Warhol, Reed, Dietrich, Almodóvar, Gamoneda, si se contasen en clave ibérica actual irían todos presos.

Eso sí, curas violadores destrozadores de esfínteres de cientos de niños, un torturador con decenas de víctimas, como Billy The Kid; uniformados armados que amenazan de muerte a la alcaldesa de Madrid, a dirigentes de la democracia, a progresistas, "negros", "maricones" y "moros"; ministros, tesoreros, empresarios, presidentes, corrompidos hasta la médula, de accionar mafioso; a fascistas que irrumpen golpeando a asistentes a un acto en la librería Blanquerna, incluso ya con condena firme, a todos esos: Santas Pascuas, justicia garantista a tope. Se les concede una indulgencia de récord Guinness para que gocen de la libertad, de la impunidad, de la cortina de oscurantismo que una y otra vez, ora paseando ufana ora cabalgando iracunda, va y regresa de la médula espinal del señorío feudal con derecho de diezmos y pernada, atravesando toda suerte de barrera de tiempo, moda y usanza.

No obstante, cuando afino el oído escucho desde las cenizas y las lombrices de la tierra a Giordano Bruno, Hernández y Lorca susurrando a los cuatro vientos el secreto de la inmortalidad.