El delito que abruma a los argentinos

Es una guerra en la que pierden todos. Pero, atención, ¡es una guerra!

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No sé si el Gordo Valor recordará esta frase que le dijo a un periodista del diario Crónica en la plaza central de Morón, en el suburbano bonaerense, hacia fines de 1994 o comienzos de 1995. Mi memoria no precisa con exactitud la fecha. Pero fue una nota a dos páginas en el centro del periódico y aún recuerdo su título. Hacía poco que el Gordo se había escapado del penal de Devoto y la "maldita policía" le atribuía todos los asaltos cometidos después de su huida cinematográfica del penal, que alguien filmó y he visto en varias oportunidades. En la clandestinidad, se reunió con el reportero. Sentados en el banco de la plaza, según se informaba en la nota, Valor desmintió categóricamente que hubiera participado en los delitos cometidos durante su ausencia de Devoto; le manifestó: "Siempre fui cartel, nunca bardo".

La frase me impactó, razón por lo que aún la recuerdo, con motivo de que ya comenzaba a aparecer el delito que hoy abruma y enloquece a los argentinos, especialmente en los cordones suburbanos de las principales capitales del país. Matar por nada. Morir por nada. Bardo y crimen.

Tiempo después y detenido nuevamente, Valor comenzó a ser más explícito respecto del delito tradicional, el de siempre y el actual, tal como lo manifiesta en la nota que publicó Infobae el lunes 12 de febrero: "Hoy cualquier pibito te mata por un celular o un reloj trucho". Bardo.

Me pareció una opinión acertada viniendo de quien viene. Y además, aunque no creo que esté en la conciencia del Gordo, pone en evidencia, desde otro ángulo, que la Argentina va para atrás en todo, incluso en el delito.

El objeto de esta nota no es hacer su historia, ni siquiera un racconto de la vida de este hombre que, según él mismo ha manifestado, saldrá prontamente en un libro prologado por Andrés Calamaro y una película que le gustaría que filmara Luis Ortega, sino observar cómo ve un delincuente de la talla de Valor los hechos ocurridos en el barrio de La Boca, cuando el agente Luis Chocobar asesinó a un malhechor que intentaba hacer lo mismo con un turista para robarle una cámara de foto. Dijo Valor al periodista: "Pienso dos cosas. Que el policía tiró a matar y que el muchacho quiso matar a la víctima por una cámara de fotos. Los dos quisieron matar. Yo me tiroteaba con policías, pero cara a cara. Me preocupa que la cana esté tirando a matar. Y me preocupa que los ladrones salgan a matar. Es una guerra en la que pierden todos".

Notable percepción de uno de los bandos en pugna. Es una guerra en la que pierden todos. Pero, atención, ¡es una guerra!

Lamentablemente las guerras se ganan o se pierden. En general no se empatan. Desatada, los códigos que en ella deben darse son muy difíciles de establecer en hechos puntuales y finitos como el caso del policía Luis Chocobar, si no se tiene la precaución de enmarcarla en el contexto de una guerra.

No son épocas de acuerdos como los que se dieron, por ejemplo, entre Valor y el comisario Chorizo Rodríguez para salvaguardar la vida de la mujer de Valor y sus hijos. Estamos mal. Y si el periodismo y la gente bien pensante no lo entienden, que se dediquen a opinar sobre los cuentos de los hermanos Grimm y dejen actuar a los que saben y quieren, sobre hechos que hoy desangran al pueblo argentino.