El fracaso en cumplir las metas de inflación es del Ejecutivo, no del Central

Puede darse por seguro que la inflación del 2018 seguirá siendo claramente superior a la que ahora fijó el Ejecutivo

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El Gobierno le arrebató al Banco Central la fijación de la meta anual de inflación, así como las bandas en torno a las cuales podría variar. Habrá una meta única que obraría como gran ancla para toda la economía, lo que pretende dar un signo de estabilidad que hoy no existe.

Cabe preguntarse de quién es la responsabilidad de que las metas de inflación que fijaba el Central no se hayan podido cumplir, y por mucho, ni en el 2016 ni en el 2017. Nuestra respuesta es que el principal responsable en ni más ni menos que el propio Poder Ejecutivo, no el Banco Central.

Hemos dicho una y otra vez que la política monetaria, por dura que fuese, es impotente para contener, dentro de la meta de aumentos de precios fijada, una inflación de costos que tiene una naturaleza muy diferente a una inflación de origen monetario.

La autoridad monetaria ha sido y es muy consciente de que, para contrarrestar la inflación de costos surgida de las decisiones de precios del Ejecutivo, tendría que mantener elevadas tasas de interés para atraer las inversiones en pesos en Lebac, lo que evitaría un cambio de portafolio en favor del dólar.

Si este se mantuvo tranquilo durante largo tiempo, impidiendo que un ajuste más rápido promoviese un aumento igualmente más rápido de la inflación, fue precisamente debido a que existían altas tasas de interés, las que no son estimulantes de los niveles de actividad y empleo. Ahora, el Ejecutivo descubre que esas tasas elevadas no son positivas para el crecimiento económico y el empleo; imputa este hecho al Central por mantenerlas en niveles demasiado altos.

Esto es algo completamente inexacto, pero es lo que está en el origen de la pérdida de autoridad del Central en el tema de la lucha contra la inflación, la que ha pasado al Ejecutivo. Este, obsesionado con el déficit fiscal, ha lanzado un diluvio de incrementos de tarifas de los servicios públicos, en todas las áreas, incluido el transporte público, todo lo cual provoca no sólo un profundo y extendido malestar social, sino que ha desatado otra escalada masiva de los costos de producción de todo el espectro económico del país.

En esta oportunidad, bastó el anuncio de este cambio y la pérdida de influencia del Central para que el dólar iniciase una marcha ascendente y se incorporase como un nuevo factor de aumento en los precios, tal vez el más poderoso de todos por el extraordinario impacto psicológico que tiene toda suba del dólar. Quizás el Ejecutivo quiera mejorar la competitividad exportadora, hoy muy perjudicada, pero encontrará que el impacto de la movilidad del dólar sobre los precios carcome su capacidad de competir tanto en el mercado interno como en el externo.

En donde sí tendrá gran éxito el Ejecutivo es en avivar las expectativas inflacionarias de la sociedad en general y de los fijadores de precios en particular, porque estos últimos son los más rápidos para vislumbrar cuándo se desatan las expectativas de alzas futuras de precios. Parece increíble que todavía el Gobierno no haya percibido que estas tienen la capacidad de destruir cualquier meta inflacionaria, y también tendrán ahora ese mismo poder, porque nadie quiere quedar retrasado en la carrera por subir los precios.

El mundo sindical ya reaccionó con presteza ante los nuevos hechos vía las declaraciones, altisonantes como siempre, de Luis Barrionuevo, quien acaba de decir que para los sindicatos no habrá techo de aumentos de salarios, como quisiera el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, quien estimó que 15% sería el incremento apropiado.

Puede darse por seguro que la inflación del 2018 seguirá siendo claramente superior a la que ahora fijó el Ejecutivo, más aun considerando que la política monetaria sería más flexible y expansiva que la que venía aplicando Federico Sturzenegger.