Cuarenta y cuatro tristes navidades

El San Juan, su historia, sus misiones y su trágico fin tal vez pasen a integrar la larga lista de sucesos nunca esclarecidos en nuestros jóvenes 200 años de vida

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Una vez más la extraña Argentina sacudió al mundo. La nación en la que nacieron el Papa y la reina de Holanda. La que se hizo conocida en rincones remotos del globo al grito de Maradona o Messi. Pero que además compartió con la humanidad talentos como Jorge Luis Borges y René Favaloro. Ese país que le cedió a Francia el honor de ver nacer bajo su cielo al doctor Luis Federico Leloir, pero que lo tuvo en su suelo cuando alcanzó el premio Nobel de química.

Extraño país que concitó también la atención mundial cuando, en 1982, entró en guerra con una de las mayores potencias militares del planeta (y sus aliados) y que, dejando de lado las casi obligadas consideraciones políticas, sorprendió a sus propios enemigos por lo que fue capaz de realizar con tropas adolescentes, poco entrenadas, con equipamiento escaso, pero con una dosis de patriotismo y coraje que suplieron cualquier deficiencia táctica o logística.

El 15 de noviembre de 2017, Infobae daba a conocer lo que sería precisamente ese nuevo sacudón mundial al que me referí en el primer párrafo. "Buscan a un submarino extraviado a la altura de Puerto Madryn". No solamente se enteraban por este medio millones de lectores, también lo hacían las principales autoridades nacionales, entre ellos, el Ministro de Defensa y el Presidente de la Nación.

Algo seguramente menor que tendría una explicación. Como de hecho pareció asegurarlo una casi inmediata noticia sobre el hallazgo de la embarcación y su inminente remolque hacia un puerto seguro. Algo que este columnista se animó a repetir en una emisora y que mereció un afable reto de una autoridad naval, que pareció presagiar la tragedia que se avecinaba.

Lo que sigue, querido amigo lector, usted lo conoce. Una sociedad que, ávida de información, intentó ser saciada con pocos, poquísimos voceros oficiales y muchos, muchísimos voceros oficiosos entre los que me incluyo y que, con mayor o menor sapiencia, trataron de ilustrar a los ciudadanos de tierra firme sobre los aspectos más básicos y rudimentarios de la actividad naval, del abecé del funcionamiento de un submarino.

Comunicados oficiales y conferencias de prensa se fueron sucediendo al mismo tiempo en el que la sociedad hacía un curso acelerado de submarinismo ilustrado elemental, a no dudarlo, pero tal vez suficiente como para que muchas preguntas más propias del sentido común que del expertise submarino comenzaran a poner en jaque a buena parte de la información oficial que, o era contrariada por "expertos y peritos" o bien era desvirtuada por las cada vez más abundantes filtraciones que procedían de las entrañas mismas de la Armada Argentina.

Casi 40 días después del siniestro del San Juan aquí estamos. Un submarino perdido sin el menor de los rastros, discusiones paralelas sobre el papel del almirantazgo, la eventual sospecha sobre reparaciones pasadas, una clase política que no parece haberse involucrado demasiado en la tragedia, tal vez por temor a exhumar alguna que otra responsabilidad y una vorágine de sucesos que se agolpan en nuestras mentes y que terminarán haciendo que el submarino no solamente quede hundido en las profundidades marinas, sino además sepultado en algún rincón de nuestras atribuladas mentes.

Por ello y por ellos, por esos 43 caballeros y una dama de los mares, es que, antes de que sea más tarde, quiero invitarlo a usted que me lee y me apoya o me condena a parar máquinas por un instante, en honor a 44 compatriotas que, como creo haberle ya dicho, no son héroes por su trágico final sino por esa elección que hicieron un día cuando decidieron proteger a la patria allá, bien lejos y en lo profundo.

Héroes como tantos otros, que cada día hacen algo por el resto de sus compatriotas, en una escuela rural, en un cuartel de bomberos, un hospital mal equipado o en la esquina de su casa tratando de protegerlo.

Al tiempo que las esperanzas de encontrar al San Juan se desvanecen, enflaquecen además las chances de tener todas las respuestas que como sociedad nos merecemos. Mucho se podrá conjeturar, algo se podrá demostrar y muy poco se podrá concluir. Sé que lo que digo no es bonito ni agradable a los ojos, pero es simplemente lo más probable a la luz del avance de las tareas de búsqueda.

Cada uno de quienes hemos tenido alguna relación con el seguimiento de esta verdadera tragedia nacional hemos debatido, opinado, discutido e informado acorde con nuestro leal saber y entender. Luego, hemos regresado cada día al abrigo de nuestro hogar a cenar en familia y a conciliar el sueño. Ellos, los 44, ya no.

En pocas horas celebraremos la navidad, creyentes y no tanto, católicos o no, el 24 de diciembre las familias o los amigos se juntan, festejan, discuten y finalmente brindan. Las 44 familias de ellos no.

El San Juan, su historia, sus misiones y su trágico fin tal vez pasen a integrar la larga lista de sucesos nunca esclarecidos en nuestros jóvenes 200 años de vida. Sobrevendrán las fábulas y los mitos, nadie y todos serán al mismo tiempo los dueños de la verdad, del accidente al hundimiento por algún enemigo misterioso o no tanto, todo será materia de "fundamentados" análisis y "contundentes" conclusiones.

Sería muy pretencioso de mi parte convocarlo, mi querido amigo, para que justo en el momento de levantar la copa mire al cielo en busca de los 44. Seguramente habrá chicos gritando, amores que besar y la mirada al cielo estará destinada a sus propios seres queridos que ya han partido. Pero qué le parece si ahora, en este preciso momento, "paramos máquinas" y le dedicamos un segundo a su memoria, le damos un soplo de ánimo a 44 mamás, papás, hijos, hermanos, parejas y familiares que pasarán la peor navidad de sus vidas envueltos en un duelo que aún no llega ni a comenzar.

Lo invito firmemente a no desperdiciar la oportunidad opinando sobre los hechos o sobre quien escribe acerca de ellos, sino a dedicar una palabra o aunque más no sea un silencio respetuoso en honor a 44 hijos de este suelo, seguramente no tan famosos como los que le nombré al principio, pero no menos dignos de nuestra admiración y respeto.

Siempre le cuento sobre la inmensa riqueza que alberga nuestro mar. Conforme avanzan nuestras tragedias, lo mejor de esta tierra acrecienta esa riqueza. Descansan en nuestro Atlántico los héroes del Belgrano y del San Juan, también los del Repunte y tantos otros barcos pesqueros que no volvieron. La lista es más grande de lo que pueda usted imaginar. Hoy voy por los 44 y por todos ellos, espero que me acompañe. Debería desearle feliz Navidad, pero por este año sírvase disculparme.