La nueva estrategia de seguridad de los Estados Unidos: Trump y el realismo 2.0

Moscú es calificado como una potencia revisionista que busca perjudicar activamente los intereses norteamericanos en el sistema internacional

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Hace 2500 años, luego de asistir a la derrota de su Atenas en manos de Esparta y sus aliados, Tucídides, el gran historiador y padre del pensamiento realista de las relaciones internacionales, afirmó que los Estados van a la guerra movilizados por el miedo, el orgullo y los intereses que perciben como fundamentales para su seguridad. Una compleja mezcla de factores objetivos y subjetivos. El 17 de diciembre de 2017, en la otoñal Washington DC, esas mismas palabras volvieron a resonar en la "national security strategy" dada a conocer por la administración Trump.

No es casual que Tucídides esté presente. El consejero nacional de seguridad de los Estados Unidos es el general en actividad H. R. McMaster, un estudioso del clásico ateniense en particular y del pensamiento realista en general. Él, junto a dos de sus principales asistentes, ambas mujeres, pusieron en blanco sobre negro cómo la administración Trump percibe las amenazas y las posibilidades del sistema internacional que les toca afrontar y, en lo posible, moldear. Volviendo por un instante a McMaster, cabe recordar que su aguda tesis doctoral se centró en los errores cometidos por el poder político con base en Washington al momento de conducir la guerra de Vietnam.

Yendo ya a los pilares fundamentales del documento en cuestión, sobresale el foco puesto en Rusia, país que conserva la condición de ser la única potencia en el planeta con un poder de ataque nuclear equivalente al de Estados Unidos y aún muy superior al de China. A ello se suma la capacidad de sus fuerzas convencionales en las operaciones que Vladimir Putin ordenó en Crimea, Ucrania y Siria. En este sentido, Moscú es calificado como una potencia revisionista que busca perjudicar activamente los intereses norteamericanos en el sistema internacional: "A través de formas modernizadas de tácticas subversivas, Rusia interfiere en las políticas internas de los países alrededor del mundo. Rusia utiliza operaciones de informaciones como parte de sus esfuerzos cibernéticos ofensivos para influenciar la opinión pública alrededor del mundo".

No obstante ello, pocos días antes, Trump y Putin mantuvieron una conversación telefónica en donde este último le expresó su agradecimiento por el papel de la inteligencia de los Estados Unidos en evitar la realización de un ataque terrorista en San Petersburgo. Probablemente la ciudad rusa más cercana al corazón de Putin. Aún así, pese a todas las referencias del documento, no se llega a afirmar que los rusos alcanzaron a interferir en las elecciones que dieron ganador a Trump en noviembre de 2016.

Desde ya, China ocupa un lugar más que central en su condición de única potencia que detenta las capacidades materiales y humanas para equiparar el poder americano en las próximas décadas. Por ello, es calificada, junto con Rusia, como un Estado competidor que desafía a Estados Unidos y busca erosionar su seguridad y su prosperidad. Ambos países son vistos como propensos a limitar y regular fuertemente las libertades políticas y económicas propias, así como ayudar a otros países a llevar a cabo esas mismas prácticas y sumarios a posturas contrarias o refractarias a Washington.

Otro punto a destacar es la inexistencia de referencias, como ha abundado en los documentos de seguridad del período Obama, a la cuestión del cambio climático como amenaza. Sí, en cambio, una fuerte apuesta por una mayor y mejor energía renovable y menos contaminante, pero también a un inteligente y pleno desarrollo de la producción de petróleo, gas, shale petróleo y shale gas en el territorio de los Estados Unidos, además de la conectividad de oleoductos y gasoductos con vecinos petroleros como Canadá y México. Claramente, la administración Trump ve en estos sectores una forma de reducir fuertemente la dependencia de importación de energía de zonas inestables en el mundo, así como la forma de tener un fuerte instrumento de presión sobre una China sedienta de hidrocarburos y sobre dos rivales que viven de la exportación de esos productos como son Rusia e Irán.

Siguiendo con China, es visualizada como una potencia revisionista que busca sacar ventajas del sistema económico internacional que en gran medida se articuló y armó en torno a Estados Unidos y sus aliados en Europa, Japón y el golfo Arábigo. De ahí el énfasis de la administración Trump en acuerdos comerciales que no perjudiquen el crecimiento, el empleo, el desarrollo y la cohesión social de su país. El libre comercio y la globalización no son considerados como fines en sí mismos y autorregulados, sino como parte a ser articulada con el campo de la seguridad nacional, el deseo de conservar la supremacía industrial y tecnológica y la estabilidad social.

De más está decir el papel central que le otorga el documento al poder militar, tanto en lo que hace a las fuerzas convencionales, las nucleares, como a las fuerzas especiales o de élite. No casualmente, pocas semanas atrás, la Casa Blanca dio a conocer el presupuesto de defensa 2018, con un fuerte incremento en los gastos y las inversiones. Llega a 690 mil millones de dólares, una cifra que supera lo asignado por China, Rusia, Francia, Gran Bretaña, Alemania, India, Japón, Italia, Arabia Saudita y Brasil. Durante todo el documento queda en claro que la prioridad es mejorar sustancialmente las capacidades tecnologías humanas y organizativas para defender el territorio de los Estados Unidos y sus intereses en el exterior, sea de ataques informáticos o físicos de actores estatales y no estatales. En este sentido, el terrorismo islámico es tratado sin los eufemismos de los documentos publicados por la presidencia de Obama. Lo que antes era denominado "extremismo violento" es ahora calificado como "yihad" y llevado a cabo por "yihadistas".

Finalmente, pocas dudas caben de que todas las páginas tienen un fuerte aire a un regreso a toda orquesta del poder y el orgullo norteamericano tan presente en los documentos y los discursos de R. Reagan cuando llegó al poder, en 1981. Luego de la dubitativa administración Carter, así como de los traumas de la posguerra de Vietnam y el proceso de Watergate. También una marcada crítica y diferenciación con la retórica liberal intervencionista de los años de Bill Clinton y del guerrerismo, contra enemigos no prioritarios como era Irak en el 2003, de la administración de George W. Bush.

En este caso, y para satisfacción en los que creemos en la eterna sabiduría del realismo, el énfasis pasa más por problemáticas más estructurales y a largo plazo como la postulada por el prestigioso profesor de Harvard G. Allison en su reciente ensayo La Trampa de Tucídides. Allí Allison recorre el pasado para detectar 16 momentos y casos en donde las principales potencias a escala global o regional de cada etapa histórica tuvieron que enfrentar el desafío político, económico y militar de un competidor de gran peso. En 12 oportunidades la tensión derivó en grandes guerras por la hegemonía. Ese repaso histórico busca moderar la posibilidad de que en las próximas décadas el caso 17, o sea, Estados Unidos contra China, pase a ser el número 13. Un número de mala suerte en la cultura popular norteamericana, no así en China, donde es el número 4. Si de cábalas se trata, 13 y 4 dan 17.