Siempre opiné que, salvo muy raras excepciones, los historiadores ocupaban el lugar que la ausencia de talento les legaba a los memoriosos. Son gente que inventa una teoría y luego acumula momentos del pasado donde sus tesis puedan ser sostenidas. Luego está la realidad, pero ese espacio no es para ellos, el peso de la memoria les impide normalmente hacerse cargo de entender el presente. Al menos los nuestros, en el mundo, como en tantos otros temas, suelen ser distintos.
Luis Alberto Romero es la contracara de Horacio González. Sé que Horacio tiene derecho a sentirse molesto con mi destrato, pero sin duda cada uno de ellos imagina un sendero de salida de la crisis tan escarpado como elitista. Reiterada conducta de nuestros "intelectuales", siempre propensos a encontrar al enemigo y multiplicarlo, a negar al aliado y desconocerlo. Aislarse, encarnar las necesidades de la sociedad como simple camino para transitar sus propios caprichos. La política, esa que nos suele gobernar, nunca surge de una propuesta habitada por "pensadores". Luego, cuando llegan los pragmáticos, suelen aparecer algunos de los que antes se sentían profetas y hoy sólo actúan de coro enmascarado.
Romero descubre que Zanatta "descubrió" que en el 30 la Iglesia había dañado a la patria. Importante novedad, avisar al mundo que la crisis del 30 no era económica sino de fe. La historia nos regaló un Papa que deslumbra en el mundo, y ese mero hecho irritó a la cueva de masones baratos, de esos que sustituyeron a los dioses por el horóscopo, de esos que nos llaman la atención porque tienen una imaginación tan deslumbrante como irracional, de esos que convocan a repetir: "Contra la imbecilidad ni los dioses pueden". Una cosa es ser ateo —merece respeto—, otra, imaginar que son superiores por el sólo hecho de serlo. Parece que se tomaron una botella de bronce líquido y se convirtieron en estatuas. Odian al Papa y al peronismo, lindo espacio para definir una batalla y construir una derrota. Si no dieran pena, darían bronca. Y nada más parecido a las teorías de algunos golpes de Estado, casi todos ellos cargan esas culpas, recuerdan bandos que acompañaban marchas. Odiar todo lo popular es una forma berreta de sentirse superior y una demostración concreta de estar muy lejos de serlo.
El cristinismo agoniza, siento que no me equivoqué cuando hace años lo vengo adelantando, fue un gobierno votado para ser peronista que se convirtió en otra cosa. El peronismo difícilmente se recupere de semejante virus, pero ellos lentamente van a ocupar el espacio electoral que les corresponde, minoría en disolución. Falta la voluntad de reconstruir la expresión del movimiento nacional, de aquel que defienda un sistema productivo y una integración social, y no solamente los derechos humanos de los 70, que hasta ahora nos deben una autocrítica.
La justicia es dura con las derrotados, nada nuevo, salvo el hecho de que los presos son varios, puede ser proporcional a la agresividad de los involucrados. Cuesta imaginar cómo sería si hubiera ganado Daniel Scioli. Estuvo cerca, muy cerca, ahora se puede separar la cantidad de creyentes y la de oportunistas; queda claro que los últimos son mayoría. Desertores, muchos, los que tenemos años sabemos de qué se trata. Menemistas de ayer, vueltos kirchneristas y ahora buscando un espacio bajo el Sol. La política en nuestra realidad enriqueció patrimonios mientras empobreció dignidades. Fanáticos sobran, pensadores libres escasean y las ideas apenas se abren espacio a los codazos en medio de una jungla de intereses. El destino colectivo no puede ser jamás el fruto de las codicias particulares, hasta los gobernadores únicamente miran su ombligo, un amontonamiento de provincias no da una nación.
Me siento obligado a opinar sobre la situación de Héctor Timerman. Fue mi amigo, lo acerqué a los Kirchner. Sé que fue honesto en lo económico pero me cuesta entender su dependencia intelectual. Hay razones más profundas que los intereses, en el Gobierno de Cristina no abundaron, sin duda Héctor merece ser respetado, creyó en lo que hizo. Su situación me duele, la de varios otros me parece un paso importante para terminar con la impunidad.
Si Cristina se disuelve, a Mauricio Macri se le acaba una etapa, la de ser tan solo mejor que lo peor. Y la Justicia acelera demasiado, deja una enorme duda de cómo hubiera sido de ganar Scioli, qué parte es justicia y cuál venganza. Solamente queda claro que estamos demasiado lejos de ser una sociedad equilibrada, entre los desertores y los justicieros el oportunismo asoma mucho más sólido que las ideas, que la misma dignidad. Estamos plagados de gente que cree tener en claro quién es el enemigo, hasta algún idiota imagina que es el papa Francisco, y por ahora, nadie dispuesto al desafío de intentar una síntesis. Solo ese camino nos saca del laberinto, todos los otros siguen siendo simples crónicas de una muerte anunciada.