ARA San Juan: reflexiones en la vigilia

Las periódicas muertes en accidentes aéreos de nuestros pilotos bajo bandera a lo largo de las últimas dos décadas eran un goteo de malas noticias que no solían ocupar la tapa de los diarios

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Mientras escribo estas líneas, sigo con angustia las novedades que van surgiendo sobre la masiva y multinacional operación de búsqueda y rescate lanzada para encontrar a los 44 tripulantes del submarino TR1700 de la Armada Argentina. Esta unidad fue encargada a Alemania en la segunda mitad de la década del setenta con otras cinco y llegó a fines de 1985 a la Argentina. De todos estos sumergibles, dos debían ser construidos en la potencia europea y otros cuatro en el entonces sofisticado astillero Domecq García.

Esta segunda fase quedó en gran medida trunca. Los especialistas y los historiadores militares destacan que si conflicto de Malvinas del 1982 se hubiese activado dos años después, o sea, a fines del 1983 o 1984 u 1985, con la llegada de los dos TR1700, así como de los cuatro destructores Meko 360, también de origen alemán, la ecuación del balance militar en el Atlántico sur se hubiese tornado sustancialmente complicada para la Royal Navy. Ni que decir que en este escenario la Armada Argentina hubiera contado con el lote completo de 14 aviones franceses Super Étendard y 20 misiles Exocet AM39. Para darse una idea, durante la guerra de Malvinas nuestro poder naval disponía solamente de cuatro Super Étendard y cinco misiles de los antes mencionados. Esta letal combinación mandó a pique al sofisticado destructor antiaéreo Shefield y al mega portacontenedores Atlantic Conveyor con su masiva y valiosa carga de helicópteros pesados, repuestos, pista aérea para armar y algunos aviones de ataque Harrier.

El último Exocet aire mar fue lanzado el 4 de junio hacia un blanco que la Argentina afirma que fue el portaaviones Invencible y los británicos dicen que no fue así. Los dos pilotos de la Fuerza Aérea Argentina que con sus aviones A4 acompañaron al misil hacia los buques británicos, otros dos pilotos y aviones fueron derribados antes de llegar, afirman que era esa nave insignia de la Marina británica. Londres ha venido postergado una y otra vez la desclasificación de diversa información sobre el conflicto de 1982. Llamativo, considerando que fue una contienda victoriosa, si bien no desprovista de amargos tragos como seis barcos hundidos y más de una docena dañados, así como más de una docena de aviones y helicópteros caídos.

En el capítulo de la guerra submarina de 1982, la única unidad plenamente operativa de nuestra Armada en ese momento era un HDW 209 de fabricación alemana e incorporada a comienzos de los setenta. Llevó a cabo osadas incursiones contra la flora británica, cuya especialidad durante la Guerra Fría en el organigrama de la OTAN era la lucha anti-submarinos, lo que lograba lanzar torpedos sin ser destruidos o dañados por el enemigo. Esos oficiales y suboficiales han sido los maestros y los antecedentes de los que actualmente tripulan nuestras unidades. La historia posterior es conocida, pero no por ello menos impactante.

Pero volvamos al presente. Muchas veces se suele escuchar y leer que en la Argentina no hay políticas de Estado que sean mantenidas en el tiempo. Paradójicamente, por razones políticas, económicas, ideológicas, etcétera, ya llevamos más de tres décadas de fuerte desinversión en la defensa nacional. Ello ha motivado que una mirada a nivel regional ponga a la Argentina con un porcentaje de 1% a 0,90% del PBI destinado a su presupuesto de defensa, o sea, la mitad del 2% que impera en el resto de la región y aun menos del 2,3% a nivel mundial. Los especialistas internacionales no se dejan de preguntar cómo un país intermedio con la octava superficie terrestre del planeta, con jurisdicción sobre una masa acuática en el Atlántico sur que casi quintuplica su jurisdicción continental, con la tercera reserva mundial de shale gas y la cuarta de shale petróleo, con capacidad de producir alimentos para 400 millones de personas, ha llegado a esta situación.

Más impactante aún cuando es evidente la firme intención del empoderado, por elecciones del 22 de octubre, gobierno nacional de darle un muy firme y necesario impulso a la inserción política, económica y estratégica de Argentina en el mundo. La visita en los últimos dos años de los principales líderes mundiales, así como la reunión Macri y Trump en Washington, la Cumbre de Ministros de Comercio de la OMC el próximo diciembre en Buenos Aires y de los mandatarios del G20 a mediados del 2018, son un claro ejemplo de ello.

Podríamos explicar las variables económicas, ideológicas, de contexto internacional, la prioridad de los sucesivos presidentes, etcétera, de 1983 hasta el día de hoy en lo que hace a la defensa nacional, pero por razones de tiempo y espacio nos centraremos en los efectos prácticos. Un país con casi nulas capacidades de controlar su espacio aéreo por medio de aviones de combate superioridad aérea, una Infantería de Marina sin unidades de desembarco, destructores y corvetas que deberían haber tenido procesos de modernización y media vida hace más de una década, una jibarizada aviación naval sin portaaviones, la carencia de defensa antiaérea de mediano y ni que decir de largo alcance para la protección de puntos neurálgicos, la masiva migración de pilotos militares a la aviación comercial y de militares a la policía de la Ciudad, etcétera.

Las periódicas muertes en accidentes aéreos de nuestros pilotos bajo bandera a lo largo de las últimas dos décadas eran un goteo de malas noticias que no solían ocupar la tapa de los diarios. Tanto sea que con la ayuda de Dios y la tecnología de rescate aportada por Estados Unidos y otras potencias occidentales recuperamos con vida a los 44 tripulantes o, en caso contrario, este drama se transforme en una especie de Cromañón en el sector defensa, será el momento de que los tomadores de decisión y los sectores responsables y con pensamiento nacional de la oposición decidan quebrar el consenso implícito o by default que ha llevado al cuasi colapso a un sector clave para cualquier país que quiera seguir siendo tal. Evitando pensar solamente en las Fuerzas Armadas cuando se las necesita para enfrentar inundaciones o desastres naturales, o como custodios de las elecciones nacionales.

Los mismos militares son los primeros que quieren evitar que las pulsiones de los políticos los vayan llevando de una u otra forma a tareas no específicas de su misión, como son la lucha contra el narcotráfico, el antiterrorismo y la asistencia social. Siempre predicando en el desierto una verdad básica, el que puede lo más puede menos, pero no a la inversa. Como advertía el general San Martín: "Serás lo que debas ser, si no, no serás nada. […] Mi mejor amigo es el que enmienda mis errores o reprueba mis desaciertos".