A pesar del optimismo de los círculos empresariales con el progreso del paquete de reformas, la Bolsa porteña se despachó este martes con una caída superior al cuatro por ciento. En varias jornadas, el Índice Merval acumuló un descenso del 14%, fagocitándose un mes de subas continuadas. Un diario de finanzas se animó a titular: "Un martes negro en la Bolsa", rememorando aquel martes que marcó el debut de la gran crisis mundial de 2007-2008.
Enseguida, los analistas financieros salieron a calmar las aguas. Se dijo, con razón, que muchos vendieron sus posiciones en la Bolsa para trasladarlas a las letras del Banco Central, habida cuenta de que su tasa fue elevada al 29 por ciento. Según algunos cálculos, quienes ingresaron dinero al país para colocarlo en Lebacs obtuvieron este año la friolera de un 11,5% de beneficio en dólares. Al fundar la baja de la Bolsa en un hecho particular, los expertos buscaron aventar otra hipótesis más temida, a saber, la de una desconfianza en la marcha general de la economía argentina.
Pero cuando se tira del hilo del hecho particular, o sea, la suba del interés de las Lebacs, las implicancias son bien mayores. Muchos señalaron que el Gobierno subió las tasas para aplacar una inflación que no cesa, y que se refuerza con los recurrentes aumentos de tarifas. La consecuencia, en este punto, es un enfriamiento del crédito y la actividad económica.
En cambio, casi nadie señaló que el otro objetivo de esta suba de rendimientos de las Lebacs es asegurar su propia renovación, de cara a la zozobra que genera el crecimiento explosivo de la deuda del Banco Central. Esa mochila alcanza hoy los 66 mil millones de dólares y representa el 123% de la base monetaria. Además, supera en 11.300 millones a la tenencia de reservas del Banco, lo cual delata su virtual quebranto. Al elevar el interés de las letras, el propio BCRA encareció el costo de reciclar este pasivo, cuyo costo anual, en términos de intereses, subió ahora a 20 mil millones de dólares anuales, si se considera un tipo de cambio estable. El ingreso de dólares para participar de esta especulación refuerza la revaluación del peso, y esa revaluación agrava el peso de la deuda pública del Central medida en dólares.
Pero esta bicicleta financiera está condicionada por otro factor: las tasas de interés internacionales. Una suba de estas, combinada con la percepción de que las Lebacs conforman una bola de nieve insostenible, podría desatar una fuerte salida de capitales. Justamente, los analistas consideran que la suba de la tasa de los bonos a diez años del tesoro norteamericano también contribuyó a la caída de la Bolsa porteña. En conexión con ello, no faltó quien asociaba al tropezón del Merval con "la caída de los bonos basura en el mundo". De este modo, revelaba qué calificación le dan los especuladores al redituable mercado financiero local.
El último argumento para explicar el martes negro es la incertidumbre respecto del paquete de medidas impulsado por el Gobierno. Ello puede interpretarse como una presión para que se aprueben las reformas impositiva, laboral y jubilatoria. Pero también como expresión de las dudas existentes sobre el proceso económico en su conjunto. El Gobierno ha financiado una rebaja de impuestos a las empresas con impuestazos al consumo y endeudamiento. Pero los impuestazos agravarán la inflación y golpearán a la ya débil recuperación económica. Por otra parte, la contracción de nueva deuda se encuentra condicionada por la magnitud de la hipoteca ya contraída, y por el posible agotamiento del outlet de dinero barato en el mercado internacional.
El tropezón bursátil no es la única señal de desasosiego: las agroexportadoras han ingresado un 12% menos de divisas en este año, porque demoran su liquidación y están reteniendo parte de la cosecha de soja. Ello contribuye a un déficit comercial que este año alcanzará los ocho mil millones de dólares, y que también se financia con endeudamiento.
El sofocón de este martes puso de manifiesto los límites y las contradicciones de la política oficial. Los trabajadores argentinos y sus conquistas históricas no deberían inmolarse en el altar de esta política sin futuro.
El autor es legislador porteño por el Frente de Izquierda y los Trabajadores. Economista, docente de la UBA y la UNQ.