Totalitarismo, un fantasma que persiste

Los organismos de masas son las perfectas correas de transmisión de la represión encubierta

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Acabamos de arribar a los 100 años del triunfo de la Revolución de Octubre, la materialización de una de las utopías más funestas que el ser humano ha ideado. Una perversidad que, por su capacidad de tergiversar y manipular personas y situaciones, ha llegado a la centuria, contrariando el decir popular de que no hay mal que dure 100 años.

Es un error pensar que el fantasma del totalitarismo marxista ha sucumbido por sus permanentes fracasos. Paradójicamente la sobrevivencia de ese proyecto, radicalmente contrario a la naturaleza humana, ha sido posible porque lo nutren sujetos con vocación de verdugo y por la contribución de muchos otros que se encadenan voluntariamente a la miseria moral y material más indigna, condiciones que han hecho posible que, a pesar de sus múltiples fracasos, continúe siendo una amenaza cierta a los derechos fundamentales del hombre.

La maldad de unos pocos alimenta sin cesar una aberración que ha causado más de cien millones de muertos y daños materiales y espirituales que nunca podrán ser evaluados.

Los que han padecido un gobierno adscrito a cualquier forma de marxismo, incluidos aquellos que prestaron servicio como esbirro del talante que fuera, conocen de los abusos sistemáticos y permanentes del régimen, de su extrema crueldad, irracionalidad e ineficiencia.

Uno de los aspectos claves es que el Estado y el gobierno son controlados por un partido político que actúa como una religión cruel y despótica de fundamentos inamovibles, con una práctica que funciona con base en la conveniencia de la nomenclatura, lo que se traduce en un oportunismo rudo y de absoluta inequidad.

Una de las primeras decisiones es lo que denominan refundación del país, reescribir el pasado y programar el futuro, con base en la conveniencia de su perpetuidad. Los veredictos de la jerarquía son inapelables. La clase dirigente es la única capacitada para interpretar la conveniencia de los ciudadanos que vertiginosamente se transforman en una masa dócil y coloidal que funciona sobre consignas y por espíritu de sobrevivencia.

El miedo y la indefensión ante la autoridad se convierten en epidemia. El individuo asume la convicción de que cualquier acto contra lo establecido está condenado al fracaso. El miedo y la inseguridad que le corroe son compartidos con la desconfianza y la falta de esperanza en su capacidad de cambiar la situación.

La vida cambia cuando se establece la sociedad de odio y temor que patrocina el marxismo. Sus fundamentos sociales: seguridad laboral, educación, salud, deportes y organismos de masas son los principales vehículos para controlar de forma absoluta al individuo y la sociedad.

La seguridad laboral en un régimen que controla los bienes de producción elimina en gran medida el espíritu de superación y la capacidad de riesgo que demandan los cambios. El trabajador se convierte en siervo de los administradores de empresa que actúan como señores feudales. El control por la ideología oficial del aparato educativo trata de formar personas obedientes y sumisas al aparato gubernamental. El sistema de educación, al igual que el de salud, son recursos a disposición de las fuerzas represivas ante la eventualidad de la aparición de herejes en la nueva religión.

La masificación del deporte es una versión más depurada del circo romano, con independencia de los fines propagandísticos, procura más que otra cosa entretener a la población y contar con individuos destacados que, por tal de seguir disfrutando de privilegios, se someten a los mandatos gubernamentales.

Los organismos de masas son las perfectas correas de transmisión de la represión encubierta. Asambleas, reuniones, encuentros y conversaciones entre "amigos" sirven para intimidar, lograr la obediencia y eliminar todo atisbo de independencia en los individuos renuentes a las encomiendas. La familia es usada como chantaje, el futuro de los hijos está amenazado por los reparos de los padres.

La coerción es absoluta, porque hasta la improductividad del régimen y la consecuente miseria son útiles para el proyecto de gobernar indefinidamente. El miedo circula profusamente en el torrente sanguíneo de los individuos y el tejido social; vencer esto es un gran reto que se sustenta en el derecho inalienable a ser libre de toda opresión.