La política exterior de un presidente empoderado

Se genera un momento político en donde ya no se habla más de la salida por helicóptero del Presidente, sino, en todo caso, de cómo hacer para que Cambiemos gane en 2019 con el 45% los votos para que no sea necesario llegar a una segunda vuelta

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Los efectos políticos domésticos del triunfo de Cambiemos el pasado 22 de octubre son un tema cotidiano de análisis en los medios de prensa y en el ámbito académico dedicado a cuestiones políticas y macroeconómicas. No obstante, y como comentamos pocas semanas atrás en este mismo espacio, hay también una dimensión en materia de política exterior. Dos decisiones del presidente Mauricio Macri ponen en evidencia lo dicho. Por un lado, el fin del interrogante de quién ocuparía la Embajada Argentina en Washington, vacante desde abril. La otra, las contundentes y sorpresivas palabras del primer mandatario de sugerir a la Casa Blanca un fuerte endurecimiento de las sanciones económicas contra el régimen de Caracas.

Básicamente, la implementación de la medida con impacto más contundente y rápido, tal como es el fin de la compra de petróleo venezolano por parte de la economía estadounidense, así como la suspensión de la venta de naftas y otros derivados de Estados Unidos a Venezuela, dado el colapso de la capacidad de refinación de ese país caribeño. En los últimos meses, la administración Trump decidió comenzar una prudente y gradual escala de medidas económicas punitivas, en especial en el campo financiero, pero postergado sin fecha fija el alterar de cuajo la condición de muy importante comprador de crudo venezolano, que se remonta a medio siglo atrás y que no se vio sustancialmente alterada pese a la inflamada retórica de Hugo Chávez a partir de su llegada al poder.

El presidente Macri, desde el comienzo de su mandato, por una combinación de necesidad y convicción, queda a discreción de lector cuál de estas dos variables pesó más, combinó gradualismo en las cuestiones de reformas y medidas económicas con la negativa a asumir una posición de liderazgo en el plano regional e internacional. Ambas posturas, por demás acertadas y prudentes, también fueron funcionales a la preocupación de los estrategas de comunicación y de imagen del gobierno de evitar paralelismos con la década de los noventa, y la retórica de cirugía mayor sin anestesia y alineamiento con los Estados Unidos. La importancia otorgada a desderechizar y desneoliberalizar en todo lo posible su figura entra en esta sintonía.

No casualmente el agudo y siempre polémico Jaime Durán Barba suele divertirse definiéndose como macrista-leninista y al PRO, como la verdadera izquierda progresista. Una postura que se ha mostrado sustancialmente eficiente en un país donde muy pocos se animan a autodefinirse como derecha o centroderecha pese a serlo en su pensamiento y sus actitudes.

La excepción, no menor por su impacto estratégico, a la utilidad de ese posicionamiento moderado, centrista y hasta con toques progresistas, ha sido el Conurbano bonaerense. Según comentó el mismo Durán Barba durante un imperdible desayuno de trabajo organizado por la siempre activa y dinámica Fundación Fepesna, hasta que María Eugenia Vidal tomó, con el consentimiento del Presidente, la conducción de la campaña electoral en la provincia, algunas semanas antes de las PASO y le imprimió una dinámica más frontal, reflejada entre otros hechos en el ya famoso cruce con un periodista pro K en la televisión, Cambiemos estaba siete puntos abajo en el principal distrito del país. Uno puede hacer ejercicios de imaginación y proyección de cómo sería la dinámica política argentina si la candidata de Unidad Ciudadana se hubiese impuesto por ese margen. De más está decir que no se estaría hablando de la reelección de Macri, ni los gobernadores peronistas y la CGT se mostrarían tan prudentes y constructivos.

Pero el golpe de timón discursivo y de comunicación que impulsó la gobernadora lo evitó y con ello se genera un momento político en donde ya no se habla más de la salida por helicóptero del Presidente, sino, en todo caso, de cómo hacer para que Cambiemos gane en 2019 con el 45% los votos para que no sea necesario llegar a una segunda vuelta. Este Macri empoderado, con el consentimiento o no de sus estrategas en comunicación, ha mostrado algunas aristas de su pensamiento más profundo, que dista de ser de derecha darwiniana o un neoliberalismo ajustador, pero tampoco socialdemócrata escandinavo o una nueva izquierda.

A las firmes y contundentes palabras sobre Venezuela se le suma la designación del nuevo ministro de Agricultura, caracterizado por un discurso oficialista y frontal, tal como quedó reflejado en el acto de la Sociedad Rural del presente año. Con un perfil y una línea discursiva que irritó mucho a la progresía argentina o, en términos del politólogo Luis Tonelli, a la izquierda champagne. Asimismo, las versiones más firmes en los últimos meses eran que a Washington se enviaría a un diplomático, activo o retirado, con amplia experiencia en el cuestión política y estratégica, y no tanto en focalizar, al menos a nivel del embajador, en la siempre complicada exportación de productos primarios a un Estados Unidos que también los produce a gran escala. A diferencia de nuestra ex socia económica y comercial de la segunda mitad del siglo pasado hasta 1930, o sea Gran Bretaña, la superpotencia norteamericana cubre con creces sus necesidades de carne, granos, oleaginosas, cítricos y del mismo petróleo de manera creciente.

Eso no implica que inevitablemente la designación de un hombre proveniente del ámbito de la producción de granos, pollos y cítricos sea una apuesta a fricciones en temas en los que Donald Trump ha sido muy claro y contundente. México, Canadá y otros socios comerciales infinitamente más relevantes que la Argentina pueden dar fe de ello. Cabe reconocer que las a primera vista más simpáticas y pro libre comercio administraciones como Clinton, en los 90, y el mismo Obama no hayan cambiado en algo sustancial las trabas al ingreso de productos primarios argentinos. Una permanente que ya se puede detectar en los cables y los memos del gobierno americano y su Secretaría de Agricultura y el Departamento de Estado, allá por las décadas el 30 y 40. En esa época, el punto de fricción en cuestión era el lino y la carne, hoy los limones y el biocombustible, y quizás mañana se trate de los arándanos.

En un mundo con crecientes rasgos multipolares, convulsionado y violento, de las estepas ucranianas al Medio Oriente y a Asia, la agenda de Estados Unidos dista de limitarse al comercio y los cálculos económicos en su relación con la Argentina. Habrá que prepararse para, en algunos casos, tener que tomar posturas. No siempre se podrá quedar bien con Estados Unidos, China, Alemania y Rusia, a la vez. De hecho, el reciente pedido de la Casa Rosada de sanciones más duras y contundentes contra el régimen venezolano va en clara colisión con China y Rusia, y el interés de ambos de mantener todo lo posible esa piedra en el zapato del gigante americano. Sabiendo que mientras la Casa Blanca no muestre contundencia y determinación para evitar la consolidación de una dictadura comunista más en el Caribe y la zona de influencia histórica de los Estados Unidos desde fines del siglo XIX, difícilmente sean creíbles las amenazas en zonas más distantes del mundo y mucho más cercanas a la influencia política-económica de Moscú, Beijing o Teherán.

Sabiendo o no, el presidente argentino ha puesto el acento en un tema que dista mucho de ser meramente un tema regional.