Argentina y el constante cambio de los paradigmas

Este casi fenecido 2017 nos sorprende en pleno desarrollo de un novísimo paradigma. Como corresponde a tal situación, les decimos a los gremialistas que todo, absolutamente todo lo que los paradigmas anteriores les marcaron como bueno, ahora es malo

Compartir
Compartir articulo

Si hay algo que jamás le faltará a ningún habitante de este suelo argentino, son anécdotas. Cualquier ciudadano medio que haya tenido la oportunidad de poner un pie fuera del territorio, aunque más no sea en la vecina orilla o en el país trasandino, podrá alardear con ínfulas de protagonista de las historias nativas más desopilantes, indignantes y hasta trágicas, amenizando cualquier tertulia o velada social.

Es que esta porción del planeta Tierra más cercana al Polo Sur que cualquier centro de poder mundial tiene la particularidad de asombrar bastante seguido al resto de la humanidad. Desde aquellos idealistas libertarios que se alzaron contra la Corona y la derrotaron hasta esos "libertarios" que quisieron salvar un gobierno de facto y se lanzaron contra otra Corona en un reclamo que, si bien era justo, nos costó no sólo una derrota feroz, sino además la muerte de 649 argentinos.

Escasos 200 años de historia nos bastaron para producir desde genios de la ciencia, las artes y el deporte, hasta un Papa y una reina europea. Más de una vez las redacciones de los grandes medios de prensa debieron agudizar su ingenio para encontrar un corresponsal que les pudiera acercar de primera mano la data de algún suceso impactante nacido en el mismísimo confín de la humanidad.

Creo que coincidirá conmigo, querido amigo lector, en que no sólo hemos asombrado al mundo, muchas veces lo hemos desconcertado. Le diría que tal vez la mayor cantidad de esas veces. Hasta nos dimos el gusto de hacer que grandes economistas dieran como verdad revelada que existen cuatro tipos de economía: capitalista, comunista, la de Japón y la de Argentina. ¡Vaya que no es poco!

Me gustaría que me acompañe en el siguiente análisis que pretende esbozar una teoría que puede ayudar no sólo a que nos entiendan los de afuera, sino a que nos entendamos a nosotros mismos. Podría ser que, fruto de nuestra juventud como nación, no albergamos en nuestro colectivo social grandes tradiciones, tal vez la única cosa que no haya cambiado desde que somos chicos sean los almuerzos televisivos de Mirtha Legrand. Sé que exagero, pero el ejemplo sirve para lo que viene.

"Si no tomas la sopa, llamo al vigilante y te lleva preso", emblemática frase de nuestras madres para asustarnos en épocas en las que cualquier ser humano con gorra y charretera estaba varios peldaños más arriba en la escala zoológica que los "rasos civiles". En aquellos años en los que un general, que siempre era más que un brigadier o un almirante, decidía el momento exacto en que se les quitaba a los civiles el poder, dejando en claro que no era de ellos sino que se lo prestaban por un rato, la noticia de una nueva revolución en marcha no nos asombraba.

La incipiente industria televisiva en blanco y negro interrumpía su programación, sonaba la marcha de San Lorenzo, venía el comunicado y luego seguíamos mirando a Carlitos Balá, que a su vez cada tanto se vestía de soldado conscripto y filmaba alguna película, financiada por el Estado nacional para engrandecer al gobernante Ejército Argentino.

Cada tanto, otro general relevaba por las buenas o las menos buenas al general anterior, con más o menos tanques en la calle. Luego venía algún civil, que generalmente gozaba de la aprobación del alto mando castrense, mientras en el exilio aguardaba aquel otro general, al que el pueblo oprimido por los militares llamaba curiosamente "mi general", igualito que la tropa, vaya curiosidad.

Pero un día el paradigma cambió. Decidimos que ya no más, el pueblo votó, la democracia llegó y quedaron presos. Muchos por ser responsables de las peores atrocidades imaginables, y otros por haber hecho lo que el viejo paradigma indicaba que era correcto hacer. No importa, fueron presos igual.

Llegó luego Carlos, aflojó la mano y todos aplaudieron y nos reconciliamos. Los presos por el paradigma anterior se fueron a su casa beneficiados por el nuevo paradigma. Y hubo también otros nuevos paradigmas económicos, vendimos las grandes empresas, liberamos el mercado, vinieron las AFJP y hasta les dijimos a unos empleados públicos que entraban y sacaban los barcos de los puertos: "Muchachos, son libres, hagan lo que quieran y cobren lo que puedan… hasta que cambie el paradigma al menos".

Luego de los avatares ya conocidos, vino Néstor, miembro del mismo espacio político que Carlos, pero con otro nuevo paradigma, y todo lo que nos habían dicho que estaba bien resultó ser que estaba mal, y los que estaban sueltos volvieron a estar presos. La economía neoliberal cedió ante la nacional y popular. Lo blanco fue negro, lo bueno, malo y otros actores que miraban a Balá de chicos se pusieron al servicio del ¿mismo? Estado para colaborar desde el arte con el adoctrinamiento popular.

Aquella televisión incipiente de los 50 y 60, ahora a color y con satélite, nos ilustraba en cadena sobre cada acto, cada paso, cada inauguración que la gestión kirchnerista le obsequiaba al pueblo. No nos decían nada, claro está, de los retornos, las coimas y las adjudicaciones a los amigos. Y de última, con la misma naturalidad con la que asumíamos los golpes de Estado, asumimos: "Roban pero hacen".

El siempre valorado pueblo, destinatario de los desvelos de dictadores y demócratas, en estado de éxtasis, le renovó la confianza depositada en Néstor a "Ella", a la más grande, a la mejor de todas. Y no una sino dos veces. El paroxismo llegó a niveles nunca antes vistos. "Fuera Estados Unidos; hola, Cuba, Venezuela e Irán". "Economía nacional y popular, no al dólar", salvo que sirva para engrosar las arcas de los políticos, claro está. Aunque parezca ficción, un pueblo sumido en una pobreza humillante alababa como a semidioses a políticos cada vez más millonarios al grito de "Cristina eterna".

Pero otro día el paradigma volvió a cambiar y, como antes y antes de antes, volvimos a decir "¡basta!", y muchos jueces complacientes hasta ayer encontraron mugre donde antes no la habían visto, y una vez más la televisión, ahora con imagen HD y drones, nos muestra a nuestros líderes de hasta hace un rato luciendo casco y chaleco antibalas. No para ir a la guerra sino para entrar al penal, al mismo penal donde siguen detenidos muchos de los que fueron adentro por acción de sus hoy compañeros de celda.

Como somos argentos y, por ende, latinos, le ponemos pasión a la actualidad y nos corremos hasta las puertas de la casa de cada detenido a prodigar nuestros epítetos, sin importarnos mucho si un par de años antes nos sacábamos una selfie con ellos.

Así las cosas, este casi fenecido 2017 nos sorprende en pleno desarrollo de un novísimo paradigma. Como corresponde a tal situación, les decimos a los gremialistas que todo, absolutamente todo lo que los paradigmas anteriores les marcaron como bueno, ahora es malo. Así como les decimos a quienes entran los buques que el norte que les marcó el Estado de los 90 ahora viene a ser el sur y los señalamos porque, por su culpa, un plasma cuesta el triple que en Chile.

Mientras vuelan los drones siguiendo caravanas policiales con funcionarios presos, quienes ocupan sus sillones, legislan, norman y regulan de acuerdo con los nuevos y "definitivos" paradigmas. Nosotros, el pueblo, que somos casi los mismos, con algunas bajas propias del paso de los años, volvemos a alinearlos porque somos obedientes, volvemos a entusiasmarnos porque somos creyentes y al grito de "sí se puede" soñamos con vivir un poco mejor.

Por favor, gobernantes, honestidad en el uso del poder, inteligencia en la toma de decisiones y resignación anticipada. Quién les dice que en unos años un nuevo paradigma los sorprenda en pijama y descalzos como a Amado Boudou. Y vaya a saber con qué sistema televisivo para enfocarlos mejor. Ojalá que no, pero no se confíen.