El atroz encanto de ser argentino

Por Federico Baraldo

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Estudios recientes han definido que la sociedad argentina está marcada por la desconfianza hacia el Estado, por su individualismo. Motivos no le faltan, pues sucesivas administraciones vigentes en las últimas décadas, portan el dudoso privilegio de haber descalabrado los servicios que enorgullecían a los ciudadanos nacidos en los primeros años del siglo veinte.

Jorge Luis Borges escribió en 1973, que "el argentino, a diferencia de los americanos del Norte y casi todos los europeos, no se identifica con el Estado. Ello se puede atribuir a la circunstancia de que en este país, los gobiernos suelen ser pésimos o al hecho general de que el Estado es una inconcebible abstracción; lo cierto es que el argentino es un individuo, no un ciudadano…."

Han pasado más de cuarenta años desde esta cita, durante los que se vivieron guerras internas y externas, sufrimientos y resentimientos, alegrías y frustraciones. Con los ojos en la nuca, la sociedad acunó escepticismo ante la ruptura sucesiva de sueños y proyectos. Lo que no varió fue su esencia rebelde. Demasiadas veces ha constituido una desventaja. Es notable comprobar también que ha producido individuos excepcionales. Premios Nobel, un Papa!!!, una reina, deportistas brillantes, científicos e intelectuales de toda índole. Un escritor trasandino se refirió – en términos elogiosos – al atroz encanto de ser argentino. No le falta razón, pues conviven alhajas con deshechos.

El individuo atisba nuevamente detrás de la cortina. Aprieta los dientes ante los problemas diarios y ubica su mirada hacia adelante. Le importan poco las promesas y mucho menos las remembranzas. No espera aportes desde el Estado. No se atreve a exigir, pues lo defraudó demasiado. Quizás ponga su esperanza en horizontes que parecían ajenos. Es posible que avive su orgullo, agrisado por irresponsables y oportunistas. Pero cuidado, no está dispuesto a dar algo sin respuestas.

Le ensucian la cancha. Manchan instituciones y lo desorientan. Debe asimilar que le digan que el país es una mierda y la clase media sea parte del mismo componente. No entiende los dramas edificados entre un pobre ciudadano víctima de rencores entre supuestos reivindicadores del indigenismo y organismos del Estado que no se atreven a pisar territorio de la República. Tampoco las posturas de críticos y defensores de ambos bandos.

Quiere vivir en paz. Aspira a contar con el dinero necesario para darle de comer a su familia. Desea que sus hijos progresen y espera contar con la seguridad suficiente para caminar por calles abandonadas sin temor a que lo lastimen. En síntesis, pretende ser un ciudadano protegido por los derechos y garantías que proclama la Constitución.

Tiene razones para desconfiar. Le han prometido mucho y ha recibido poco. La frustración forma parte de su esencia. Mira los procesamientos de funcionarios corruptos con desconfianza. El cinismo no forma parte de su disco rígido. Pretende respuestas que lo animen para saltar hacia adelante.

Tal el panorama de hoy. Un acto electoral inmediato trazará algunas líneas. Lo deseable es que sean rectas y perdurables.