La unidad nacional no se discute, se defiende

¿España es una excepción o es una tendencia?

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La unidad nacional española lleva más de cinco siglos. Traumática y compleja como fue, inauguró, sin embargo, la modernidad. En el marco de las monarquías absolutistas se construyeron los Estados nacionales modernos. España, Francia, Portugal, Inglaterra, Rusia, por caso, iniciaron este movimiento que en el siglo XIX alcanzaron tardíamente Italia y Alemania.

Hasta la fecha el Estado nacional es la mayor creación geopolítica posterior a la salida del Medioevo. Dentro de sus fronteras se han dado las más grandes transformaciones económicas, sociales, políticas y culturales. El capitalismo, las revoluciones industriales, las revoluciones políticas, la república, la democracia, el Estado de bienestar, la justicia social, el desarrollo de la ciencia, la literatura, la pintura, la música y el cine, por poner algunos ejemplos. Las revoluciones socialistas, comunistas y nacionalistas se dieron, asimismo, en el marco del Estado nacional preconfigurado. Nadie en su afán de potenciarse sacó los pies del plato.

¿El siglo XXI verá el final de los Estados nacionales y la irrupción en el escenario mundial de pequeñas regiones aisladas? ¿España es una excepción o es una tendencia? Si fuese esto último, estaríamos en problemas. No hay Estados supranacionales, la globalización no los ha creado aún.

Cabe en estas circunstancias reflexionar sobre algunos trastornos similares que durante el siglo XIX estallaron aquí en América. En 1836, el estado de Texas se separó de México y se declaró república independiente, razón por la cual se encendió una guerra con México que culminó con el triunfo de Texas. Diez años después, Texas se incorporaba a una entidad geopolítica mayor, los Estados Unidos. Nueva guerra. Ganó Estados Unidos, se quedó con Texas, y además California y Nuevo México por la bicoca de cincuenta millones de dólares.

A fines de 1860, los estados sureños de los Estados Unidos se separaron de la unión para crear una confederación. No aceptaban un presidente que contara con apoyo norteño. El conflicto se arrastraba desde hacía años hasta que escaló a niveles intolerables. Había todo tipo de problemas, el modelo económico, el modelo social. Pero la causa última y más profunda la manifestó el presidente Abraham Lincoln en carta escrita al director del New York Tribune: "Mi principal objetivo en esta lucha es salvar la Unión, y no salvar la esclavitud ni destruirla; si pudiera salvar la Unión al precio de no liberar a un solo esclavo, lo haría; si pudiera salvarla liberando a todos los esclavos, lo haría y si pudiera salvarla libertando a unos y abandonando a otros, también lo haría". Como presidente de la unión, no podía hacer otra cosa. Murieron más de quinientas mil personas.

La unión nacional alemana acarreó dos guerras; contra Austria, en 1866 y contra Francia, en 1870. Ni que hablar de la unidad nacional italiana. Brasil también atravesó un problema similar en el siglo XIX entre el sur rico y republicano, y el norte pobre y esclavista. En síntesis, la construcción de Estados nacionales, como su destrucción, por lo general ocasiona guerras.

Dos o tres aspectos que el periodismo y los analistas deberían considerar a la hora de escribir y opinar sobre el actual problema español.

Primero, el separatismo de Cataluña no puede ser igualado y puesto en el mismo nivel que el nacionalismo de Marine Le Pen, el partido Alternativa para Alemania, el Fidesz húngaro o el putinismo en Rusia. Estos últimos no se proponen romper el país como lo desean los catalanes. Por el contrario, procuran cerrar filas nacionales ante el dislocamiento que se observa en Europa. Los catalanes son regionalistas, rupturistas de la nacionalidad, al menos lo que gobiernan esa provincia. En una interesante nota realizada al historiador británico John H. Elliott, en noviembre de 2016, el investigador especializado en historia de España aseguraba: "En la antigua Yugoslavia los serbios vivían obsesionados con los mitos. Este victimismo de los serbios es el mismo que el de los catalanes que durante siglos se han creído víctimas del gobierno de los castellanos. Es muy peligroso agarrarse a este tipo de mitología".

Segundo, la prensa mundial y la argentina en particular deberían considerar que más grave que una cabeza rota por un palo policial es un país roto por el egoísmo y los mitos de una región privilegiada. Lo que la élite europea debería considerar al momento de las eventuales fracturas nacionales es que hay algo más importante que los derechos individuales o regionales. Dicho de otra manera, por encima de la individualidad y la regionalidad está la existencia de un Estado nacional que es donde se garantizan esos derechos: individuales, sociales y regionales. Nada existe aún por fuera de una nación. El todo es superior a las partes.

El autor es director de escuela de adultos. Historiador. Autor de "El Perón liberal", "El retroprogresismo", "La gestión escolar en tiempos de libertad".