Los partidos simultáneos que se juegan en las próximas elecciones

Federico Baraldo

Compartir
Compartir articulo

Ni buenos ni malos, incorregibles. La definición de los peronistas atribuida a Jorge Luis Borges es aplicable, con saludables excepciones, a la sociedad y sus dirigentes. Políticos, sindicalistas, empresarios y otras corporaciones participan del calificativo.

Materia de análisis para especialistas en temas sociales y políticos, la conducta de los argentinos es de carácter fluctuante. Impulsada por el estado de necesidad o las corrientes ideológicas del momento, pasa de estatista a liberal sin excesivos sobresaltos. De esencia conservadora, puede oscilar entre izquierdas y derechas relativamente cercanas al centro, siempre que no involucre el bienestar.

Las décadas recientes lo ratifican. Afecta también a países vecinos y de otras latitudes, pero la diferencia está en el deterioro progresivo de las estructuras del Estado. Años atrás existían organismos públicos que se distinguían por la calidad profesional de sus funcionarios. El Banco Central y el Poder Judicial, por ejemplo, que fueron instituciones sólidas y confiables, fueron degradadas por sucesivas administraciones incompetentes.

Pasados los años K, teñidos por la corrupción y un pretendido progresismo, el péndulo oscila desde la centroizquierda hacia el lado opuesto. Un tercio de la población en la pobreza y prestaciones imperativas como la salud, la educación y la seguridad en crisis llevaron al cambio de conducción gubernamental. La magnitud de los problemas a encarar, sumada a impericias, provocaron desilusiones. Por esa brecha se coló Cristina Fernández de Kirchner, que, impulsada por su soberbia, se autoproclamó la alternativa obligada a Cambiemos.

No obtuvo el éxito pretendido y apunta a lograrlo en octubre. Se siente destinataria del apoyo de disconformes y opositores. Un buen número la seguirá, pero nadie garantiza que se alce con la mayoría. No obstante, se autocalifica como una heroína y niega que su administración fuera corrupta sin que le tiemble el pulso. Su actitud se encuadra en el clásico "yo no fui".

Confía en capturar a los simpatizantes del peronismo que siguieron otras propuestas. Corre el riesgo de pelarse la frente. Tiene una base importante, pero no suficiente. El colectivo Cambiemos trabaja para acotarla. Han saltado a cubrir carencias de millones de ciudadanos que sufren la ausencia del Estado como proveedor de servicios esenciales. Los programas de obras públicas y vecinales se aceleran tanto como la visibilidad que se les otorga. Los créditos hipotecarios y personales, sumados a la inflación en moderado descenso, persiguen el mismo objetivo.

Mauricio Macri y su equipo saben que el eje de su discurso pasa por la economía. En la medida en que mejoren los índices relacionados con el trabajo y la expansión, se ahuyentan los fantasmas del ajuste denunciado por la viuda de Kirchner. La parte medular de su discurso se basa en esta percepción.

Consciente de este panorama, la ex inquilina de Olivos cambió dramáticamente su estrategia y asumió el riesgo de conceder entrevistas periodísticas. Carece de la abundancia de medios que le proporcionaba su cargo, pero apela a su capacidad actoral para suplirlos. No tiene empacho en negar o distorsionar la verdad. Posee experiencia en la construcción de "relatos". Se pueden anticipar los resultados de los sondeos que seguirán a sus actuaciones. Sus partidarios quedarán encantados. No ocurrirá lo mismo con los que no la votaron ni con los que faltaron a las PASO.

A cuarenta días de la elección legislativa, pocos se atreven a firmar un pronóstico certero. La campaña ha comenzado a rodar con Cristina Fernández victimizada y doliente, y Macri mostrando su imagen de hacedor.

Como fuere, la ciudadanía local es resultadista. Le importan más las diferencias de goles que la belleza del espectáculo. Conviene recordar esta condición, pues se jugarán varios partidos simultáneos. Entre ellos, no se puede eludir o ignorar la situación crítica derivada del caso Maldonado. La falta de respuestas aviva la inquietud y el resentimiento. Cada parte acude al conocido recurso de embarrar la cancha.

El hueco que deja un clavo se tapa con otro clavo, que hoy puede llamarse Nisman. Habrá otros. Suena mal, pero es lo que ocurre.

El autor es miembro de ICC Baraldo, Consultores de Comunicación.