Hace más de 40 días que, como muchos, busco información sobre Santiago. Me conmueve la historia de su desaparición por los mismos o por otros motivos que a muchísimos otros. Sin embargo, con cierta tristeza percibo que estoy detrás del caso, que quiero saber si lo desaparecieron un grupo de gendarmes o si hay complicidad del Gobierno, quiero saber muchas cosas pero no sé quién es Santiago.
Me impactó haber leído que un gendarme, Neri Robledo, confesaba haber pegado una pedrada a un manifestante, aquel fatídico 1° de agosto, cuando se aprestaba a cruzar el Río Chubut. Según ese testimonio, extraño, el manifestante medía algo así como dos metros. Luego, fuentes del juzgado decían que no podían confirmar si podía tratarse de Santiago porque no saben su altura. Pregunto: ¿se pide colaboración a la sociedad para dar con su paradero apenas con la foto que todos conocemos? ¿No se aclara cómo camina, cuánto pesa o mide?
Es justo que nos interesemos en el rol del juez Guido Otranto, lento entre jueces lentos, o en la fiscal Silvina Ávila, difícil de entender aunque algunos medios ya se ocuparon de rubricar sus supuestos lazos con la procuradora Alejandra Gils Carbó. Ambos, más allá de las simpatías que profesen, se manejan al compás de lo que quiere el Ministerio de Seguridad. Por eso, la familia de Santiago pidió que se apartaran de la causa.
Pero, nos preocupa solo la aparición con vida de un desaparecido o nos interesa Santiago. El de carne y huesos. Con un poco de pudor, aclaro que no me preocupé por saber qué música le gusta, si está de novio, si sufre el frío o si profesa alguna religión. Veo su foto, de mirada profunda, sonrisa serena y barba de mochilero errante y no estoy en condiciones de contestar qué es un libertario del siglo XXI.
Digo, porque muchos prefieren caratular a contestar preguntas. Santiago nació en un tranquilo pueblo, 25 de mayo, en un convulsionado momento de una Argentina siempre convulsionada. Fue un 25 de julio de 1989, apenas 17 días después de que asumiera Carlos Menem la presidencia, gracias a que Raúl Alfonsín, finamente, aceptó adelantar la entrega del gobierno.
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No sé casi nada de Santiago y, sin embargo, estoy pendiente de sus noticias. La alarma de un desaparecido en democracia es suficiente para entender que esto importa más allá de quién sea Santiago. Pero importa mucho quién es Santiago.
Los periodistas solemos meter las historias singulares en las trituradoras de las redacciones para convertirlas en casos con más facilidad de la que Messi dibuja con la zurda. Percibo que, en cambio, muchos pibes y pibas llevan la foto de Santiago con más cercanía. Muchos pequeños gestos, como llevar la foto de Santiago en el auto o en la remera, recordarlo en las canchas y hasta en las ruedas de amigos, indica que muchos sienten, saben, que reclaman por una buena persona.
Porque ser mochileros y estar varios días sin bañarse les parece estar más cerca de la vida, porque dejar de comer carne es una pregunta que se hacen y porque, sospecho, estar en las montañas con hombres y mujeres que profesan creencias ancestrales es una buena manera de entender este momento de la vida, lejos de Donald Trump y de Kim Jong-un.
En el grupo de Facebook "Aparición con vida de Santiago Maldonado" hay mensajes que le dan valor singular al vínculo con Santiago. Por caso, Fabiana Ahumada escribe en el muro "Palabras como mamá" y dice: "Santiago está en mi casa. Lo traje anoche. Hace 30 días que lo veía por todos lados, siempre solo. Pasaba y me miraba pero yo seguía. Con los días comencé a observarlo, sus ojos, su pelo, su ropa, al pasar la semana descubrí su sonrisa, el verde de sus ojos y ya no pude dejar de pensar en él. Poco a poco fui escuchando que es un idealista, que es apolítico, que escribe, que es un artista tatuador, que tiene amigos, papás y un hermano que se emociona cuando lo nombra y lo busca. Cada vez que lo cruzaba por ahí sentía que el pecho se me cerraba, me llenaba de angustia y tristeza, tantos días solo, mirándome sin voz. Como soy mamá de cuatro que no tienen rastas, pero sí tatuajes (no todos) que son universitarios de la privada, que trabajan, que tienen sus parejas, era imposible no verlo como un hijo, podía ser un amigo de cualquiera de ellos y lo que sé de él me acercaba más. Idealista y Quijote, hermosa dupla. Me reflejé en Santiago. Crié a mis hijos con las premisas de justicia, igualdad, respeto hacia el otro, compromiso, compañerismo, integridad, sensibilidad y no me arrepiento. ¿Acaso está mal creer en utopías? Así que ayer, cayendo la noche escuchando que llovería al pasar y verlo, impulsivamente, con cuidado, muy despacito lo saqué de la pared en donde estaba y lo traje a mi casa. Una manera de protegerlo. Cosas estúpidas de madre. Ahora sus ojos me miran, su sonrisa me invita a sonreír mientras sigo preguntándome con dolor ¿dónde está Santiago?".
Buscar a los desaparecidos fue, durante años, un gran desafío de lucha contra la impunidad de un Estado terrorista. Se logró ganarle batallas a la impunidad y muchos de los responsables fueron y van a los tribunales. Pero hay un conflicto con la desaparición que no lo resuelven los códigos ni los castigos. Es la singularidad de cada historia. Es restituir la identidad de cada cual. Lo hacen, quizá con eficacia, quienes trabajan en Barrios por Memoria y Justicia, cuando construyen con las familias de los desaparecidos de la última dictadura, una baldosa para colocar en su memoria, o toda vez que se reconstruye la vida de un desaparecido. Si no hacemos eso, si no recorremos la vida singular de cada uno, corremos el riesgo de hacer desaparecer de nuevo a los que fueron desaparecidos.
Cada cual imagina a Santiago de acuerdo a cómo se mira en el espejo. No faltaron quienes subrayan que tomó clases de karate chino. Otros, que es anarquista. No pocos están preocupados por dirigir la investigación para encubrir un posible crimen. Algunos, curtidos en el oficio de manipular la información, apuestan a que Santiago salga de la agenda de los medios. Cuánto más podamos saber de su vida, sus gustos y disgustos, más presente estará Santiago y así podremos reencontrarnos con él a diario. Ojalá con él vivo. Si no fuera así, con una Justicia implacable, que no es la de Guido Otranto, y con unos culpables que paguen por sus culpas.