Ideales contrapuestos

Alberto Benegas Lynch (h)

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Es de interés reflexionar sobre el contraste que en general se observa entre la perseverancia y el entusiasmo que suscita el ideal autoritario y totalitario correspondiente a las variantes comunistas-socialistas-nacionalistas que, aunque no se reconocen como autoritarias y totalitarias, producen llamaradas interiores que empujan a trabajar cotidianamente en pos de esos objetivos. Al pasar recordemos la definición de George Bernard Shaw: "Los comunistas son socialistas con el coraje de sus convicciones".

Friedrich Hayek y tantos otros intelectuales liberales enfatizan el ejemplo de constancia y eficacia en las faenas permanentes de los antedichos socialismos, mientras que los liberales habitualmente toman sus tareas, no digamos con desgano, pero ni remotamente con el empuje, la preocupación y la ocupación de su contraparte.

Es del caso preguntarnos por qué sucede esto y se nos ocurre que la respuesta debe verse en que no es lo mismo apuntar a cambiar la naturaleza humana (fabricar "el hombre nuevo") y modificar el mundo que simplemente dirigirse al apuntalamiento de un sistema en el que, a través del respeto a los derechos de propiedad, es decir, al propio cuerpo, a la libre expresión del pensamiento y al uso y la disposición de lo adquirido de manera lícita. Esto último puede aparecer como algo frívolo si se lo compara con el emprendimiento que creen majestuoso de cambiar y reinventar todo. Se ha dicho que la quimera de ajustarse a los cuadros de resultado en la contabilidad para dar rienda suelta a los ascensos y los descensos en la pirámide patrimonial según se sepa atender o no las necesidades del prójimo se traduce una cosa muy menor frente a la batalla gigantesca que emprenden los socialismos.

Este esquema no sólo atrae a la gente joven en ámbitos universitarios, sino a políticos a quienes se les permite desplegar su imaginación para una ingeniería social mayúscula; también a no pocos predicadores y sacerdotes que se suman a los esfuerzos de modificar la naturaleza de los asuntos terrenos.

Ahora bien, esta presentación adolece de aspectos que son cruciales en defensa de la sociedad abierta. Se trata ante todo de un asunto moral: el respeto irrestricto a los proyectos de vida de otros que permite desplegar el máximo de la energía creadora al implementar marcos institucionales que protejan los derechos de todos que son anteriores y superiores a la existencia del monopolio de la fuerza que denominamos gobierno. El que cada uno siga su camino sin lesionar iguales derechos de terceros abre incentivos colosales para usar y disponer del mejor modo posible lo propio, para lo cual inexorablemente deben atenderse las necesidades del prójimo.

En otros términos, el sistema de la libertad no sólo incentiva a hacer el bien sino que permite que cada uno siga su camino en un contexto de responsabilidad individual y, en el campo crematístico, la asignación de los siempre escasos recursos maximiza las tasas de capitalización que es el único factor que permite elevar salarios e ingresos en términos reales. Hay quienes desprecian lo crematístico ("el dinero es el estiércol del diablo" y similares) y alaban la pobreza material, al tiempo que la condenan, con lo que resulta difícil adentrarse en lo que verdaderamente se quiere lograr. Si en realidad se alaba la pobreza material como una virtud, habría que condenar con vehemencia la caridad, puesto que mejora la condición material de receptor.

Algunos dicen aceptar el sistema de la libertad pero sostienen que los aparatos estatales deben redistribuir ingresos, con lo que están de hecho contradiciendo su premisa de la libertad y la dignidad del ser humano, puesto que operan en una dirección opuesta de lo que las personas decidieron con sus compras y sus abstenciones de comprar para reasignar recursos en direcciones que la burocracia política considera mejor. En la visión redistribucionista se trata a la riqueza como si estuviera ubicada en el contexto de la suma cero (lo que tiene uno es porque otro no lo tiene), es decir, una visión estática como si el valor de la riqueza no fuera cambiante y dinámico. Según Lavoisier, todo se transforma, nada se consume, pero de lo que se trata no es de la expansión de la materia sino de su valor; el teléfono antiguo tenía mayor cantidad de materia que el moderno, pero el valor de este resulta mucho mayor.

Lo primero para evaluar la moralidad de un sistema es resaltar que no puede existir siquiera idea de moral si no hay libertad de acción, puesto que, por un lado, a punta de pistola no hay posibilidad de considerar un acto moral y, por otro, la compulsión para hacer o no hacer lo que no lesiona derechos de terceros es siempre inmoral. En la sociedad abierta o liberal sólo cabe el uso de la fuerza de carácter defensivo, nunca ofensivo. Sin embargo, en los estatismos, por definición, se torna imperioso el uso de la violencia a los efectos de torcer aquello que la gente deseaba hacer, de lo contrario, no sería estatismo.

En el contexto de la sociedad abierta, como consecuencia de resguardar los derechos de propiedad se estimula la cooperación social, esto es, los intercambios libres y voluntarios entre sus participantes, lo cual necesariamente mejora la situación de las partes en un contexto de división del trabajo, ya que en libertad se maximiza la posibilidad de detectar talentos y vocaciones diversas; todo lo contrario de la guillotina horizontal que sugieren los socialismos igualitaristas. Y en este estado de cosas se incentiva también la competencia, esto es, la innovación y la emulación para brindar el mejor servicio y la mejor calidad y precio a los consumidores.

Como hemos apuntado en otras ocasiones, la libertad es indivisible, no es susceptible de cortarse en tajos, es un todo para ser efectiva en cuanto a los derechos de la gente. Los marcos institucionales que aseguran el antedicho respeto resultan indispensables para proteger el uso y la disposición diaria de lo que pertenece a cada cual. Los marcos institucionales constituyen el continente y las acciones cotidianas son el contenido, carece de sentido proclamarse liberal en el continente y no en el contenido, puesto que lo uno es para lo otro. Entonces, ser liberal de izquierda constituye una flagrante contradicción en los términos, lo cual para nada significa que la posición contraria sea de derechas, ya que esta posición remite al fascismo y al conservadurismo. La posición contraria es el liberalismo, y no el neoliberalismo, que es una etiqueta con la que ningún intelectual serio se identifica, puesto que es un invento inexistente.

Incluso para ser riguroso la expresión "ideal", que hemos colocado de modo un tanto benévolo en el título de esta nota, estrictamente no le cabe a los estatismos, puesto que esa palabra alude a la excelencia, a lo mejor, a lo más elevado en la escala de valores, por lo que la compulsión y la agresión a los derechos no pueden considerarse un ideal sino más bien un contraideal. Es un insulto torpe a la inteligencia cuando se califica a terroristas que achuran a sus semejantes a mansalva como "jóvenes idealistas".

Lo dicho sobre la empresa arrogante, soberbia y contraproducente de intentar la modificación de la naturaleza humana, frente a los esfuerzos por el respeto recíproco, no justifica en modo alguno la desidia de muchos que se dicen partidarios de la sociedad libre pero se abstienen de contribuir día a día en la faena para que se comprenda la necesidad de estudiar y difundir los valores de la sociedad abierta. E incluso las muestras de complejos inaceptables que conducen al abandono de esa defensa renunciando a principios básicos del mencionado respeto que permite que cada uno, al proteger sus intereses legítimos, mejore la condición del prójimo.

La sociedad abierta hace posible que las personas dejen de preocuparse solamente por cubrir sus necesidades puramente animales y puedan satisfacer sus deseos de recreación, artísticos y en general culturales. De más está decir que esto no excluye posibles votos de pobreza, lo que enfatizamos es que la libertad otorga la oportunidad de contar con medicinas, comunicaciones, transportes, educación e innumerables bienes y servicios que no pueden lograrse en el contexto de la miseria a que conducen los sistemas envueltos en aparatos estatales opresivos.

Lo dicho en absoluto significa que deban acallarse las posiciones estatistas, por más extremas que parezcan. Todas las ideas desde todos los rincones deben ser sometidas al debate abierto sin ninguna restricción al efecto de despejar dudas en un proceso de prueba y error que no tiene término. En eso estamos. Lo peor son las ideologías, no en el sentido inocente del diccionario, ni siquiera en el sentido marxista de falsa conciencia de clase, sino como algo terminado, cerrado e inexpugnable, que es lo contrario al conocimiento, siempre provisional y abierto a posibles refutaciones.

De lo que se trata es de pisar firme en los islotes de lo que al momento estimamos que son verdades, en medio del mar de ignorancia que nos envuelve. Y esto no suscribe en nada la contradictoria postura del relativismo epistemológico que, además de ser relativa, esa misma posición abriría la posibilidad de que una cosa al tiempo pueda ser y no ser lo que es y derribaría toda tentativa de investigación científica, puesto que no habría nada objetivo que investigar.

El concepto mismo de justicia es inseparable de la libertad y de la propiedad. Según la definición clásica se trata de "dar a cada uno lo suyo" y lo suyo remite a la propiedad. Aludir a la denominada "justicia social" se traduce en una grosera redundancia, puesto que la justicia no es mineral, vegetal o animal o, de lo contrario, apunta a sacarles por la fuerza sus pertenencias para entregarlas a quienes no les pertenece, lo cual constituye una flagrante injusticia.

Los socialismos proclaman que sus defendidos son los trabajadores (y los limitan a los manuales), pero precisamente son los más perjudicados con sus sistemas, ya que el desperdicio de capital por políticas desacertadas recae principalmente sobre sus bolsillos. El liberalismo, en cambio, cuida especialmente a los más débiles económicamente al atribuir prioritaria importancia a que a cada trabajador debe respetársele el fruto de su trabajo sin descuentos o retenciones de ninguna naturaleza y en un ámbito donde se maximizan las tasas de capitalización y, consecuentemente, los salarios. El nivel de vida no se incrementa por medio de decretos sino a través del ahorro y la inversión, lo cual sólo puede florecer en un clima de respeto recíproco y no someterse a megalómanos que imponen sus caprichos sobre las vidas y las haciendas ajenas.