Nueva longevidad, nuevos desafíos

Diego Bernardini

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Se sabe que cuanto más dramático es el suceso, mayor espacio suele ocupar en los medios. El caso del jubilado que decidió terminar con su vida en una dependencia de la Administración Nacional de la Seguridad Social (Anses) fue uno de los últimos que nos tocó vivir. Se escucharon muchas voces que opinaron sobre este consternador y desafortunado hecho. Periodistas, fiscales, empleados de la misma Anses, funcionarios jerárquicos y la propia familia.

No pude escuchar opinión alguna de un profesional especializado en el cuidado y la atención de personas mayores. Intentaré asumir ese papel con responsabilidad y respeto ante todo; y con la idea de invitar a una serie de interrogantes que nos permitan una reflexión que vaya más allá del título periodístico.

Me gustaría comenzar por lo último que el señor Estivill dijo antes de poner fin a su vida: "No puedo seguir con esta situación". ¿A qué situación se refería? Según se desprende de la declaración de la fiscal, el señor Estivill se encontraba muy deprimido y no tenía familia. ¿Será este el motivo para semejante decisión? Se mencionó también que lo que cobraba de jubilación no le alcanzaba para vivir. Poco después se supo que este no era el motivo. Es muy poco probable que lleguemos a saber a qué situación se refería, pero sí hay indicios que no deberían ser menospreciados.

El caso de un jubilado que decide acabar con su vida de la forma en que lo hizo el señor Estivill nos confronta al menos con tres situaciones: la primera es el papel del Estado, no olvidemos que se dio en una dependencia estatal. En un estudio del reconocido think tank Pew Research sobre actitudes se observó que en Argentina el 55% de las personas encuestadas piensa que el tema del envejecimiento es una facultad que atañe al Estado. El resto de los encuestados se repartió entre la familia y el propio interesado. La segunda es la realidad de lo que somos como sociedad y cómo actuamos; esto involucra a los empleados de la Anses, que fueron los primeros en acogerse a un paro motivado en la "inseguridad" de sus labores, lo cual vale decir que es cierto. Debería existir al menos un mínimo control de quién entra y con qué elementos, como existe en muchos otros países.

Ahora bien, ¿quién protege a los ciudadanos del usual maltrato que se sufre en dependencias estatales? Según la última Encuesta Nacional sobre Salud y Calidad de Vida de los Adultos Mayores, el 40% de los encuestados sufrió algún tipo de maltrato; las oficinas públicas y los bancos fueron señalados como los lugares de mayor frecuencia. Sólo basta recordar el personaje de la empleada pública de Gasalla. ¿Los empleados de Anses estarán entrenados para un trato amigable con las personas mayores? Esta estrategia, en el mundo entero, cada día cobra más adeptos. ¡Atención!

En tercer lugar, esta desdichada y triste situación nos confronta con nosotros mismos y nuestro propio devenir: cómo será nuestra vejez y cómo nos gustaría que fuera. ¿Cómo seremos tratados por las instituciones a las que hemos aportado toda nuestra vida laboral y qué debería garantizar la vilipendiada seguridad social? ¿Acaso en esta sociedad tan tecnologizada y global los viejos ya no importan?

Por si fuera poco, se dijo que el señor Estivill estaba deprimido. La depresión es una enfermedad y requiere de un diagnóstico médico. Es un problema de salud muy grave y no solamente afecta la forma en que pensamos y sentimos, sino que daña nuestra salud física, lo que nos lleva a alejarnos muchas veces de familiares, amigos o círculos más cercanos. En este caso, es verdad que había factores de riesgo: la muerte de la esposa, su amigo y una mudanza inminente con 91 años; estos factores de riesgo, más que sumarse, se potencian. Hoy sabemos que entre el 8% y el 10% de los mayores de 60 años sufre depresión diagnosticada y sólo la mitad recibe tratamiento.

También es justo decir que en adultos mayores la depresión está subdiagnosticada porque muchos profesionales creen que estar triste y sentirse solo es parte de la vejez. Esto es falso y forma parte de los estereotipos que caracterizan a las personas mayores. Ahora bien, ¿qué ocurrió que Estivill escapó a los radares del diagnóstico y el cuidado médico? Un simple interrogatorio podría haber inferido un estado de ánimo vulnerable, además de visibilizar rasgos en su personalidad como el hecho de que era cirujano retirado y había sido parte de las fuerzas de seguridad deberían haber al menos despertado alguna alarma. Un hombre de acción y adrenalina.

Esta situación se dio en Mar del Plata, una ciudad con cerca de 20% de personas mayores, porcentaje más alto que la media nacional y que significa algo así como 120 mil adultos mayores, de los que el 85% está bajo la órbita médica de PAMI. ¿Acaso Mar del Plata es parte de la red de ciudades amigables del adulto mayor que promueve la Organización Mundial de la Salud?

En un país donde cada día parece estar todo más distorsionado y donde lo anormal parece ser parte de la normalidad, es difícil encontrar espacio para la reflexión. Preguntarnos debe ser una obligación en la búsqueda no sólo de verdades sino de soluciones. El fenómeno de las personas mayores es un hecho de magnitud, de gran complejidad y también urgente. La revolución de la longevidad que vivimos implica nuevos desafíos que no tendrán respuestas simples, y para ello la reflexión se torna un ejercicio obligado. El caso del señor Estivill no fue el primero ni probablemente tampoco será el último. Estemos atentos.

El autor es médico de familia, doctor en Medicina (Universidad de Salamanca, España).