A 100 años de la Revolución rusa

Alberto Benegas Lynch (h)

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De las cuatro revoluciones que más han influido hasta el momento sobre los acontecimientos en el mundo, la inglesa de 1688 que destronó a Jacobo II por María y Guillermo de Orange, donde con el tiempo se recogieron en grado creciente las ideas de autores como Algernon Sidney y John Locke; la norteamericana de 1776, que marcó un punto todavía más profundo y un ejemplo para todas las sociedades abiertas en cuanto al respeto a las autonomías individuales; la Revolución francesa de 1789, que consagró las libertades del hombre, especialmente referidas a la igualdad de derechos (artículo 1), esto es, la igualdad ante la ley y la propiedad (artículo 2), aunque la contrarrevolución destrozó lo anterior; y por último la Revolución rusa de 1917, que, desde la perspectiva de la demolición de la dignidad del ser humano, constituyó un golpe de proporciones mayúsculas que todavía perdura sin el aditamento de "comunismo" porque arrastra el recuerdo de cientos de millones de masacrados y otras tantas hambrunas.

A juzgar por cómo está hoy la situación mundial con el notable avance del estatismo bajo la denominación de nacionalismo, es la Revolución rusa la que más influencia tiene en cuanto a los objetivos a seguir. Recordemos, entre otras, la obra de Jean-François Revel, La gran mascarada, donde muestra la comunión de ideales entre el nacionalismo y el comunismo. En mayor o menor medida el estatismo, es decir, el aparato estatal metido en las vidas y las haciendas de la gente que opera con cualquier etiqueta, necesariamente requiere de la fuerza para imponer su voluntad frente a las inclinaciones naturales de las personas a defender sus derechos al efecto de seguir sus caminos y sus proyectos. Por otro lado, tal como escribe el ex comunista Bernard-Henry Lévy en Barbarism with a Human Face: "Aplíquese marxismo en cualquier país que se quiera y siempre se encontrará un Gulag al final". Nótese el título de esta obra, que subraya el rostro humano de la barbarie, puesto que siempre se presenta para el bien de los gobernados, pero como señala C. S. Lewis en God in the Dock: "De todas las tiranías, una ejercida para el bien de las víctimas suele ser la más opresiva. Puede ser mejor vivir bajo ladrones que hacerlo bajo la moral omnipotente de los otros. Los ladrones a veces descansan, pero aquellos que nos tormentan para nuestro bien lo hacen sin descanso". Y agregamos nosotros que además estos últimos llevan a cabo sus desmanes sin necesidad de usar antifaces, porque lo hacen con el apoyo de la ley.

El eje central del comunismo es ponderado y alabado por numerosas personas a través de denominaciones varias como el socialismo, el populismo, el estatismo, el redistribucionismo y el ambientalismo; hasta el momento, esta última, la vertiente más moderna. En este caso es de interés destacar que, entre otras personalidades que he citado en su momento, el premio Nobel en física Ivar Giaever, el fundador y ex CEO de The Weather Channel, John Coleman, y el ex presidente de Greenpeace de Canadá, Patrick Moore, demuestran enfáticamente que el ambientalismo preponderante está rodeado de fraudes en las mediciones al efecto de recibir fondos gubernamentales para desarrollar tesis contrarias a las conclusiones científicas y así avanzar con los denominados "derechos difusos" y la "subjetividad plural" que desembocan en el contexto de "la tragedia de los comunes": para salvar la propiedad del planeta se destruye la institución de la propiedad a través del esmerado apoyo de los aparatos estatales, otro ángulo para llegar a idéntica conclusión respecto de la mencionada institución.

El régimen zarista, implantado en 1547 por Iván IV, el Terrible, con el tiempo se caracterizó por los atropellos de la policía política (Ojrana) con sus reiteradas requisas, prisiones y torturas, censura, antisemitismo, siervos de la gleba en el contexto del uso y la disposición de la tierra por los zares y sus acólitos sin ninguna representación de los gobernados en ninguna forma. Hasta que por presiones irresistibles y cuando ya era tarde debido a los constantes abusos, Nicolás II consintió la Duma, tres veces interrumpida, en medio de revueltas, cavilaciones varias y una influencia desmedida de Alejandra ("la alemana" al decir de la oposición en plena guerra), basada en consejos atrabiliarios de Rasputín.

Finalmente, el zar abdicó primero y luego se constituyó un gobierno provisional que en última instancia comandaba Kerensky, quien prometía "la instauración de la democracia" pero que finalmente se vio obligado a entregar el poder a los bolcheviques. Cuando Hitler invadió la Unión Soviética, en 1941, Kerensky, desde Nueva York, le ofreció ayuda a Stalin por correspondencia, la cual no fue respondida, una señal de desprecio que merecen aquellos que pretenden actuar a dos puntas.

Imaginemos la situación de toda la población campesina en la Rusia de los zares, nada instruida, qué recibía de parte de las posiciones más radicalizadas del largo período desde 1905 que comenzaron las revueltas hasta 1917, cuando estalló la revolución, primero, en febrero y, luego, en octubre, cuando los soviets se alzaron con el poder bajo el mando de Lenin. Imaginemos a estas personas a quienes se les prometía la entregade todas las tierras de la nobleza frente a otros que proponían limitar el poder en un régimen de monarquía constitucional y parlamentaria. Sin duda para esa gente resultaba mucho más atractivo el primer camino y no el de "salvar a la monarquía del monarca". Cuando hubo cesiones de algunas tierras, se instauró el sistema comunal que algunos pocos dirigentes trataron sin éxito de sustituir por el de propiedad privada (en primer término debido a los denodados esfuerzos de Stolypin).

Es que la tierra en manos de la nobleza como una imposición hacía creer que la propiedad era una injusticia. Esto se nota de modo destacado en el caso de Tolstoy, que, a pesar de sus extraordinarios escritos sobre lo detestable del poder político, se consideraba comunista por las razones expresadas. Los escritos a que me refiero son principalmente las A Confession de Tolstoy, donde consigna: "La esencia del error de todas las doctrinas políticas, desde las más conservadores hasta las más avanzadas , que conducen a las más infortunadas situaciones para la gente, estriba en el hecho de que se consideraba y aun se considera que resulta posible, a través de la violencia, unificar a las personas para que todos se sometan sin resistencia a la misma estructura de vida y de la conducta que resulta de ello". Y en su magnífico The Kingdom of God is Within You afirma: "Los hombres usualmente renuncian a lo que consideran sagrado y se someten a las demandas de los gobiernos porque no ven otro curso de acción […]. La corrupción consiste en arrancar la riqueza de las personas industriosas y trabajadoras por medio de impuestos y distribuirlas para satisfacer la codicia de los funcionarios gubernamentales, quienes como contrapartida mantienen la opresión sobre el pueblo". Tolstoy tenía una idea muy desfigurada del concepto de propiedad privada, ya que sus bienes originales antes de convertirse en una celebridad por sus novelas eran fruto de la entrega por parte de la nobleza.

Hubo otros casos, como el de Dostoievsky, que se conjetura que fue influido por dos estudiantes de la Universidad de Moscú becados accidentalmente por Isabel I en 1761 a Glasgow durante seis años para atender la cátedra de Adam Smith (los becarios fueron Seymon E. Desnitsky e Ivan A. Tretyakov). En este sentido es de interés reproducir un pasaje de Crimen y castigo: "Si a mí, por ejemplo, se me dice 'Ama a tus semejantes' y pongo este concepto en práctica, ¿qué resultará? —se apresuró a decir Ludjin con demasiado calor—; rasgaría mi capa y daría la mitad a mi prójimo y los dos nos quedaríamos medio desnudos […], todo el mundo está fundado en el interés personal. Añade la economía política que cuantas más fortunas privadas surjan en una sociedad, o en otros términos, cuantas más capas enteras hay, más sólida y felizmente está organizada la sociedad. Así pues, al trabajar únicamente para mí, trabajo también para todo el mundo; y resulta en última instancia que mi prójimo recibe más de la mitad de la capa y no solamente gracias a las liberalidades privadas e individuales, sino como consecuencia del progreso general".

El enfoque moderno de la institución de la propiedad privada es radicalmente distinto al feudal y zarista, consiste en que, dado que los bienes son escasos en relación con las necesidades, la asignación y la reasignación de derechos de propiedad en manos privadas en un proceso competitivo y por completo ajeno a la politización despierta un potente mecanismo de incentivos que se traduce en que los que mejor administran sus patrimonios, es decir, los que mejor satisfacen las necesidades de los demás son los que conservan o acrecientan sus riquezas y quienes yerran en los deseos del prójimo incurren en quebrantos. De modo tal que los que dan en la tecla respecto a las necesidades del prójimo son los que se benefician, al tiempo que inexorablemente benefician a los demás, lo cual, como queda dicho, es condición suficiente y necesaria para lograr ese objetivo.

Desde luego que esto no ocurre cuando comerciantes se alían con el poder político del momento para obtener mercados cautivos y otras prebendas en detrimento de la gente, ya que se ven obligados a pagar precios más altos, recibir calidad inferior o las dos cosas al mismo tiempo.

En la medida en que los gobiernos intervienen en los millones de arreglos contractuales libres y voluntarios, a saber, en el proceso de mercado, en esa medida se afecta la propiedad y consecuentemente los precios, que son los únicos indicadores para operar y, como resultado, se derrocha capital, que es el único factor que eleva salarios e ingresos en términos reales, en otros términos, se ensancha el empobrecimiento.

En este contexto, al alterar el sistema de precios, estos van dejando de mostrar los caminos para invertir o desinvertir en los diversos campos y cada vez más los operadores se alejan de la realidad y no saben a ciencia cierta qué materiales usar en sus producciones, puesto que no pueden conocer cuáles resultan más económicos y cuáles desperdician capital. Es por eso que técnicamente no hay tal cosa como economía socialista, puesto que no puede economizarse allí donde los precios están falseados. En el extremo, donde se abolió la propiedad (el objetivo de Marx y Engels) no hay contabilidad ni evaluación de proyectos. Por esto es que Ludwig von Mises escribe que todo el programa liberal puede resumirse en la propiedad privada, comenzando por el propio cuerpo, por la expresión del pensamiento y por el uso y la disposición de los bienes propios siempre y cuando no se lesionen derechos de terceros.

Si bien desde Platón se ha recomendado la colectivización de la propiedad, como hemos apuntado, la Revolución rusa marcó un punto de inflexión en la historia de la humanidad en cuanto a la ejecución de esa corriente de pensamiento que luego fue seguida por otros regímenes tiránicos y también por los que reniegan de los campos de exterminio y pretenden pasos menos extremos en la socialización, pero, al renegar parcialmente de la propiedad, obtienen resultados parcialmente negativos. En todo caso, León Trotsky vaticinó que la idea de los comunistas era "volver el mundo del revés" y, por el momento, en gran medida, eso es lo que lograron a través de múltiples vertientes.