Una semana en el infierno venezolano

Álvaro de Lamadrid

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El sábado 6 de mayo llegué a Caracas. El calor era intenso y al bajar del avión ya tuve el golpe de realidad brutal de lo que sería mi semana en Venezuela. A lo lejos se escuchaban disparos, sirenas y densas nubes blancas de gases lacrimógenos ganaban altura entre los techos de las casas, los edificios y los barrios cercanos al aeropuerto de Maiquetía.

Ya había sido entrevistado por medios venezolanos muchas veces antes de mi viaje, lo cual significaba un peligro, no sólo para mi estadía en el país, sino para el ingreso. El Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin) y la Guardia Nacional, que es el ejército hoy utilizado como policía, bien podían deportarme y no dejarme entrar al país. Era un riesgo, pero sólo el primero de tantos otros.

La denuncia que realicé en febrero de 2016 ponía el foco en dos temas que relacionaban a Venezuela y a Colombia, donde estuve en junio de 2016 por este tema y solicitaban investigar distintos aspectos de la corrupción del kirchnerismo, señalando entre ellos con distintos elementos probatorios allí establecidos que esa red de hipercorrupción de los Kirchner no se dio sólo fronteras adentro, sino que tiene que ver con nexos, vínculos y conexiones internacionales. A través de ellos, según mi entender, los Kirchner junto al chavismo y la Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), manejaban el negocio del narcotráfico en Latinoamérica; llevaban adelante un sideral operatorio de lavado de dinero en varios países del mundo.

Al llegar al aeropuerto pude darme cuenta de que los argentinos ya no somos tan bien recibidos en Venezuela. Pasó la época en la cual el régimen chavista tenía instrucciones precisas de dar un tratamiento preferencial a toda aquella persona que llegara al aeropuerto y exhibiera un pasaporte azul con la leyenda "República Argentina". Ya no somos vistos como los socios del régimen sino como sus enemigos. Dos cosas denostó Nicolás Maduro en la televisión durante mi estadía: al gobierno de Estados Unidos y de mi país, de Argentina.

Ocurrió lo previsible. Al pasar por Migraciones comenzó el hostigamiento. "¿Qué viene a hacer aquí usted?" me preguntó de mal modo un oficial de la Guardia Nacional. Había memorizado las previsiones por recomendación de quienes me habían invitado. "Vengo de turismo, voy a ir a las playas de Tucacas, me han dicho que son muy bonitas. Estaré una semana en Venezuela y, por cierto, lamento no poder quedarme más e ir a Margarita. Será la próxima. Tengo mi reserva de hotel para hoy en Caracas [y la mostré], y ya luego salgo para la playa".

"Así que viene de turismo" me contestó. "Por favor, abra su valija". Sin molestarme y de modo muy seguro y dispuesto le dije: "Claro, como no, a la orden" y la abrí. Allí estaban mis bermudas, el short de playa, las ojotas, las alpargatas, las remeras, el protector solar a la vista.

El oficial de la Guardia Nacional me contestó: "¿Y para qué trae un saco y camisas?". "Bueno, amigo, algún día iré a cenar, para estar presentable. Si bien la mayor parte del tiempo estaré en la playa". Todo sonó muy convincente y pude pasar. No sé qué hubiera pasado sin cumplir estas previsiones.

Ya estaba en Caracas. Me esperaba mi chofer Giuseppe. Lo saludé y me dijo: "Lo estaba esperando, sé bien lo que viene a hacer a Venezuela y se lo agradezco, necesitamos la ayuda de todos, nos están matando de hambre y en las calles. Lo vamos a cuidar, estese tranquilo, tengo instrucciones de estar siempre con usted. Este carro es blindado, acá el que puede se mueve así".

"La empresa que brinda los carros es muy buena, se llama Santa Cruz Blindados", me dijo el chofer. Santa Cruz, irónicamente, donde viví once años en Argentina y donde me acostumbré a vivir en peligro y a tener que cuidarme de mi propio gobierno, a ser escuchado y espiado por años y vivir en peligro. Mientras pensaba en eso, para mis adentros, mi chofer me decía justamente: "Debe cuidarse, acá lo van a seguir, nunca anticipe a dónde va y tenga cuidado con el celular".

Llegué al hotel y pude ver el final de la marcha de las mujeres en Plaza Francia, en Altamira, en la alcaldía del Chacao, donde fue alcalde Leopoldo López.

Al otro día, el domingo 7, di algunas entrevistas a Buenos Aires y una nota con Fiorella Perfetto, jefe de investigación de Caraota Digital, conocida ella como la Lanata venezolana.

El lunes 8 de mayo tenía mi primera reunión con María Corina Machado, en la sede central de Vente Venezuela. Analizamos la situación actual de Venezuela en profundidad, coincidimos en el diagnóstico y las acciones por venir. La acompañé junto a sus militantes y a toda la sociedad venezolana a la marcha de ese día en Caracas hacia el Ministerio de Educación. La gente me reconoció como argentino, me agradeció entre lágrimas estar allí, me pidió que transmitiera este agradecimiento al pueblo y al gobierno de mi país.

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Vi jóvenes, adultos, gente en sillas de rueda, muchas mujeres, niños, todos emocionados. Una marcha por la libertad y la república. Una jornada histórica como las que se siguen viviendo a diario en Venezuela.

Al otro día los medios locales, aquellos pocos que todavía reflejan las noticias y honran la profesión, dieron cuenta de mi presencia en la marcha. Me sentía feliz de que a través de mí de alguna manera se expresara el acompañamiento de los argentinos, aunque más no sea de manera simbólica. Pero ello incrementaba mi inseguridad y me visibilizaba mucho más.

Marchar en Venezuela, que te requisen un celular con fotos de la marcha o líderes opositores, ayudar a los manifestantes, venderles agua, es una tarea que se juzga como traición a la patria o terrorismo. Todo eso, tratándose, en mi caso, de un extranjero, era mucho más grave para las alocadas y violatorias de los derechos humanos reglas del régimen de Maduro.

Lo expuesto, sumado a que en Venezuela hoy día se aplica el Plan Zamora, que consiste en sacar a los civiles de su ley natural y tribunales civiles y juzgarlos por tribunales militares, encarcelarlos directamente en el Helicoide, instalaciones del Sebin o cárceles militares, sólo por manifestarse, como el caso de Leopoldo López y otros más de 3.600 presos políticos existentes.

El martes 9 tenía la visita a la Asamblea Nacional para participar en la sesión importante que se llevaría a cabo, invitado por el bloque de diputados de Vente Venezuela, quienes me presentaron al grueso de sus colegas parlamentarios.

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El orden del día de la sesión incluía el tratamiento y la declaración sobre la desaparición forzosa del diputado en funciones por el Estado de Barinas, Wilmer Azuaje Cordero, quien fuera secuestrado por fuerzas del régimen (Sebin) hace 13 días, sin saberse nada de él.

Fui recibido por los diputados de María Corina y rápidamente comencé a interactuar con los presidentes de los demás bloques que me fueron presentados, que son Voluntad Popular, el partido de Leopoldo López y Lilian Tintori; Primero Justicia, que es el partido de Henrique Capriles; Acción Democrática, y los otros partidos de la oposición.

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La actividad de la Asamblea Nacional el martes 9 fue muy significativa, porque incluso el director de protocolo y ceremonial de la Asamblea Nacional me recibió muy calurosamente. Me aplaudieron de pie los diputados de todos los bloques. La bancada del gobierno no estaba presente.

Sus bancas estaban vacías y lo hacen regularmente. Han abandonado la Asamblea Nacional, no les interesa. El presidente de esa bancada es Diosdado Cabello, acusado de ser el jefe del narcotráfico, que maneja el Gobierno. Antes era el presidente de la Asamblea Nacional, hace un año perdieron las elecciones y ahora el presidente es Julio Borges, de la oposición y el chavismo ya ni asiste a las reuniones.

Han logrado, a través del Tribunal Supremo, que se invaliden sistemáticamente todas las actividades, las leyes y todo lo que hace la Asamblea Nacional. Los diputados no cobran hace 10 meses, es decir, prácticamente desde que asumieron y eso les imposibilita llevar adelante la tarea legislativa y política. Como los pagos vienen de tesorería y se efectúan desde el Ejecutivo, no les pagan, porque la Asamblea Nacional no produce nada y no puede tener dinero para garantizarse el pago de los sueldos y todo lo operativo.

El sueldo que ha fijado el gobierno para los diputados actualmente es de 9 dólares y ni siquiera se los pagan. Me permitieron exponer sobre estos vínculos que denuncié entre el kirchnerismo, el chavismo y las FARC. Lo último de la reunión fue una comunicación vía Skype con Luis Almagro, secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA), que informó todas las gestiones que está haciendo el organismo para intentar una salida democrática en Venezuela.

El jueves 11 y viernes 12 de mayo estuve en Valencia, estado de Carabobo junto al diputado Ángel Álvarez Gil, de Voluntad Popular. Participé de encuentros pautados con el Colegio de Abogados de Carabobo y el Foro Penal que trabaja en la liberación y los recursos de habeas corpus de los presos políticos. También participé de la Marcha de los Abuelos y conversé largamente con Salvatore Lucchese y Enzo Scarano, dos líderes opositores que compartieron cárcel de Ramo Verde con Leopoldo López y fueron liberados. Me contaron sus vidas y sus días en la cárcel.

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En Valencia nos siguieron agentes del Sebin y nos sacaban fotos. Participé de una reunión de la Mesa de Unidad Democrática (MUD), que reúne a toda la oposición y expuse sobre los paralelismos entre Venezuela y Argentina en el sentido de que se ve claramente cómo se organizó el gobierno directamente para delinquir, por eso me refiero a una organización criminal, que es mucho más que ser un régimen. Igual que en Argentina, los Kirchner tomaron el Estado para hacer negocios particulares, para adueñarse de los negocios públicos y convertirlos en una alcancía privada. Pocos ricos y una mayoría de pobres.

En cuanto a lo que sucedió en ambos pueblos, les expliqué que en Argentina hablamos de "la grieta" para referirnos a la división que creó el kirchnerismo, igual que el chavismo. Ambos gobiernos, a través de la prostitución política, crearon una horda de fanáticos que está en todos los estratos sociales; empresarios, artistas y otros grupos sociales que participaban en actos con el gobierno y que se han volteado. Lo mismo que ahora sucede de modo más grave y dramático en Venezuela pasó en escala menor en Argentina, hubo mucha violencia y desunión. Hoy esa división está, es una realidad, pero esos 12 años fomentando el odio no se pueden solucionar en un año y medio. Les señalé que en Argentina hubo un cambio de gobierno, pero no se terminó de hacer un cambio republicano del sistema político, y eso todavía está en juego.

En Venezuela muchos se han enriquecido a través de defender al gobierno por dinero, no por ideas o por amor, venciendo los valores y traspasando los niveles más básicos de la dignidad. Pero Venezuela primero debe volver a la normalidad institucional y la separación de los poderes, y recién de ahí podrá pasar a la siguiente tarea, que es la pacificación de los venezolanos.

Sólo se podrá sanar la grieta en los dos pueblos a través de la justicia y las oportunidades; la indignación, la bronca y el hartazgo se tienen que transformar en conciencia, en memoria y en verdad. Si esto no ocurre, corremos el riesgo de olvidar rápido y que esto vuelva a repetirse.

Venezuela necesita un gobierno que reinstaure la democracia, eso tiene que ver con que la oposición, que es el vehículo de la sociedad civil, se ponga los pantalones largos, abandone los egoísmos personales, las figuraciones, el vedetismo, y piense exclusivamente en su país.

Eso es lo primero, lo segundo es estar dispuesto a transitar una estrategia lineal que es hacer lo que se tiene que hacer para encontrar la salida. En esa búsqueda de la salida, de atajos, de diagnósticos, quiero destacar a María Corina Machado, que hoy su lucha se ha revalorizado, su coherencia en el tiempo y en el accionar político.

Desde mi punto de vista, uno de los aspectos que ha fallado en Venezuela es el análisis de un verdadero diagnóstico de la situación. Se perdió muchísimo tiempo porque se erró en cómo calificar al gobierno, frente a qué se estaba peleando y cuál era el accionar político correcto, se iba manejando día y a día y por los sondeos. En ese sentido hoy veo una mejor oportunidad, porque creo que se aprendió, y mucho de lo que pasó dejó una enseñanza.

Veo a un gobierno acorralado, que sólo lo defienden unos pocos; lo único que sostiene al régimen es el poder militar y eso no va a ser hasta siempre, porque no van a poder reprimir al pueblo indefinidamente y porque no se puede mantener un alto nivel de presión y estrés en el tiempo. Si el pueblo no abandona la calle, por supuesto pacíficamente, porque el chavismo sí quiere el caos y la violencia, y la dirigencia se moviliza, van a empezar a encontrar la solución al problema en Venezuela.

No se puede saber cuánto va a durar el proceso de agonía y decadencia del régimen, pero no tengo dudas de que ese proceso ya comenzó.

Pero esto no puede terminar en un "salimos de Maduro y todos contentos". Tiene que venir un proceso de justicia profundo, porque lo que pasó en Venezuela ha sido una atrocidad y no puede quedar impune.

Regresé a Caracas desde Valencia el sábado 13 de mayo, otra vez con Giuseppe, mi chofer, en camioneta blindada.

Llegamos a Maiquetía y Giuseppe me confesó: "Álvaro, leí sus notas en Caraota Digital y Noticias Venezuela. No sabía que usted estuvo tan en peligro en su país, no me contó nada, y yo dándole concejos de cómo cuidarse". Cuando me alejaba, me gritó: "Álvaro, coño, acá te queremos de vuelta con nosotros, cuando esto termine y venga la democracia, tú debes estar en Caracas en la imposición de mando de nuestro nuevo presidente".

Me di vuelta y le grité: "Así será, hermano, aquí estaré de nuevo, cuentan con eso". Ya no me importaba qué podía pasar en Migraciones, lo peor era ser deportado, la tarea estaba hecha.

 

El autor es dirigente UCR CABA.