Los científicos del Conicet se equivocan, el color de la bandera es celeste y estas son las pruebas

Juan Pablo Bustos Thames

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Bandera de San Francisco antes de ser restaurada
Bandera de San Francisco antes de ser restaurada

En esta semana, y obteniendo una gran repercusión mediática, investigadores del Conicet han afirmado, sin rigor histórico, que la bandera argentina más antigua era de color "azul de ultramar" y no celeste, como se creía.

No podría estar más en desacuerdo. ¿Por qué digo esto? En 2015, publiqué La bandera del Templo de San Francisco: la insignia argentina más antigua. Es la obra más completa sobre el origen de este emblema que se guarda en el Convento de San Francisco, en San Miguel de Tucumán. Mide 1,72 m de alto y 2,90 m de largo. Conserva una proporción de 2:3, habitual en los pabellones de la época. Esta bandera fue donada por el primer gobernador de Tucumán, Bernabé Aráoz, a la Escuela de San Francisco y lleva pintadas, en dorado, estas leyendas: "A la Escuela de San Francisco", "Tucumán 1814", "Donó" y "Don Bernabé Aráoz gobernador".

Su franja superior celeste mide 71 cm de altura; la central blanca, 50 cm; y la inferior celeste, 51 cm. Es decir, la superior tiene unos 20 cm más de alto que las otras dos. La leyenda pintada podría llevarnos a pensar que esta bandera data de 1814. Las enseñas patrias anteriores a 1814, que han llegado a nosotros, son cuatro: la Bandera Nacional de nuestra Libertad Civil, donada por Manuel Belgrano al Cabildo de Jujuy en mayo de 1813, y tres banderas supuestamente enarboladas por el Ejército del Norte durante la batalla de Ayohúma, 14 de noviembre de 1813, que se resguardan: una en Sucre, Bolivia, llamada Bandera de Macha; otra en el Museo Histórico Nacional, reputada como Bandera de Ayohúma; y la última, en el Museo Histórico Provincial Juan Galo Lavalle de Jujuy, que se denomina Estandarte de Ayohúma, traído por el capitán Marcos Estopiñán luego de la derrota.

Recreación de la bandera de San Francisco
Recreación de la bandera de San Francisco

En 1928, monseñor Pablo Cabrera encontró en el archivo franciscano de Buenos Aires una carta de 1812 del guardián del Convento de San Francisco de Tucumán al provincial de la orden, donde informaba: "Se había hecho una bandera de tafetán celeste y blanco, con sus borlas, y dos cintas de más de cuatro dedos de ancho, una blanca y otra celeste". Es la misma bandera que los científicos del Conicet dicen haber analizado.

Compulsando el Libro de Ingresos (1780-1845, tomo II) del convento de Tucumán, encontré un asiento de fecha 7 de octubre de 1813 que reza: "En la Escuela se ha puesto una bandera de tafetán celeste y blanco con sus borlas de lo mismo y dos cintas de más de cuatro dedos de ancho, una blanca y otra celeste que penden de la lanza; esta es de latas, con su asta de dos varas, y tres cuartas, que la costeó el Gobierno para los paseos de los jueves por la plaza y otras festividades que se hagan por orden del Gobierno".

Es decir que para el 7 de octubre de 1813, más de un mes antes de que tuviera lugar la batalla de Ayohúma, la Escuela de San Francisco ya tenía una bandera "de tafetán celeste y blanco". El tafetán es una tela de lujo, generalmente de seda. La bandera de San Francisco que vi antes de su restauración es de seda. El mismo estudio del Conicet lo confirma.

Expresa el documento que "la costeó el Gobierno para los paseos de los jueves por la plaza y otras festividades que se hagan por orden del Gobierno". La bandera de San Francisco, entonces, fue pagada por el Gobierno y no por los frailes del convento.

Entre 1812 y 1813 Aráoz no era gobernador de la provincia de Tucumán, entidad que recién se creó en 1814. Entonces, la bandera fue costeada por el Cabildo de Tucumán, a instancias del propio Bernabé Aráoz y donada a la antigua Escuela de San Francisco hacia 1812. Sin embargo, se registró su presencia en los libros franciscanos de Tucumán recién en octubre de 1813. Al consignar su origen, los frailes aludieron al Gobierno como referencia al Cabildo. Por eso, hacia 1814 y a fin de inmortalizar quién había sido el gestor de esta donación, Aráoz hizo grabar en la bandera su propio nombre, pero ya en el carácter de flamante gobernador de la recientemente creada provincia de Tucumán. Es muy probable que Aráoz hubiera jurado como gobernador frente a esta misma bandera, a fines de 1814, oportunidad en la cual tal vez hizo pintar la leyenda que vemos hoy.

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Todos los jueves se realizaban paseos en la actual Plaza Independencia. Pudieron haber sido desfiles, actos patrióticos o procesiones, donde se sacaba la bandera. También se la prestaba para presidir otros festejos o actos organizados por el Cabildo. Así, Bernabé Aráoz, de un solo tiro, solucionó la falta de bandera en la única escuela de la provincia y en el Cabildo.

Las banderas de seda son robustas y resistentes. La bandera de San Francisco no era una insignia de guerra ni estuvo sometida a las inclemencias del tiempo. Era principalmente un emblema de interiores, que se sacaba a pasear semanalmente. Se han conservado banderas de guerra de la época, de manufactura similar (de seda) en bastante buenas condiciones.

Es poco probable, ante la escasez de materiales para confeccionar banderas celestes y blancas en la época, que la modesta Escuela de San Francisco se hubiera dado el lujo de renovar su bandera escolar todos los años como para tener una en 1812 y otra nueva al año siguiente u otra en 1814. Por lo tanto, se debe tratar de la misma bandera, registrada primero en 1812 y pintada luego en 1814. No se explica de otra manera que una misma bandera fuera compartida entre la escuela y el Cabildo.

Pero hay más: en el Libro de Disposiciones del Convento (período 1748 a 1826), página 8, existe una disposición del 28 de junio de 1814. En ella figura inventariada: "It. Una bandera de tafetán celeste y blanco con sus borlas y dos cintas de más de cuatro dedos de ancho, una blanca y otra celeste que pende de la lanza, esta es de lata con sus astas de dos varas y tres cuartas, que la costeó el Gobierno para los paseos de los jueves por la plaza y otras festividades que se hagan por orden del otro Gobierno".

Es decir, en las tres oportunidades en que la bandera de San Francisco es aludida en los registros franciscanos, en 1812, 1813 y 1814, siempre es descrita como "una bandera de tafetán celeste y blanco". En ningún momento se la menciona como de color azul. Su factura es celeste y lo confirman los documentos de la época. No creo que los frailes de entonces hayan sufrido alguna afección que les impidiera distinguir el azul del celeste, y mucho menos en tres oportunidades sucesivas.

Cuando tuve la oportunidad de ver la bandera, el color uniforme en toda la superficie de las alas superior e inferior era celeste. No se observa ningún tipo de decoloración o de deterioro del azul por el supuesto paso del tiempo. Además, como señala el vexilólogo Francisco Gregoric, conclusión que comparto: "Las banderas azul oscuro no decoloran al celeste. Todas las banderas de la época de Rosas que se conservan siguen siendo azules hoy y las banderas antiguas del siglo XIX que eran celestes se ponen a veces medio verdosas (ésta está medio verdosa). Si esta bandera fue azul originalmente, sería el único caso conocido (y milagroso) de una bandera que se vuelve celeste. O, caso contrario, que me muestren otros ejemplos históricos. Se conservan banderas de Estados Unidos, Francia o de Gran Bretaña antiguas y el azul sigue siendo azul".

Bandera de la época de Rosas, que flameó en la Vuelta de Obligado
Bandera de la época de Rosas, que flameó en la Vuelta de Obligado

En efecto, es claro que el azul no destiñe a celeste. Y es claro también que la bandera de San Francisco fue siempre celeste. Celeste fue el color que vieron los frailes y como se la registró en la historia; y celeste es el color que conserva hasta el día de hoy.

Además, todas las fuentes históricas documentales y gráficas coinciden en que las primeras enseñas patrias eran celestes. La más antigua es el oficio que, el 27 de febrero de 1812, Manuel Belgrano remitió al Primer Triunvirato, donde describe a la primera bandera argentina: "Blanca y celeste, conforme a los colores de la escarapela nacional".

Las primeras banderas eran claramente celestes: tanto la de Macha como la de Ayohúma. En cuanto al Estandarte de Ayohúma, rescatado del campo de batalla por Estopiñán, expresa el profesor Guillermo Brocchini: "De la bandera enarbolada en Rosario, no quedan dudas: Belgrano indicó claramente 'blanca y celeste'. Hay ejemplares de la época (como la bandera de Estopiñán, en Jujuy) en que se utiliza el azul… Las diferencias de color deben atribuirse a la disponibilidad de materiales al confeccionar cada ejemplar. La única referencia al azul es el decreto de Pueyrredón para el pabellón naval, del 7 de marzo de 1818. La razón es puramente práctica: el azul resiste más la inclemencia marina, pero solamente por esta razón (incluso se indica estrellas rodeando el sol y en los dos campos azules)".

En efecto, el estandarte de Estopiñán, contemporáneo de la bandera de San Francisco, era una insignia de combate, fue sometida a las inclemencias del tiempo y aún conserva agujeros de bala. Su color es celeste oscuro y no ha sufrido decoloraciones por el tiempo. ¿Cómo se explica, entonces, que una bandera de combate no se haya deteriorado y que una bandera de interior, de escuela, haya decolorado en forma homogénea y uniforme de azul a un color celeste cielo? Evidentemente, las conclusiones de los investigadores del Conicet no tienen asidero alguno y no revisten el menor análisis ni el más mínimo rigor histórico.

Finalmente, tenemos un documento gráfico irrefutable. Cuando Belgrano se hizo retratar en Londres, el pintor francés que lo inmortalizó incluyó en su cuadro la imagen de un ejército pronto a entrar en batalla. Hoy podemos apreciar que ese mismo ejército enarbola banderas blancas y celestes (no azules). Esta inclusión obedece seguramente a instrucciones del propio Belgrano. Este registro gráfico es categórico para desvirtuar este burdo intento de pretender alterar, sin documentación alguna, un aspecto de nuestra historia, que se encuentra debidamente comprobado.

El autor es abogado y escritor experto en investigaciones históricas. 

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