Del rechazo a la integración, Argentina ante la discriminación racial

Cecilia Borscak

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Desde 1966 y bajo el lema de la eliminación de la discriminación racial, la Asamblea General de la ONU conmemora cada marzo una matanza ocurrida en Sudáfrica contra opositores al Apartheid. En virtud del análisis de aquel acontecimiento, reflexionaré sobre lo ocurrido a lo largo de nuestra historia nacional con la segregación racial.

Cada pueblo construye un modelo de ser nacional y busca conservarlo a través del tiempo. Muchas veces se rechaza, excluye o incluso elimina a aquellas personas que no son consideradas propias del modelo construido. Mucho de la discriminación racial tiene su origen en esa construcción. Argentina estableció su ser nacional a mediados del siglo XIX, cuando una generación de intelectuales sentó las bases de lo que creían que debíamos ser. Juan B. Alberdi dejó en claro que éramos europeos nacidos en América y que poco o nada tenían indios y gauchos que aportar a la construcción de la nación. Antes que él, Esteban Echeverría ya había hablado del indio como salvaje y sería Domingo F. Sarmiento el que fuera más lejos al dividir el terreno entre la civilización —lo europeo— y la barbarie —los nativos y los mestizos. Por esto, los gauchos serían diezmados con un reclutamiento forzoso, porque representaban el supuesto atraso que dicha generación, llegada finalmente al poder, quería erradicar. "La sangre es lo único que tienen de seres humanos esos salvajes", dijo de ellos Sarmiento en carta a Bartolomé Mitre.

Los indígenas correrían la misma suerte producto de las campañas en Patagonia y Chaco, morían o debían refugiarse en países limítrofes. Se procuraba fundar una nueva nación, con inmigrantes europeos que traerían su ciencia y su civilidad. Argentina se abría "a todos los hombres del mundo" y, aunque no llegaron todos, varios millones cruzaron el Atlántico buscando un futuro mejor. Tanos, gallegos, rusos dominaron la escena nacional. Y los mismos gobernantes que arrasaron al nativo consideraron que era necesario educar a los recién llegados como argentinos. Que era fundamental construir un sentimiento de pertenencia que llegaría a través de la educación gratuita y obligatoria. Los mismos dirigentes que eliminaron al diferente estaban integrando a otros diferentes. Los integraban al ser nacional.

Desde entonces, Argentina ha recibido a miles de personas. Exiliados de la guerra civil española, refugiados de las persecuciones de Paraguay, sobrevivientes de las guerras mundiales, por mencionar algunos ejemplos. Tenemos aún una deuda con nuestros pueblos originarios, pero también tenemos una historia de apertura, integración y acogimiento. En un mundo que levanta muros y rechaza al extranjero, los argentinos debemos recordar que hemos sido una tierra abierta al mundo. Donde sin importar la religión, la raza o las costumbres y superando la desconfianza que el encuentro entre distintos puede generar, pudimos integrarnos en una misma patria. Construimos patria cuando hay unión tolerando las diferencias, nunca cuando se rechaza o excluye.

 

La autora es historiadora de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral.