La dura tarea de salir del populismo

Guillermo Castello

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No estamos viviendo una transición entre un gobierno y otro ni entre un modelo económico y otro. Estamos asistiendo a algo mucho más importante: el inicio de un proceso de retirada de setenta años casi ininterrumpidos de un populismo que ha destronado a nuestra nación de las primeras potencias del mundo para hundirla en un pantanoso subdesarrollo del que hoy tenemos la oportunidad de salir.

La incertidumbre y los sinsabores que muchos compatriotas están sintiendo no son consecuencia sólo de correcciones macroeconómicas necesarias sino de un histórico proceso de transformación que nuestra sociedad debe encarar sin más dilaciones.

Setenta años en los que se ha inculcado a nuestra sociedad que el progreso nacional depende de la riqueza de nuestros recursos naturales y de líderes mesiánicos que con su infinita generosidad nos regalaban casa, comida, trabajo y subsidios. Líderes a los que nunca se les pedía que cumplieran la ley, se alternaran en el poder, respetaran la independencia judicial o rindieran cuentas a la opinión pública.

Setenta años en los que los gobiernos anularon el espíritu emprendedor, la capacidad de soñar y la cultura de trabajo de millones de compatriotas que se fueron convenciendo de que tenían derecho a esperar la felicidad de sus generosas manos, cosa contraria a la naturaleza, como magistralmente señaló Juan B. Alberdi.

No sólo estamos saliendo de la catastrófica "década ganada" sino también de sus lamentables consecuencias: una cultura cortoplacista, inestable y oportunista que es hija del populismo y madre de la viveza criolla, del desprecio por la ley y de la indolencia. Estamos en los comienzos de una etapa histórica que puede dar vuelta la página de setenta años de decadencia sostenida para abrir el camino hacia la recuperación de la cultura del trabajo, del esfuerzo, del ahorro, del largo plazo, de los proyectos.

Debemos transformar una sociedad que anula los sueños y la audacia de muchos jóvenes que sólo aspiran a ingresar al Estado para vegetar hasta la jubilación, en una sociedad en la que los jóvenes no duden en lanzarse a la vida en búsqueda de sus aspiraciones. Para ello necesitamos discutir toda la educación. Debemos ir a un sistema que capacite para interactuar con el mundo, desarrolle habilidades sociales y potencie al máximo los talentos y las vocaciones individuales.

Y que exija. Que transmita claramente la idea de que estudiar y no estudiar no es lo mismo, ya que no hay mejor política de inclusión que la exigencia académica.

Debemos integrarnos al mundo. Setenta años de políticas proteccionistas sólo han generado precios excesivamente elevados, productos deficientes y empresarios que se deben a los políticos que les garantizan sus privilegios y no a los consumidores. La apertura al mundo generará miles de puestos de trabajo en la medida en que compremos y vendamos más, porque para ello inevitablemente deberemos producir más, además de las evidentes mejoras en calidad y precio que beneficiarán a los consumidores, quienes tendrán un mayor poder adquisitivo, que a su vez generará nuevas industrias y empleos.

Parte de esta ciclópea transformación que debemos emprender consiste en revertir la cultura de repudio hacia los creadores de riqueza. Debemos fomentar, valorar y premiar a quienes agregan valor a nuestra nación, creando empleo y contribuyendo con su progreso al de muchos otros.

Para ello es imperioso ampliar nuestras libertades eliminando los múltiples obstáculos que han generado siete décadas de populismo, desburocratizando y desregulando nuestras vidas en general y nuestra economía en particular.

Este cambio fundamental debe darse en el contexto de un debate sobre el papel del Estado. Setenta años de populismo han convencido a muchos de que el Estado puede y debe ocuparse de todo, y solventar todo de forma indefinida como si los recursos fueran ilimitados. Muchos conciudadanos piden más Estado y menos impuestos en forma simultánea, sin advertir que ello contraría no ya las leyes de la matemática sino de la física. El Estado omnipresente nos llevó a la intolerable presión impositiva de hoy, que debe reducirse de manera imperiosa.

La colosal transformación cultural, educativa, jurídica y económica que debemos acometer deberá comenzar por una rebaja sustantiva de impuestos que promueva que más argentinos se dediquen a explotar sus habilidades para desarrollarse plenamente, disminuyendo así su dependencia del Estado.

La modernización educativa y la apertura al mundo deberán ir acompañadas de una profunda reforma laboral que facilite la creación de empleos y no que los dificulte como ocurre hoy.

El federalismo deberá ser enérgicamente replanteado. Provincias y municipios deben gozar de una autonomía genuina y ello sólo es posible si son sustentables económicamente.

El populismo ha suprimido la pujanza del interior, utilizando el empleo estatal como medio de dominación política y sumisión social, imposibilitando el surgimiento de una ciudadanía emprendedora e independiente que pueda cuestionar el orden establecido y generando distorsiones e injusticias tributarias.

La histórica y extraordinaria transformación que debemos protagonizar todos los argentinos será resistida por aquellos que durante mucho tiempo se han beneficiado de las aberraciones y las artificialidades que el populismo ha enquistado en nuestra población.

La sociedad que ha decidido esta transformación en las elecciones de 2015 no puede defeccionar de su misión histórica ni retroceder ante dicha resistencia. Es hora de que los dirigentes y los ciudadanos nos pongamos a la altura de las circunstancias y persigamos con pasión nuestros objetivos como lo hicieron los hombres de Mayo, los patriotas que frente a situaciones adversas no dudaron en declarar la independencia, los que en San Nicolás acordaron la organización definitiva del país y la gloriosa Generación del 80 que construyó la Argentina moderna.

Una gran manera de honrar a esos héroes es asumir nuestra responsabilidad histórica para que nuestra nación vuelva a ser una tierra de oportunidades, reconstruir la grandeza de nuestra patria y colocarla nuevamente en lo más alto del mundo como supieron hacer nuestros abuelos. Es la hora.

El autor es diputado provincial por Cambiemos.

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