La falacia del Estado presente, justiciero social y redistribuidor de riquezas

Manuel Adorni

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La mal llamada "década ganada" tuvo muchas cuestiones que se destacaban debido a que el discurso oficial se basaba en falacias claramente identificables. Las mentiras iban desde cuestiones que eran observables fácilmente, como las ridículas mediciones de pobreza (que indicaban mejores niveles que Alemania), las que mostraban que se podía comer por seis pesos diarios o que no había cepo cambiario, hasta cuestiones más filosóficas (y por lo tanto menos perceptivas) como lo era esa lucha permanente cual Don Quijote contra la corporación capitalista (dirigida por el Grupo Clarín) que intentaba desestabilizar y dar por tierra a cada una de las medidas populares de la gestión de gobierno. Mentiras que sólo eran admitidas como válidas por las raíces más ignorantes e incultas de la secta kirchnerista.

Aunque sin dudas una de las falsas verdades más imprudentes que se han extendido más allá del mandato de la Doctora es la del concepto del Estado presente, justiciero social y redistribuidor óptimo de la riqueza de los contribuyentes. Ese Estado que otorga a quienes no tienen lo que les hace falta. Y a quienes no les hace falta también se les otorga para demostrar que el Estado es necesario en cada una de las circunstancias de las vidas de los ciudadanos.

En la década K el empleo público nacional creció más de un 60 por ciento. El provincial, más de un 70% y el municipal se ha más que duplicado: en promedio el empleo público en la Argentina aumentó un 77% durante el transcurso de los tres períodos presidenciales pertenecientes al matrimonio Kirchner. Claro, a quien perdía su empleo en el sector privado el Estado lo beneficiaba con alguna ayuda pública que, si no era específicamente empleo, sería alguna especie de premio consuelo, como podía ser algún tipo de ayuda social sin entender que este mecanismo asistencialista era en gran parte responsable de la pérdida de ese empleo que se iba del sector privado.

Poco los conmovieron las causas de la pérdida del empleo genuino. A nadie le importó la presión fiscal, el cepo cambiario, la inflación o los problemas macroeconómicos. El nivel de empleo en términos generales logró sustentarse gracias a la artificialidad del Estado, suficiente para que buena parte de los beneficiarios se sintieran limitadamente satisfechos.

Todos estos hechos atribuibles a la sociedad toda y en particular al Gobierno hicieron de la degradación de la Argentina una constante. Todo se resumía en la existencia de un gobierno democrático que aplicaba políticas alocadas gracias al poder que les dieron sus ciudadanos en cada uno de los actos eleccionarios. Hasta aquí, solamente una suma de incoherencias generalizadas.

Lo que resulta realmente increíble en el siglo XXI es que, luego de la culminación de uno de los peores gobiernos de la historia democrática argentina, parte de la sociedad tomó como sagrados los beneficios del Estado, sin detenerse, ni antes, ni ahora en los terribles costos de Estado ineficiente, con servicios públicos deprimentes y un tamaño que no es acorde con los gastos que genera. Peor aún, este sector social no reconoce en su consciente la idea de que el Estado es financiado por el sector privado, haciendo que este se reprima, desinvierta y haga perder empleo y destruya capital, quitándole a la sociedad toda cada vez más calidad de vida, y con ello también cercenando las posibilidades que una sociedad merece de cara al futuro.

Si el Estado fuese generador de riqueza, no tenemos más que eliminar el sector privado. Dejar que el Estado emplee al 100% de la población, al mejor estilo de la dictadura cubana. Los resultados serán el subdesarrollo y la miseria crónica, pero parece que a quienes cortan las calles y exigen al Estado aumentos, beneficios y adicionales de todo tipo les gusta vivir en un mundo de estancamiento y subdesarrollo. La ignorancia hará de este país un nicho de pobreza tan grande como nuestro territorio argentino y las fronteras limitarán la locura y el atraso con el futuro.

 

@madorni

 

El autor es analista económico. Columnista. Docente universitario.