Feriados para todos

La decisión del presidente Mauricio Macri de poner un poco de orden ante tanto descalabro festivo parece razonable. No obstante, pisamos una vez más y al mismo tiempo el freno y el acelerador, y metimos la pata. Nuevamente hubo que recalcular

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A punto estaba de elevar para su publicación una quejosa columna de opinión acerca de la "osadía" gubernamental de decretar la movilidad de algunos feriados nacionales, cuando la ya conocida táctica de "un paso pa delante, un pasito para atrás" me dejó sin argumentos, dado que finalmente alguien se percató de que la cosa venía complicada y decidieron dejar todo (o al menos buena parte del todo) como estaba antes.

Los veteranos de guerra creemos tener un argumento sólido para abonar la idea de la no movilidad del día establecido para honrar la memoria de los caídos y el reconocimiento a quienes seguimos con vida. La mayoría de los ex combatientes luego de finalizada la guerra retomaron sus vidas. El grueso, que ronda los cincuenta y pico de años, trabaja en los más variados oficios y profesiones; si el feriado se corre, lo que terminará ocurriendo es que, como la mayoría de los actos oficiales se suelen hacer el mismo 2 de abril (sea o no feriado), los veteranos de guerra de Malvinas (VGM) no podrán concurrir por sus obligaciones laborales. Lo que deja sin sentido las razones que motivaron la creación de este día.

No lo voy a engañar, mi enojo y mi preocupación se centraban fundamentalmente en lo concerniente al 2 de abril, día doblemente especial para mí, ya que además de ostentar la condición de veterano de Malvinas ese día cumplo años, lo que no es poca coincidencia. Deberé reconocer también es que si recuperamos la inamovilidad, no fue por nuestras tibias quejas en las redes sociales sino por el accionar de los organismos de derechos humanos en defensa de la inamovilidad del Día de la Memoria, tradicionalmente establecido cada 24 de marzo.

Curiosamente, mientras muchos protagonistas de los sucesos a conmemorarse en cada una de estas dos fechas se encuentran vivos, al creador de la bandera lo debieron salir a defender las autoridades rosarinas, ya que no se percibieron en la sociedad grandes movidas en defensa de la labor de uno de los padres de la independencia nacional.

Resulta interesante analizar la recurrente tendencia nacional a festejar, conmemorar, reflexionar o lamentar diferentes sucesos de la historia remota o cercana no yendo a trabajar. Luego de varios años de hacer de Cristóbal Colón en los actos escolares, parece ser que el gran almirante de mi infancia ahora es casi un demonio predecesor de Adolf Hitler, por lo cual se ha eliminado el tradicional Día de la Raza (celebrado en casi todo el continente), que ha sido convenientemente reemplazado por el Día de la Diversidad Cultural, algo de lo que seguramente se ha de hablar profundamente en cada hogar durante el desayuno de ese día.

Volviendo a mi infancia y a la suya, querido lector, recuerdo aquellas épocas en las que un feriado nacional venía acompañado del invariable acto escolar matutino para que los más chicos rememoraran los sucesos nacionales acaecidos en su mayoría en el siglo anterior, mientras que los padres, aprovechando que ese día no se trabajaba, iban al colegio a vernos ejercitar nuestras dotes actorales. Si la ocasión lo ameritaba, había un desfile militar y seguramente un discurso presidencial en el acto central correspondiente a la fecha patria.

Luego, la modernidad de la nueva política, en su constante afán de diluir la historia de la patria y de confundir los sucesos acaecidos en los años de la violencia terrorista y los excesos en la represión con cualquier ceremonia en la que simplemente se entonara una marcha militar, terminó transformando las jornadas cívicas en festividades turísticas o de mero relax.

Y así como los desfiles patrios, los tedeums, la entonación de la Marcha de San Lorenzo, Mi Bandera o cualquier otra pasaron a ser meras "cosas de milicos". Hoy la importancia de las fechas históricas radica más que nada en si nos permitirá hacernos una escapadita a una playa o un paraje turístico cercano, sin importar si el franquito extra es con motivo de reflexionar sobre una masacre, homenajear a quienes ofrecieron su vida en Malvinas u honrar la memoria del general San Martín.

Así como la democracia nos trajo nuevas festividades, también nos devolvió el carnaval con feriados incluidos y decenas de corsos barriales para que cada quien tenga la posibilidad de ejercitar su derecho a cortar durante todos los fines de semana de febrero varias avenidas de la ciudad, ya que en esos días los piqueteros no trabajan.

Un capítulo aparte merece el concepto del feriado puente. Este revolucionario invento de nuestros líderes políticos vino a solucionar la desagradable situación que se daba cuando luego de uno o dos días de descanso debíamos ir a trabajar un día para luego tener que descansar de nuevo. No, señor, eso en modo alguno era saludable. Con un poco de ingenio argento se pudo solucionar, aunque los más chicos nos preguntaran una y otra vez qué se recuerda el 15 agosto, o el 19 de junio o el 22, si fuera más propicio.

Cambiamos pero no mucho. La decisión del presidente Mauricio Macri de poner un poco de orden ante tanto descalabro festivo parece razonable. No obstante, y fiel a lo que parece ser el estilo de Cambiemos, pisamos una vez más y al mismo tiempo el freno y el acelerador, y metimos la pata, generamos más enojos que satisfacciones. Nuevamente hubo que recalcular y volver sobre la marcha.

Ahora me permito preguntar qué pasaría si asumiendo a esta altura de las circunstancias la importancia superlativa del 24 de marzo, el 2 de abril, la gesta de Güemes, la valiente derrota de Vuelta de Obligado, el efímero reinado del rey Momo y algún otro nuevo feriado que seguramente me olvido, simplemente se los deja quietitos como manda el almanaque, aun a riesgo de que a veces por esas cuestiones del calendario gregoriano caigan sábado o domingo.

Sabemos que la facilidad que tiene la actual administración para redactar decretos de necesidad y urgencia (DNU) también la tiene para dejarlos sin efecto o cambiarlos si detecta que la opinión pública, la Justicia o el sentido común indican que la medida fue errónea. Este parche al festival festivo pergeñado durante los últimos años parece no ser la excepción a la regla.

Este pequeño fiasco presidencial y su correspondiente marcha atrás podrían ser una excelente oportunidad para que el poder reflexione sobre lo que sería realmente correcto en materia de festividades y conmemoraciones. Tal vez este tema sea uno de los tantos en los que lo correcto y lo políticamente correcto no sean exactamente lo mismo; podría considerarse seriamente que lo que el país necesita es más trabajo y menos descanso.