Del garantismo educativo al fetichismo tecnológico

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(Gentileza Los Andes)
(Gentileza Los Andes)

El gobierno anterior asimiló el derecho a la educación con el derecho al título, el derecho a no ser "bochado" -en lo posible tampoco evaluado-, a pasar de grado sin saber, a pegarle al profesor y no ser expulsado del colegio, etcétera.

Todo ello aderezado por una pedagogía que, en supuesta reacción al enciclopedismo, ha ido vaciando progresivamente de contenidos los programas, ha instalado la idea de que el docente no es el dueño del saber, de que al niño no hay que aburrirlo y de que cada alumno tiene su propio ritmo de aprendizaje. Un eufemismo para no exigir.

Los resultados están a la vista: uno de cada tres alumnos no entiende lo que lee.

En la escuela "enciclopedista", "sarmientina" y "decimonónica" que estos pedagogos desprecian, se aprendía a leer y escribir, a sumar y restar, en primer grado. Porque estaba sobradamente demostrado que todos los niños, en promedio, estaban capacitados para ello a los seis años de edad.

En la escuela de hoy, se puede llegar a tercer grado sin adquirir ese núcleo duro de conocimientos, decisivo para todo el recorrido posterior. Y no es por falta de capacidad del niño. Más aún, es un desperdicio imperdonable de tiempo, porque a esa edad el chico es una esponja por la capacidad que tiene de acumular conocimiento.

Sucesivas evaluaciones, nacionales e internacionales, confirman esta decadencia de nuestra escuela.

En consecuencia, la calidad educativa está en boca de todos. Y muy especialmente de las nuevas autoridades. Es un principio con el que nadie podría estar en desacuerdo. Pero de momento es sólo una declaración de intenciones, un título sin desarrollo.

No está claro aún cómo se lo va a alcanzar. Y, cuando uno le formula la pregunta a alguna autoridad del área, lo que se escucha no es alentador.

La respuesta suele ser tecnológica. Instrumental.

Inglés y computación: la fórmula mágica

Hace unos años, un funcionario porteño se jactó de haber mejorado la educación en la Ciudad porque todas las escuelas tenían inglés y computación. Sin embargo es sabido que la mayor parte de los "cráneos" de Silicon Valley mandan a sus hijos a una escuela sin computadoras, donde la materia informática se dicta recién a los 13 años.

Le consulté a un funcionario del actual Ministerio de Educación de la Nación por esta reducción conceptual de la calidad educativa y me respondió que hoy "el conocimiento está en la red, al alcance de todos: con la tecnología adecuada, cualquiera se lo puede apropiar"…

La confusión entre conocimiento e información puede ser el error de un estudiante pero nunca el de un funcionario del que depende el diseño de la política educativa.

Siempre me pregunté cómo alguien sin una formación sólida, básica, sin lecturas acumuladas, sin análisis y discusión de textos con la guía de un profesor, podía distinguir en el infinito de Internet, lo que es serio de lo que no lo es, lo que tiene rigor científico y lo que no, cómo podía verificar fuentes, chequear datos… Para eso es que en la escuela se lee -o se leía- a los clásicos. Por eso se aprenden complicados teoremas que otros formularon antes que nosotros y que nos ayudan luego a entender con más facilidad lo simple. ¿Cómo distinguir la calidad si no se ha tenido contacto con ella?

La respuesta me la dio Gonzalo Santos, profesor de Lengua y Literatura, en un libro en el que cuenta su via crucis como maestro de maestros. En una clase, futuros profesores de literatura en colegios secundarios hicieron copy paste en un trabajo que les solicitó. Más aún, vinieron a preguntarle por qué les había puesto notas tan bajas… Es decir, lo realmente grave es que ni siquiera tenían conciencia de que copiar y pegar está mal. Ni siquiera se les ocurrió reescribir, o citar; una práctica esencial para todo estudiante. Se limitaron a copiar textual un párrafo de acá, otro de allá, otro de más allá. El resultado era un frankenstein de textos de muy diversa calidad, registro y hasta tiempos verbales.

Ese es un efecto posible de la apropiación de lo que está en internet "al alcance de todos".

La resolución de las autoridades educativas de la provincia de Buenos Aires de autorizar el uso de celular en las escuelas viene revestida de este tecno-discurso de modernidad, de entender la cultura de los jóvenes, del mundo en el que están, de usar los recursos que tienen para "facilitar" el aprendizaje.

Sin embargo, huele más a rendición que a otra cosa. Por un lado, es la resignación a la imposibilidad de establecer un clima adecuado para el aprendizaje en la clase. Lo dijo el propio ministro de Educación bonaerense, Alejandro Finocchiaro, entrevistado por su tocayo Fantino: ¿Qué es eso de que un profesor pretenda pararse frente a una clase y hablar? No va más eso…

A veces me pregunto cómo aprendieron ellos. ¿Solos? ¿Sin profesores? ¿Sin exigencia? Todos recordamos mucho más al profesor que nos dio mucho y nos exigió en proporción. Ese es el docente que deja huella, que despierta potencial y vocaciones. Al que, más allá de pataleos y protestas, hoy le estamos agradecidos. 

Pero hoy un profesor de secundario bonaerense -por hablar sólo de esa provincia- tiene que invertir 15 minutos en intentar establecer alguna disciplina en el aula antes de poder dar clase.

No se trata de estar en contra de la tecnología, sino de este fetichismo tecnológico que les hace pensar a algunos que un celular o una tablet pueden reemplazar al profesor.

También es, en definitiva, la rendición del adulto -padre, docente, directivo de escuela, funcionario- que no quiere ejercer su autoridad y su responsabilidad. Que renuncia a ser guía, tutor; es decir, Maestro.

Entonces, entre el garantismo educativo de ayer y el fetichismo tecnológico de hoy, podemos seguir haciendo el duelo de la calidad de la enseñanza.