El peronismo des-unido jamás será vencido

Humberto Toledo

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Mucha excitación en la prensa por otro 17 de octubre con fracciones de las más diversas, supuestamente peronistas, con grados cuestionables de honestidad, en diferentes actos, sin atender al reclamo del General, condensado en el apotegma "todos unidos triunfaremos".

No es la primera vez, seguro que tampoco la última, que el peronismo rechaza las directivas políticas de Juan D. Perón, siempre atento a la heterogeneidad social del país que, unos pocos años antes de las elecciones de 1946, había transcurrido entre la semana trágica (1919) y el golpe de Estado de 1930 que terminó con el gobierno democrático del presidente Hipólito Yrigoyen, hombre decisivo del partido radical.

Dos años después de haber comenzado a gobernar, el 1° de mayo de 1948, Perón reclamó, ante la multitud reunida en el acto del Día del Trabajo, por el aumento de la productividad. Pidió "un 10% más", y más tarde dejó una incómoda frase para los seguidores: "Cada uno debe producir al menos lo que consume".

Las permanentes huelgas salvajes del primer período, especialmente en el sector ferroviario, lastimaron la piel de un gobierno que contaba con enorme popularidad. Pero la burguesía peronista que manejaba desde resortes de la administración pública hasta el Congreso Nacional y las legislaturas provinciales demostraron, en la segunda presidencia, iniciada en 1952, el poder que habían acumulado.

La segunda presidencia es la demostración del cambio brusco en la política económica y las relaciones sociales que impone Perón para encarrilar el rumbo del país, agobiado por las tensiones generadas por sindicalistas y opositores políticos que reclamaban por la falta de libertades públicas. El peronismo aún hoy mantiene silencio sobre este período.

El Presidente abre las puertas a la inversión extranjera (modifica una ley de marcado tinte nacionalista que cerraba el mercado); llegan de inmediato las grandes empresas automotrices europeas y estadounidenses, Perón decide privatizar la exploración y la explotación del petróleo, avanza en una relación directa y franca con el Gobierno de Estados Unidos, que envía, en señal de amistad, al coronel Eisenhower, hermano del presidente.

El peronismo comenzó a conspirar; sólo algunos hombres del sindicalismo que dominaban la CGT con un poder menguante permanecieron leales a Perón. El derrocamiento fue un episodio cargado de traiciones y deslealtades. Llegó el momento del período conocido como "el peronismo sin Perón", que alentaban desde los políticos hasta los sindicalistas más renombrados, que se decían seguidores del general derrocado. La juventud encabezó la pelea por el regreso con el aval del exiliado hasta que Perón comprendió que estaba preso de un plan que nada tenía que ver con el peronismo. Primero, lo echó a Cámpora, presidente por tres meses, después, a la Juventud Peronista, con los montoneros, en julio de 1974.

La muerte apuró el fraccionamiento del peronismo. Los dirigentes políticos que llegaron a la Casa Rosada desde entonces —Carlos Menem, Duhalde, el matrimonio Kirchner—; no lograron mejorar la división, si es que tuvieron la intención de hacerlo, pero dejaron la imagen en el terreno público de un peronismo anti-Perón. El caso más resonante fue el de Cristina Kirchner: cuando respondió de la peor manera a Antonio Cafiero, dirigente de larga vida en el peronismo que le pedía financiamiento para levantar un monumento a Perón. "Para ese viejo de m… no pongo ni un peso", palabras de la señora que encabezó varias veces la boleta electoral del peronismo. Cafiero le contó la reunión a Eduardo Duhalde, este lo transmitió a algunos allegados. El monumento se levantó con el aporte del Momo Venegas, en un acto con la presencia del presidente Mauricio Macri y el propio Duhalde, cada uno con su versión del peronismo, desunido pero incorporado a la cultura política del país.

Periodista y escritor. Su último libro es "Liberales y estatistas en el peronismo". Ex embajador argentino.