El Nunca Más debe permanecer vigente

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(Foto: Getty Images)
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Ese 24 de marzo de 1976 fue un salto del temor al terror. Éramos jóvenes militantes, tomábamos precauciones,  pero no imaginamos que sería tan cruel la decisión militar de adueñarse del poder a cualquier precio.

Nada cayó de una nube: hubo un antes y un después.

En la línea del tiempo cada paso deja huella… y la huella de ese 24 de marzo de 1976 logró profundizar el camino del terrorismo estatal.

Recordar hoy esos días aciagos significa –para muchos de nosotros- honrar a los compañeros muertos o desaparecidos que dieron su vida en el anhelo de un país justo, libre y soberano.

Es volver a sentir el amor fraterno de la militancia.

Es contarle a nuestros hijos y nietos que una generación se puso de pie patrióticamente para terminar con las dictaduras. Y por ello sufrimos la caída de los mejores compañeros/as. Los que hemos sobrevivido, no nos olvidamos de los que hoy no están.

Y en esta fecha abrazamos con amor a todos los hijos que no pudieron gozar de sus padres, porque las hordas policiales o militares los mataron o desaparecieron.

Por eso cada 24 de marzo los evocamos merecidamente. Son aquellos que arriesgaron su vida por la Libertad, la Dignidad y la Justicia.

Los años anteriores a 1976  preanunciaban lo que vendría.  El secuestro de Néstor Martins, el 16 de diciembre de 1970 fue el primer caso y  nos asombró: una patota policial había entrado violentamente al estudio del joven abogado Néstor Martins quien estaba con un cliente. Ambos fueron secuestrados. Nunca fueron encontrados. Nunca antes había ocurrido algo así.

Pero al poco tiempo -en 1971-  el matrimonio Verd desaparecía en Mendoza. Juan Pablo Maestre y su mujer Mirta Misetich secuestrados y desaparecidos en el conurbano. Luis Pujals y su pareja también secuestrados y desaparecidos en Santa Fe. Además las detenciones se multiplicaban y las cárceles comenzaban a poblarse.

Eran los generales Onganía, Levingston y Lanusse  los que ordenaban la primer cacería contra la juventud militante.

Los que éramos jóvenes en esos años 70 empezamos a aprender que los dictadores cocinan sus vilezas a fuego lento hasta que un día desparraman el fuego de sus odios sin piedad.

Así fue como ocurrió aquel  22 de agosto de 1972. Un grupo de militantes a raiz de un error táctico, fueron detenidos, y luego fusilados a mansalva en la cárcel de Trelew. Tres de ellos sobrevivieron heridos y fueron trasladados a Buenos Aires.

Al año siguiente -1973-  regresa a la Patria el Gral Perón y es electo en las urnas en un comicio irreprochable.  Asume el Gral.Perón como Presidente de la Nación e Isabel vicepresidenta.  Inmediatamente el Congreso Nacional declara la Amnistía para todos los presos políticos.

El aire político se había oxigenado, pero duró poco.

El 1ro de julio de 1974 moría el Gral Perón y asumió Isabel como Presidenta, con dificultades notorias para sostener el cargo, y aún así se sostuvo durante todo 1975.

No hizo falta mucho tiempo para que las Fuerzas Armadas decidieran volver nuevamente contra el pueblo, y el 24 de marzo de 1976 destituyeron a Isabel, la apresaron y tomaron el mando del país, declarando el estado de sitio, toque de queda, detenciones a mansalva, violaciones de domicilios en busca de militantes o simplemente simpatizantes, nuevos secuestros, balazos y fusilamientos.

Fueron los mismos que disolvieron las Cámaras del Congreso, expulsaron de sus cargos a gobernadores, intendentes, y funcionarios del Estado y los sustituyeron por miembros del Ejército, Marina o Aeronáutica.

Había comenzado el Terrorismo de Estado y ese terror estaba presente en el aire, en todos los temas y en todo momento.

El 24 de marzo del 76 se prolongó hasta 1983.

Fue recién entonces cuando el pueblo regresó a las urnas, los partidos políticos se recompusieron y así se llegó a las elecciones de diciembre en las que fue electo el Dr. Raúl Alfonsin.

El 10 de diciembre de 1983 todo el pueblo se volcó a las calles, cada sector con sus banderas, y sus dirigentes, en una fiesta de aplausos y esperanzas, de alegría y certeza de Nunca Más.

Había llegado la Democracia para quedarse.

Este nuevo siglo que estamos transitando, nos permite hoy rememorar la historia, pero no a reincidir en ella.

El Nunca Más debe permanecer vigente.