Aprender a vivir nuestras emociones

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Anthony de Mello cuenta que, visitando un neuropsiquiátrico, llega al lugar en donde estaban los pacientes más graves, con chalecos de fuerza y en esos cuartos con paredes acolchadas. Mientras observaba distintos casos, ve a un hombre golpeándose contra las paredes, gritando: "Ana, Ana, Ana".

De Mello le pregunta al director qué le paso. "Y, se enamoró de Ana, pero Ana no se enamoró de él. Un amor no correspondido".

Siguen caminando por el hospital, viendo otros pacientes, y nuevamente otro hombre golpeándose contra todos lados, completamente enajenado, gritaba: "Ana, Ana, Ana". De Mello mira al director y le dice: "¿Este también se enamoró de Ana?". "Sí, pero en este caso Ana se enamoró de él; fue un amor correspondido", contesta el director.

Dicen que dos problemas tiene la vida: no conseguir lo que queremos y conseguir lo que queremos.

No elegimos de quién enamorarnos, simplemente sucede. Esa verdad bastante evidente nos resulta intolerable si es nuestra pareja la que se enamora de otra persona. Eso no vale. Ahí es un inmoral, un frívolo, una puta, un irresponsable, una desalmada.

Sin embargo, quien tiene que atravesar un amor prohibido está ante una prueba de fuego. Siente que es la primera persona de la humanidad a la que le toca vivir algo así. Nunca nadie antes estuvo expuesto a semejante dificultad. ¿Cómo puede ser el destino tan perverso, que nos haga conocer algo maravilloso a la vez que nos lo niega?

Cuando se desencadena un amor prohibido, se presentan varias posibilidades, pero las dos más frecuentes son que el enamorado se vaya con su nuevo amor o, por el contrario, que se quede con su amor de siempre.

Irse con el nuevo amor tiene al menos una ventaja. Uno deja de idealizar, para conocer la vida real con esa persona que nos deslumbra. Es común que un tiempo después la persona que fue tras su amor prohibido se encuentre frustrada. El problema no es el nuevo amor, sino que finalmente puede ver que no todo era maravilloso y, lo que es peor, siente que después de todo el dolor vivido con su separación, ahora está en un lugar parecido, con los mismos problemas que tenía con su anterior pareja. "¿Tanto caos para esto?", se pregunta. O como me dijo una mujer que se había divorciado tres veces: "Mi primer matrimonio no era tan malo".

Paradójicamente, el problema de no irnos con nuestro amor prohibido es la contracara del anterior: el romance queda completamente idealizado. Guardamos en una caja de cristal esa pureza, esa perfección. Y nos va envenenando la vida. Cada frustración —inevitable— que tenemos con nuestra pareja de siempre es una oportunidad para recordarnos que somos unos idiotas, cobardes, que si hubiéramos tenido el coraje de irnos con nuestro verdadero amor, otra sería nuestra vida. "El horror de vivir en lo sucesivo", diría Jorge Luis Borges.

El asunto es que si irnos con nuestro amor prohibido es un espejismo, una ilusión que se evapora, y quedarnos con nuestra pareja es un error irreparable que cometemos por cobardes, estamos frente a una trampa en donde las dos alternativas son perdedoras.

Si podemos dejar de lado el resultado ("¿Nos iremos con nuestro amor prohibido o nos quedaremos con el de siempre?" "¿Nos irá bien o estaremos arruinando nuestra vida?"), podremos concentrarnos en vivir lo que tenemos que vivir.

Los amores prohibidos son excelentes oportunidades para despertar. Para sacar nuestra vida del congelador. Ver las áreas de nuestra existencia que estaban anestesiadas, muertas. Celebrar y disfrutar que se hayan revitalizado, sin por eso creer que así será la vida para siempre. No lo será. Pero ese shock que nos provoca el enamoramiento nos hará crecer.

Si tenemos la determinación de no tomar ninguna decisión durante un buen tiempo, de limitarnos a seguir caminando, descubriremos cosas maravillosas. Podremos tener conversaciones increíbles, incluso fatales, con nuestra pareja y también con nuestro amor prohibido.

"Pero puedo salir golpeado" suelo escuchar. Y sí, la vida golpea. Es dura. Pero no hay nada más doloroso que pretender vivir a salvo. Crecer duele. No querer sufrir, aunque es razonable, termina generando más dolor que el que pretende evitar.

Para no quemarnos queremos erradicar el fuego de nuestra vida. Pero con el fuego no solo nos podemos quemar, también podemos prender y disfrutar una chimenea o cocinar un rico asado.

Las emociones son nuestro fuego. Aprendamos a vivirlas.

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