
La llamada entre la Presidenta Claudia Sheinbaum y el Presidente Trump dejó en claro el verdadero propósito de las amenazas arancelarias: conseguir concesiones políticas. En este caso, el foco estuvo en seguridad y migración, pero el trasfondo es el mismo de siempre: la utilización del comercio como un mecanismo de presión.
México ha acordado desplegar 10 mil elementos de la Guardia Nacional en la frontera norte, con la promesa de frenar el tráfico de fentanilo hacia EEUU a cambio, Washington trabajará en impedir el ingreso de armas de alto poder a nuestro país. Más importante aún, se ha logrado posponer por un mes la imposición de aranceles a exportaciones mexicanas y canadienses, un alivio temporal pero que deja abierta la posibilidad de una nueva escalada en el futuro.
Para la Casa Blanca, esto es una victoria simbólica. Trump puede vender el acuerdo como una demostración de fuerza, argumentando que logró que México reforzara su frontera a cambio de evitar los aranceles. Sin embargo, en términos económicos, el problema de fondo no cambia: el proteccionismo sigue siendo un riesgo latente y el comercio internacional sigue siendo rehén de intereses políticos.
El argumento de que EEUU puede sustituir a México y Canadá con otros socios comerciales es una falacia. La interdependencia económica entre los tres países hace que cualquier intento de alterarla genere costos inmediatos. Los consumidores estadounidenses verían un aumento en los precios de productos clave, y muchas industrias sufrirían disrupciones en sus cadenas de suministro.
Además, la incertidumbre política tiene consecuencias reales. Cada amenaza arancelaria erosiona la confianza en el T-MEC y obliga a empresas a reconsiderar sus inversiones en la región. Si los acuerdos comerciales pueden cambiar con cada llamada telefónica, el atractivo de Norteamérica como un bloque económico estable se debilita.
Más allá de los aranceles, lo que preocupa es la tendencia: cada vez que Trump busca fortalecer su posición política, recurre a la intimidación comercial. Canadá tampoco ha escapado a su radar, como lo demuestra su reciente queja sobre la presencia limitada de bancos estadounidenses en territorio canadiense. La estrategia es clara: poner a sus socios contra la pared para obtener ventajas políticas internas.
Por ahora, los equipos de ambos países trabajarán en dos vertientes: seguridad y comercio. Pero el problema no se resuelve con mesas de trabajo. Si Trump decide que los avances no son suficientes o que necesita otro golpe mediático, las amenazas volverán.
En este juego, la gran pregunta es hasta dónde puede México negociar sin ceder demasiado. Si la diplomacia mexicana logra equilibrar la relación y evitar un costo mayor, será un éxito. Si, en cambio, Trump percibe que puede imponer condiciones a placer, este solo será el primero de muchos episodios similares.
En el comercio internacional, como en la política, las concesiones rara vez son gratuitas. Y en el caso de Trump, cada victoria es solo un paso hacia la siguiente exigencia.
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