Bernardo Beccar Varela, con nueva novela: “Si tuviera que dejar la abogacía y ser sólo escritor me pegaría un tiro”

El autor acaba de publicar “Quemacoches”, una novela que protagoniza un chico que vive en San Isidro y que tiene “fascinación por la destrucción”. Aquí, habla de sus dos ocupaciones. Y dice que en el libro “hay cosas de mi historia y de mi historia con la religión”.

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Bernardo Beccar Varela
Bernardo Beccar Varela

Como la novela Quemacoches, de Bernardo Beccar Varela, es una novela de peripecias, en esta nota no habrá spoilers. La sorpresa es parte importante de la lectura, pero es una sorpresa más interesante que aquella que se busca generar con volantazos en el argumento y los personajes. Quemacoches tiene una sorpresa y un misterio: le corresponde a cada lector intentar resolverlo.

La fascinación por el fuego, la fascinación por la destrucción. En un punto, Quemacoches habla de eso. Publicada por la flamante editorial The Orlando Books, la historia está protagonizada por un chico que se llama Diego y que hace pocos años terminó el colegio. Vive en San Isidro con su madre, una peluquera que no consigue ordenar su vida y termina cada noche con un hombre distinto.- Él tampoco sabe qué hacer. Trabaja como telemarketer en una oficina del Centro, fantasea con escribir un juego para computadora —aunque casi no le dedica tiempo y se pasa horas en YouTube—, no tiene amigos.

Su único divertimento es quemar cosas: tachos de basura, hojas secas. El fuego lo convoca como un hechizo, lo atrapa con las llamas altas. Una noche provoca un incendio que se descontrola, llega hasta el cableado eléctrico y deja al barrio sin luz. Entre el miedo y la excitación piensa que debería parar un poco, pero entonces se encuentra con un compañero del secundario que lo reconoce y lo invita a incorporarse a una banda de piromaníacos.

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La trama se complica, se comprime como una olla a presión. El líder de la banda es el cura de la escuela que tal vez haya sido amante de la madre. El resto de los integrantes son un remisero —que insólitamente se llama Julio Iglesias— y una chica que pide hacer quemas cada vez más impactantes para recibir la atención de la prensa. Si alguien le preguntara a Diego por qué se sumó al grupo, seguramente no podría explicarlo. Esa silencio es lo más atractivo de la historia.

¿Se puede leer Quemacoches como una novela de aprendizaje?

—Es que para mí es una novela iniciática, casi adolescente.

Claro que, en lugar de preguntarse a dónde van los patos en invierno, Diego sale a quemar autos.

—Hace cosas un poquito graves, pero es una novela iniciática. Diego es un personaje joven, un chico de un barrio de San isidro. Este lugar es una mezcla y, si bien hay zonas importantes, en cuanto al poder adquisitivo hay una mezcla. Diego no es tan oscuro como Rodolfo, el personaje de El ahogado, y yo creo que la diferencia está en que justamente esta es una novela iniciática. Es la novela de un personaje que se enfrenta a situaciones nuevas que tiene que resolver y que eso le va a cambiar su vida.

Una de las cosas más interesantes de la novela es que parece estar escrita con muchísima libertad. No sé si con felicidad, pero sí con libertad. ¿Cómo son tus modelos de escritor, cuáles son tus ambiciones?

—Me gusta mucho la literatura norteamericana: Cheever, Salinger. Esa literatura tan directa y despojada. Hablás de libertad quizá porque tampoco tengo tantas ambiciones: escribo cuando tengo algo para contar y en Quemacoches hay cosas de mi historia y de mi historia con la religión. En general, yo sé qué quiero contar y la libertad está en las formas.

El escritor Bernardo Beccar Varela
El escritor Bernardo Beccar Varela

En el libro hay una cantidad de materiales: notas periodísticas, un legajo policial, citas de otros libros. ¿Por qué? ¿Es una manera de cambiar el registro de la narración, es una manera de apoyar la verosimilitud?

—Es una mezcla de las dos cosas. Lo primero que aparece es el interrogatorio, y eso me resultó funcional porque así entraba el personaje del bombero. Lo demás es una mezcla. Tuve que pulir todo lo que incorporé, para en una novela hay que ser muy cuidadoso. Al interrogatorio, por ejemplo, lo tuve que cortar mucho.

Sabiendo que sos abogado, uno lee ese interrogatorio como si fuera de verdad: es de verdad. En todo caso, para hacerte la pregunta, ¿ahí la verosimilitud la da el texto o el oficio del autor?

—Otra vez, yo creo es una mezcla de ambos. Si ponés un interrogatorio real, la gente abandona el libro porque está lleno de repeticiones y de jerga. Está bien que no haya disparates, pero es importante escribirlo de cierta manera para que el lector pueda seguirlo sin aburrirse.

“La forma en que escribimos los abogados y los jueces es horrorosa”

En una entrevista que hicimos unos años atrás, me contabas que se estaba haciendo una acción entre los abogados para diseñar buenas prácticas de escritura. ¿Se avanzó con eso?

—Era una movida de lenguaje claro. Hasta había reparticiones públicas trabajando, porque era un movimiento que necesitaba de la articulación del Estado. Ahora cesó un poco. Para mí es fundamental. La forma en que escribimos los abogados y los jueces es horrorosa. Yo también escribía así y me fui aggiornando. Se puede escribir con más sencillez, se puede ser más claro y directo. Yo trato de hacer algo distinto, de que se entienda lo que escribo.

¿El abogado aprendió del novelista?

—Pero son otros los problemas. Para convencer a alguien con un escrito judicial tenés que usar repeticiones y tenés que explicar todo. En la literatura sucede exactamente lo contrario. Una cosa es que confíes en que el lector que lee tu novela, pero no podés confiar de la misma manera en alguien que va a resolver un juicio. Es un chip distinto. A pesar de eso, escribir mejor como abogado es un desafío.

Carlos Busqued, recordado. (Lihue Althabe)
Carlos Busqued, recordado. (Lihue Althabe)

Por tu situación económica podrías dejar la abogacía y dedicarte a escribir, pero no lo hacés. ¿Qué representa para vos la literatura?

—Yo no soy escritor. Soy un abogado que se toma la literatura muy en serio. Soy escritor cuando estoy escribiendo: a las cinco de la mañana soy escritor. La literatura es una parte muy importante de mi vida, con una pulsión distinta de la abogacía, pero tampoco exageradamente. Yo no digo que la literatura es mi vida o que “me ha salvado”. Además, no sé si podría dejar la abogacía. Me amigué con la profesión. Me gusta ayudar a las personas que valoro. Si tuviera que dejar la abogacía y ser escritor me pegaría un tiro, sería el mismo infeliz que ahora.

Pero algo hace que te levantes a las cinco para escribir.

—No lo hago siempre, pero, sí, evidentemente hay algo. Aunque ya, hace mucho dejé de preguntarme qué hubiera pasado si me dedicaba a la literatura y no a la abogacía. Yo creo que la hubiese pasado muy mal.

¿Cómo cambió tu manera de escribir a partir de la clínica que hacías con Carlos Busqued?

—Me dio el rigor de hacer las cosas bien. De que valga la pena, de respetar el trabajo. Carlos era un gran trabajador. A veces me preguntaba por qué estaba cada palabra, por qué el personaje usaba jeans o por qué veía un partido de Independiente y no de Racing. Para él todo tenía que tener una razón. Ese rigor, que de alguna medida es inabarcable, te contagia y te invita a hacer los mayores esfuerzos.

¿Qué tienen esos personajes que son tan opuestos a vos y, sin embargo, que te convocan?

—No son tan opuestos, ese es el tema. Al margen de que el personaje de Quemacoches es joven y yo ya no tengo esa edad, hay una historia personal que me convoca contar. Son personajes lejanos desde la apariencia, pero no tanto desde otras cuestiones más profundas.