Fragmento de “De Raza”, de Rachel Kan

Ganador del premio al Libro Político de 2021 en Francia, Infobae publica el capítulo “Las palabras comodín que no llevan a ninguna parte”, la primera obra traducida al español de la multifacética activista y artista francesa

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“De Raza” (Ediciones Godot), de Rachel Kan
“De Raza” (Ediciones Godot), de Rachel Kan

Las palabras comodín que no llevan a ninguna parte

Nuestros políticos ceden en las palabras. El malestar es triple. En primer lugar, nuestros representantes ya no logran preservarnos de las tensiones identitarias. Luego, ante los argumentos de odio, lo único que aportan como respuesta es un campo léxico soso. Por último, y quizás lo peor, la lingüística fofa no consigue disimular del todo el objetivo electoralista de los tipos en el estrado. Frustrados o fascinados por comunitaristas más elocuentes que ellos, se expresan por medio de palabras comodín.

Mi profesor de derecho internacional repetía constantemente que no se conquista a un país con rosas y chocolates. Del mismo modo, en esta época de tensiones, un responsable político no puede imponerse en Twitter con corazones y gatitos. Los funcionarios, obsesionados con los elementos del lenguaje, no logran ni ser escuchados ni combatir las peores ideologías.

Como consejera política, he observado en ocasiones esta estrategia, o tragedia, que, al amparo de palabras sin consecuencias, permite liberarse de toda responsabilidad.

Suelo pensar en el trabajo de esas plumas que intentan encarnar la justicia y la igualdad con discursos vacíos de sentido.

Tomemos, por ejemplo, la inauguración de la estación Rosa Parks, situada en la línea del RER D, en la región Île-de-France. Para elegir ese nombre, hubo una votación en alguna parte en el marco de una asamblea; luego, la preparación de un discurso en homenaje a esta importante figura de la lucha contra la segregación racial en Estados Unidos. Todo sucedió como si no tuviéramos en nuestra historia de Francia una personalidad de ese tipo.

Celebramos a una mujer que peleó para no sentarse en la parte trasera de un colectivo bautizando con su nombre una estación en la que nadie quiere bajarse. ¿Dónde está el símbolo de la lucha contra la segregación si Rosa Parks no se encuentra en el centro de París?

“Ya es un avance”, me dijeron los funcionarios. ¿Pero hacia dónde? ¿Hacia quién?

Quizá para reconfortar a los rencorosos victimistas, sedientos de Estados Unidos.

En ese medio endogámico que es la política, me era difícil cambiar las cosas. Me sentía un poco como cuando te invitan a una fiesta de disfraces y, al llegar al lugar, sos el único que está usando un enorme disfraz naranja del dinosaurio Casimir.

Cada mañana, cruzaba una puerta bajo la bandera azul, blanca y roja. Entonces, creía que Marianne me esperaría en lo alto de la escalera cantando “La Puissance”. Pero, ya adentro, cuando estaba en reunión sentada en una silla dorada y roja, la cosa era muy distinta. Miraba, sobre la chimenea Louis-Philippe, el péndulo dorado que se había detenido extrañamente a las diez y diez de no sé qué año. A ese poder, no lo sentía para nada.

Un día, tuve el valor de decirles que tenía la sensación de ser Casimir. Me respondieron, con muchas palabras comodín, “inclusivas” y “benevolentes”, que era “ya un avance”.

Poco a poco, aprendí a escribir discursos. Primero, los agradecimientos llenos de acrónimos. Así, con el público ya dormido, la puerta queda bien abierta para un conjunto de palabras que no llevan a ninguna parte. Hay que abarcar la totalidad de un potencial estéril, cuando “es urgente actuar con rapidez y se necesita tiempo”.

Lo que prevalece es la feria de los buenos sentimientos, transportados por palabras que, a fuerza de ser usadas como figuras obligatorias, carecen de vida.

Una dosis de apertura, de modernidad, de “progresismo”, de ecología y listo. De esa forma, al Green painting para las preocupaciones medioambientales, le corresponde el black washing. Del mismo modo, el gay friendly encontró su contraparte en el race friendly.

“Diversidad”, “mixidad”, “colectivo”, “convivencia”, las palabras huecas son tan insustanciales que las difundimos sin darnos cuenta. A esas palabras vacías les corresponden actos inactivos donde solo los famoso “anuncios” permiten creer que un discurso mórbido está vivo.

Un lunes a la mañana de febrero de 2019, en reunión de gabinete, justo después de que, durante el fin de semana, grafitearan esvásticas sobre unos retratos de Simone Veil pintados en unos buzones, el director del gabinete tomó la palabra con tono serio:

—Bueno, amigos, esto es una mierda, el racismo, el antisemitismo, todo eso. Hay que actuar, dar una respuesta firme para detener a los fachos y mostrar que la municipalidad quiere y puede cambiar las cosas.

Desde el fondo de la sala, un consejero levantó la mano.

—Sí, Maxime, ¿tenés alguna propuesta?

—Sí, estaba pensando… ¿Y si hiciéramos una Marianne con el rostro de Simone Veil?

Silencio ensordecedor. La espera por la aprobación era insostenible.

—¡Pero sí, qué buena idea! Llamen a todos los escultores del departamento, que nos traigan seis toneladas de piedra para tallar. Quiero ver a Simone Veil como Marianne en todas partes, en todos los ayuntamientos, en todas las escuelas, los hospitales, los jardines, las plazas…

—¿Y en la estación Rosa Parks? —preguntó una consejera.

—Sí, claro, ¿por qué no? Aunque nadie la vea, la igualdad está ahí.

A pesar de todos mis esfuerzos, mi mala cara no se puede disimular.

—¿Querés agregar algo? —me preguntó el director de gabinete.

—¿O sea que la respuesta firme frente al odio es una estatua?

—Sí, es Marianne con la cara de Simone Veil.

—Es una cosa inmóvil, ¿no?

—Sí, es una estatua, el símbolo de Francia.

—O sea que actuamos desde la inmovilidad, ¿no?

—Bueno, ¡ya es un avance!

Fin de la conversación. Había que despachar el comunicado de prensa.

Si yo fuera un facho motivado por el odio, con un marcador en la mano, listo para desenvainar cruces esvásticas en los buzones, y me encontrara frente a la escultura de Simone como Marianne, es evidente que dejaría de ser un idiota enseguida, que sería cuidadoso, que empezaría a dibujar corazones e incluso escribiría en los buzones hashtags como #MixidadDelMundo, #InclusiónParaTodos, #ConvivenciaPostal, #SimoneForever, #DiversidadPorSiempre.

Como consecuencia de las agendas políticas, las palabras comodín se pasean por todas partes. Incluso se regalan momentos de gloria en los títulos de conferencias nacionales e internacionales. La francofonía es una extraordinaria palanca para dar un alcance mundial a ese desajuste semántico.

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