La jueza que sobrevivió al peor momento de su vida buceando entre el sexo y la muerte

Alejandra Petrella es jueza porteña y perdió al hombre con el que pensaba envejecer cuando los dos eran demasiado jóvenes. ¿Qué la empujó al hundimiento? Entre otras cosas, “el proyecto roto”. En medio de esa brea empezó a escribir, no larguísimos fallos judiciales sino cuentos cortos en los que adobó su historia, a veces de amor, otras de desamor, con finas hierbas de ficción

Compartir
Compartir articulo
Alejandra Petrella es jueza, también docente (Foto: Adrián Escandar)
Alejandra Petrella es jueza, también docente (Foto: Adrián Escandar)

Alejandra Petrella tiene 61 años y es jueza en lo Contencioso Administrativo, Tributario y de Relaciones de Consumo de la Ciudad de Buenos Aires. Su despacho tiene todo lo que pide el estereotipo: un escritorio marrón, una pila de expedientes en un extremo y un mástil con una bandera argentina que ahí atrás, firme, parece un escolta. Hace casi 25 años que Petrella es jueza, y siguiendo el camino del estereotipo, claro, uno podría imaginarla escribiendo sobre todo, menos sobre sexo.

“¿Por qué hay que pensar que una jueza tiene que ser una mina que no puede hacer de su vida lo que quiera? A ver, ¿qué? ¿las juezas no cogen?”, pregunta durante una entrevista con Infobae.

“Pareciera que las juezas no tienen vida sexual, que las minas de más de 50 años tampoco, y si tenés más de 50 y encima sos jueza, bueno, ni te digo. De hecho, uno de los epítetos que más dicen sobre nosotras es ‘uh, ¿sabés lo que le hace falta a ésta, ¿no?’”, sigue ella, que también es docente y Doctora en Derecho y Ciencias Sociales.

Con su libro, que tiene prólogos de Santiago Llach y Claudia Piñeiro (Foto: Adrián Escandar)
Con su libro, que tiene prólogos de Santiago Llach y Claudia Piñeiro (Foto: Adrián Escandar)

Petrella acaba de presentar “Martes, 3 P.M”, un libro de cuentos que escribió en el peor momento de su vida, mientras la cama y la soledad amenazaban con deglutirla. Hay muchísimo de su historia personal en esas páginas, aunque es realidad hilvanada con ficción. Está su cáncer, por ejemplo, también el que la dejó viuda cuando era demasiado joven. Está el humor, está la familia disfuncional.

También está el sexo, observado de cerca y a trasluz, como quien mira una radiografía. El libro, de hecho, arranca con la historia de una jovencita y una “primera vez” en un Fitito, que más que un recuerdo mágico es el reconocimiento tardío de un abuso sexual.

Lo sexual, la seducción torpe, sobrevuela todo el tiempo. Hay un texto, por ejemplo, que se detiene como un dron en plena faena en los supuestos piropos típicos de las fiestas judiciales:

“Cuando llegó mi turno, un Marcelo con aliento alcoholizado me dijo al oído: torda, torda, qué buena estabas hace 15 años, cómo te hubiera dado”, escribió la jueza. O sea, “a mi fobia festiva tenía que sumarle que ya era una veterana que no estaba ni para el garche”.

"Martes 3 P.M" es su primer libro de cuentos
"Martes 3 P.M" es su primer libro de cuentos

Otro cuento aterriza en el sexo post 50, aplicación de citas mediante.

“Puse música, me serví un vino y pasé un largo rato debajo de la ducha. Después de un divorcio, un año y dos cajas de antidepresivos, volvía a estar con alguien. Había imaginado el momento como algo disruptivo, volver a coger cuando el registro mental del sexo pasaba por un marido muerto y otro del que me acababa de separar, significaba más que un polvo, un ejercicio mental de fin de duelos y no sé cuántas boludeces más analizadas en miles de sesiones de terapia”, escribió.

La protagonista hizo un match con un médico, muy bien, aunque un tipo “amesetado”, por eso Petrella escribió:

Creo que intenté calentarlo un poco, cada tanto me subía la pollera, le rozaba la pierna, lo tocaba sin querer. No sé por qué lo hacía, quizás porque me había quedado grabada la frase de la ginecóloga: mirá que en la menopausia lo que no se usa se atrofia, no te dejes estar”.

La vida misma

En su despacho (Foto: Adrián Escandar)
En su despacho (Foto: Adrián Escandar)

Es un mediodía de otoño cálido y, mientras conversa con Infobae, Petrella retrocede en el tiempo. No es en su cáncer, cuando recién había terminado el secundario, donde ubica su primera supervivencia.

“Mis padres eran separados en una época en la que eso era un estigma, y yo era la única que tenía padres separados en un colegio de monjas. Yo era la hermana mayor y me convertí en el nexo entre mi mamá y mi papá. A veces los padres no se dan cuenta de lo que le hacen a los pibes cuando los meten en el medio, eso ya me hizo una sobreviviente”.

Te puede interesar: “Hola, soy Malén y soy alcohólica”: por qué le costó reconocerse como adicta y el proceso para vivir sobria

Su papá
Su papá

Tenía 18 años cuando le detectaron el linfoma en el mediastino. Del lado menos cursi de la larga y penosa enfermedad también habló en uno de sus cuentos.

“Si bien parece que el cáncer te hace bueno, es mentira. Te llena de bronca, contra los que están sanos y nunca lo tuvieron. Contra los que se quejan del tránsito, del calor, de la humedad. Contra la señoras que se mortifican por sus arrugas o su celulitis. Porque cuando vas con tu gorro -que más bien parece un cartel luminoso de ‘tengo cáncer’- a darte la quimio, te invade una profunda bronca contra toda esa gente que entra al subte para ir a trabajar, y ni hablar si los ves entrando a la peluquería cuando vos no tenés un puto pelo. Porque tener cáncer te pone en un lugar de mierda y te preguntás por qué carajo me tocó a mí y no al de al lado. Yo era buena antes de tenerlo y después me hice más fuerte, pero más mala”.

Alejandra sobrevivió otra vez y fue tal vez eso lo que la ayudó a no perder el foco: quería ser jueza, el trabajo que ama. “Es que el laburo me salvó la vida”, dice ahora, y se explica.

“No sé qué me hubiera pasado en algunos momentos terribles sin mi laburo, no sé qué hubiera pasado con mi estructura psíquica. Me refiero a la enfermedad de mi marido, a toda la soledad que siguió, a la forma en la me hundí en la pandemia”.

Con sus hermanos
Con sus hermanos

Es que desde este escritorio marrón Petrella tiene el poder para cambiar algunas vidas, especialmente las de algunas mujeres que tienen pocas chances de defenderse.

Intervino, por poner como ejemplo un caso resonante, en la vida de una mujer boliviana muy pobre que vivía en la calle con un hijo menor de edad y con una discapacidad severa. El caso llegó a la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que obligó al gobierno porteño a ofrecerle a la mamá, entre otras cosas, una vivienda.

El amor y la viudez

Fue mucho antes de ser jueza, cuando era una abogada de 30 años, que Alejandra conoció a Jorge: “Mi gran amor, el hombre con el que yo había pensado envejecer”, cuenta. Ella estaba de novia; él separado y tenía dos hijas.

Alejandra y Jorge
Alejandra y Jorge

“Me enamoré como una loca”, suspira. Empezaron un proyecto de vida juntos y tuvieron “la suerte” de poder tener a Sofía. “Digo ‘la suerte’ porque a mí no me habían congelado los óvulos durante el cáncer, a fines de los 70 a lo sumo trataban de salvarte la vida”.

Del cáncer de Jorge se enteraron cuando hacía más de 15 años que eran una familia, “y cuando estábamos en el mejor momento de nuestras vidas”, subraya.

Fue un día de 2008 que él se levantó amarillo, que ella creyó que era hepatitis, que los estudios, después, mostraron que tenía un tumor en las vías biliares. “A diferencia del que había tenido yo, era un tipo de cáncer para el que no hay quimios, así que le dieron entre 3 y 6 meses de vida. Vivió dos años: el primero muy bien, el segundo fue horrible”.

Jorge con Sofía, la hija que tuvieron juntos
Jorge con Sofía, la hija que tuvieron juntos

Petrella ya había concursado y logrado convertirse en jueza, tenían un buen pasar económico, las dos hijas mayores de Jorge ya eran profesionales; Sofía, la hija de ellos ya era una jovencita de 15. “Digo que era el mejor momento de nuestras vidas porque siempre se culpabiliza al que tiene cáncer: ‘Mmm, mirá...con todos los problemas que tenía se terminó enfermando’. Y no, no fue el caso”.

Llegó un momento en que Jorge dijo “no puedo más, y abandonó”. De eso también Petrella escribió en su primer libro de cuentos: “El cáncer no te mata, te cansa”.

Jorge tenía poco más de 50 años cuando murió, Alejandra 47 cuando quedó viuda.

"Yo pensaba envejecer con él", cuenta ella
"Yo pensaba envejecer con él", cuenta ella

El trabajo en este mismo despacho fue su salvación durante los días hábiles, “pero llegaba a casa el viernes, me metía en la cama y salía el domingo a la noche”. Fue su hermana, que se había ido a vivir con ella un tiempo, la que “me sacó de las mechas un día que vio que yo había puesto el pijama de Jorge en la cama así estiradito, como si estuviera acostado”.

Dice que probó de todo: terapia de duelos, terapias alternativas, incluso algunos años después volvió a ponerse en pareja con un hombre uruguayo que vivía en Montevideo. “Íbamos y veníamos los fines de semana, hasta que la pandemia hizo estallar todo por el aire. Un día el señor me dejó de querer”.

Su hija se había puesto en pareja y se había ido de casa, y Alejandra volvió a verse sola y con casi 60 años, lo que no tendría nada de malo en sí mismo, “salvo que yo soy el modelo contradictorio de mina”, dice, y se explica.

La jueza con su hija
La jueza con su hija

“Las minas que por un lado hicimos de todo por nuestra independencia y nos abrimos espacios en lugares difíciles, y por otro estamos formateadas para sentir que si estamos solas nos falta algo, por más que tengamos no sé cuántos títulos y doctorados”.

Se refiere no sólo a las mujeres sino a las mujeres que ocupan espacios de poder: “Fijate las frases: ‘Está sola, por algo será’, o ‘el carácter que debe tener, habría que preguntarle a los empleados’. Cosas que en el fondo deben tener que ver con la desvalorización, porque si vos estás bien plantada nada de eso debería importarte”.

El dolor tenía título: “El proyecto roto, otra vez”, cuenta. Mientras se hundía, Alejandra se preguntaba por qué. “¿Es mi karma? ¿Soy yo? ¿De dónde viene toda esta desgracia?”. El nido había quedado vacío en todos los sentidos posibles y la pandemia le había arrebatado el contacto con los otros, eso que siempre había sido el corazón de su trabajo de jueza.

En familia
En familia

“Me dieron vuelta el mundo y me hundí muy mal, mal. Me acuerdo que pensaba: una de dos, o me amigo con esta situación y veo qué hago o me tiro del séptimo y chau, besito”.

Fue en ese contexto sin grises que empezó a hacer un taller de escritura todos los martes a las 3 p.m con el escritor y editor Santiago Llach. Fue ahí que tocó el fondo, vio el doble fondo y fue desde allá abajo que pudo picar hacia arriba.

El sexo entre las páginas

Hay un cuento en el que una jueza casada tiene sexo desaforado con un escribiente sobre su escritorio.

“Volaron los expedientes como si quisieran hacernos un lugar. Fue tan intenso que todavía tiemblo cuando me acuerdo. Me dijo un montón de lugares comunes que cualquier mujer caliente quiere oír”, escribió.

En el juzgado con su equipo
En el juzgado con su equipo

Y ahora dice: “Es una historia que está en la fantasía de cualquiera: una jueza y su escribiente, ¿por qué no podría pasar?”. Hay otro cuento llamado “La mujer más sola del mundo”, en donde vuelve al drama de intentar conocer a un hombre a través de alguna app de citas.

“Miguel. Todo bien. El punto de los mails era la vida, el poder disfrutar de las cosas simples. Hasta que soslayó que como no podía ir al casino porque estaba cerrado en pandemia, se había hecho adicto a los juegos de compu. Me propuso jugar al Minecraft para conocernos más. ¿Un gamer de cincuenta y pico? Un pelotudo”.

“¿Por qué me puse a escribir sobre sexo, sobre citas? Lo que intento es naturalizarlo, primero conmigo misma, porque yo no soy ‘Juanita, la superada’. Yo me creí ese ‘vos sos jueza, no podés estar en una aplicación de citas’, hasta que un día me puse a pensar ‘¿y por qué no?’”, cuenta, y se ríe por anticipado.

Alejandra de civil
Alejandra de civil

“Después claro, te metés, empezás a descubrir un mundo en el que no te sabés manejar, y le errás al vizcachazo mal. A veces me parece que el tipo está muerto conmigo y después desaparece, esta cosa del ghosting que yo ni sabía lo que era”.

Alejandra Petrella se va sacando el lastre con el correr de los cuentos, hasta que llega el último, en el que la protagonista tiene sexo con un médico con el que no quiere nada más: ni formar pareja, ni que se quede a dormir, ni que conozca a sus hijas.

“Mientras me duchaba me di cuenta de que por primera vez estaba disfrutando mi soledad. Nunca me sentí tan libre como al día siguiente”, cierra.

“No esperé sus mensajes. No necesitaba que me dijera ‘te extrañé’. No me importaba si iba a volver a verlo o no. Tarde tal vez, había descubierto que podía ser yo, con o sin un señor”.

Seguir leyendo: