Un sueco en el Congreso de Tucumán

A las sesiones del histórico Congreso asistió un capitán del ejército de Suecia, cuyo papel aún está en la nebulosa de las conjeturas y quien elaboró un informe sobre su visita que sería descubierto recién 130 años después

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Cuando Napoleón Bonaparte se enteró de que uno de los que había sido su lugarteniente, Jean-Baptiste Bernadotte, había sido propuesto como príncipe de Suecia y heredero al trono, pensó que era víctima de una broma, y así lo tomó. Bernadotte venía de una familia sin alcurnia y su futuro en el ejército no hubiese sido tan promisorio de no haber existido la Revolución francesa y de no haber cosechado sendos éxitos militares. De todas maneras, en Suecia encontraron la fórmula perfecta para el intríngulis político-institucional que allí atravesaban: nombrarlo príncipe heredero. No hablaba una palabra de sueco pero no importó porque la aristocracia europea se manejaba con el francés. Lo verdaderamente extraño fue que haya comisionado al capitán Jean Adam Graaner a viajar a América del Sur y ser testigo de los debates para lograr la independencia.

Quién era Graaner?

Nacido en Suecia, en 1782, eligió la carrera militar, se alistó en la marina de su país. Comenzó luchando contra Rusia, en 1808 y 1809, luego contra Napoleón, y ganó los galones en buena ley. Luego de la expedición contra los noruegos, en 1815, fue ascendido a capitán de estado mayor. Realizó dos viajes al Río de la Plata, en 1816 y en 1819. En el primero de ellos, en junio ya estaba viajando hacia Tucumán, con la sola compañía de un asistente sueco. Había logrado el permiso de las autoridades de asistir a las sesiones. De sus viajes a estas tierras dejó una memoria escrita en francés, que 130 años después fue hallada en el archivo personal de la familia real sueca. En 1949, José Luis Busaniche lo tradujo al español. ¿Qué contó Graaner?

Las sesiones en Tucumán

El informe comienza con una interesante descripción de las Provincias Unidas del Río de la Plata, su geografía, sus recursos naturales y su población. Luego, hace un análisis de la situación política desde 1810 hasta llegar a Tucumán.

Graaner escribió sobre las primeras sesiones: "En los discursos alternaban los nombres de Solón, Licurgo, La República de Platón, etcétera. El Contrato Social, el Espíritu de las Leyes, la Constitución inglesa y otras obras de ese género, fueron consultadas y estudiadas, citadas y documentadas con gran entusiasmo por los doctores en leyes, en tanto que los sacerdotes condenaban a los filósofos antiguos como a ciegos paganos y a los escritores modernos como a herejes apóstatas impíos".

Por lo que se lee, Graaner —que levantó suspicacias entre algunos congresistas que sospechaban de segundas intenciones— estuvo muy atento a las alternativas, a tal punto que transcribió los 17 puntos elaborados por Gazcón, Bustamante y Serrano que se aprobaron por unanimidad en la histórica sesión y que, en resumidas cuentas, son las siguientes.

En primer término, "un manifiesto que exponga a consideración de las provincias los espantosos males que han causado las divisiones de los pueblos y las revoluciones fraguadas en el ardor de las pasiones (…) un decreto general que establezca fuertes y rigurosas penas contra todo hombre que bajo cualquier pretexto, en las ciudades, villas, campañas o ejércitos, quebrante el orden, atente o desobedezca a las autoridades".

Una escena del Congreso de Tucuman
Una escena del Congreso de Tucuman

Luego, establecer el manifiesto de la independencia, enviar a diputados a las distintas cortes, así como a la de Roma "para el arreglo de materias eclesiásticas y de religión". Asimismo, implementar "pactos generales de las provincias y pueblos de la unión" y "qué forma de gobierno sea más adaptable a nuestro actual estado".

El documento además contempla "un proyecto de constitución", un "plan de arbitrio permanentes para sostener la guerra" y el "nombramiento de una comisión compuesta de los mejores oficiales del estado para el arreglo de nuestro sistema militar". Incluye el "arreglo de la marina", de "las rentas generales del Estado", "establecimiento de una nueva casa de moneda en la ciudad de Córdova (sic)" y mencionaba "establecimientos útiles de prosperidad general sobre educación, ciencias y artes, minería, agricultura, dirección y habilitación de caminos"; el "arreglo de magistraturas", la "demarcación del territorio; creación de ciudades y villas" y el "arreglo de fondos y ramos municipales de cada pueblo".

Vencer o morir

Graaner relata que, a fines de junio, el Congreso comenzó a deliberar sobre la declaración de la independencia: "Esta declaración fue recibida con el mayor entusiasmo y solamente después de tal acontecimiento ha podido advertirse actividad en las diferentes ramas de la administración de los negocios públicos con la esperanza de ver algún día estas provincias organizadas en cuerpo de nación. Y la razón es muy natural. Los hombres que fluctuaban hasta entonces entre los intereses de la metrópoli y los de la patria, sin osar declararse abiertamente ni por una ni por otra, se encontraron ahora obligados a decidirse, y de haberse negado a prestar el juramento de independencia, hubieran perdido sus empleos y sus fortunas y habrían sido desterrados".

Cuando comenzó a discutirse la forma de gobierno a adoptar, Belgrano puso sobre la mesa la propuesta de entronizar a un rey inca. El sueco escribió: "Llegó Belgrano al congreso con esta idea, que le preocupaba por entero, precisamente en momentos en que el congreso se ocupaba de la forma de gobierno que podía darse a las provincias, y cuando estaban muy convencidos de las ventajas de una monarquía constitucional o moderada. Algunos de sus miembros se sentían muy inclinados a invitar un príncipe joven de las dinastías que han dejado de reinar en Europa, siempre que el príncipe fuera protegido y secundado por alguna potencia de primer orden".

Festejos

El sueco participó el 25 de julio de los festejos realizados en esa provincia por la independencia. "Un pueblo innumerable concurrió en estos días a las inmensas llanuras de San Miguel. Más de cinco mil milicianos de la provincia se presentaron a caballo, armados de lanza, sable y algunos con fusiles; todos con las armas originarias del país, lazos y boleadoras. La descripción de estas últimas me obligaría a ser demasiado minucioso, pero tengo ejemplares en mi poder. Las lágrimas de alegría, los transportes de entusiasmo que se advertían por todas partes, dieron a esta ceremonia un carácter de solemnidad que se intensificó por la idea feliz que tuvieron de reunir al pueblo sobre el mismo campo de batalla donde dos años antes las tropas del general español Pío Tristán fueron derrotadas por los patriotas. Allí juraron ahora, sobre la tumba misma de sus compañeros de armas, defender con su sangre, con su fortuna y con todo lo que fuera para ellos más precioso, la independencia de la patria (…) el general Belgrano tomó la palabra y arengó al pueblo con mucha vehemencia prometiéndole el establecimiento de un gran imperio en la América meridional, gobernado por los descendientes (que todavía existen en Cuzco), de la familia imperial de los incas". Graaner agregó: "Los indios están como electrizados con este nuevo proyecto y se juntan en grupos bajo la bandera del sol".

En Buenos Aires, Pueyrredón le entregó a Graaner una carta dirigida a Bernadotte. Fechada el 18 de septiembre de 1816, relata el hecho de haberse declarado independientes, que Graaner había sido testigo de ello y lo invita a entablar relaciones comerciales. Sobre el militar sueco, Pueyrredón agregó: "La conducta del referido Mr. Graaner en este país ha merecido el aprecio y la distinción de todos estos habitantes, y que lleve consigo este informe que le recomiende en la consideración de su augusto Príncipe".

En su segunda visita, en 1819, Graaner se desenvolvió con mayor comodidad y familiaridad. Fue un asiduo visitante de la familia Escalada, que tenía su residencia en las actuales calles Perón y San Martín. Cimentó una amistad con Antonio José de Escalada y Sarriá, suegro del general San Martín. Fue en esa casa en la que conoció al militar, quien ya había derrotado a los realistas en Chacabuco y Maipú. "San Martín es un hombre de estatura mediana, no muy fuerte, especialmente la parte inferior de su cuerpo, que es más bien débil que robusta. El color del cutis algo moreno con facciones acentuadas y bien formadas. El óvalo de la cara alargado, los ojos grandes, de color castaño, fuertes y penetrantes como nunca he visto. Su peinado, como su manera de ser, en general, se caracteriza por su sencillez y es de apariencia muy militar. Habla mucho y ligero, sin dificultad o aspereza, pero se nota cierta falta de cultura y conocimientos de fondo. Tiene un don innato para realizar planes y combinaciones complicados. Es bastante circunspecto, tal vez desconfiado, prueba de que conoce bien a sus compatriotas. Con los soldados, sabe observar una conducta franca, sencilla y de camaradería. Con personas de educación superior a la que él posee, observa una actitud reservada y evita comprometerse. Es impaciente y rápido en sus resoluciones".

"Algo difícil de fiarse en sus promesas, las que muchas veces hace sin intención de cumplir. No aprecia las delicias de una buena mesa y otras comodidades de la vida, pero, por otro lado, le gusta una copa de buen vino. Trabaja mucho, pero en detalles, sin sistema u orden, cosas que son absolutamente necesarias en esta situación recientemente creada. Hay motivos para reprocharle no haber actuado con energía y aprovechado las victorias que sus tropas han ganado en Chacabuco y Maipú. Es difícil juzgar si esto tiene su origen en falta de energía o en intrigas políticas, demasiado complicadas para exponer aquí".

En el invierno de ese año, portando cartas de recomendación de San Martín a O'Higgins, de quien también se haría amigo, cruzó a Chile. Interesado por el negocio minero, el sueco consiguió una concesión para la explotación de un yacimiento. Continuó su periplo por el Pacífico hacia la India. Sin embargo, fuertes ataques del hígado lo decidieron a emprender el regreso a su tierra. A bordo de un barco de bandera inglesa, fallecería el 24 de noviembre de 1819, a la altura del Cabo de Buena Esperanza. Contaba con 37 años.

Graaner dejó un valioso testimonio histórico de nuestra vida política y un halo de misterio sobre los reales motivos de su viaje. Lamentablemente murió joven. El que lo sobrevivió fue Bernadotte, quien no solo dejó a su hijo como rey, sino que en la actualidad el actual monarca de Suecia es descendiente directo. Cuando murió, luego de 26 años de reinado, se sorprendieron al descubrir un tatuaje con la leyenda "muera el rey". Se presume que era de la época de la Revolución francesa. Pecado de juventud que le dicen.