A 50 años del crimen impune de su amiga, tres mujeres se reencontraron para buscar una respuesta

En los años 70, Jan Marsh fue asesinada brutalmente y, desde entonces, la investigación sólo se ha topado con obstáculos y pistas inconclusas

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Medio siglo después y un crimen sin resolver: la historia de tres mujeres a las que el deseo de justicia las reencontró (Francine Orr / Los Ángeles Times)
Medio siglo después y un crimen sin resolver: la historia de tres mujeres a las que el deseo de justicia las reencontró (Francine Orr / Los Ángeles Times)

Es así. Aunque dura, es la realidad. La ciudad de Los Ángeles, famosa por sus paisajes, su oferta turística y por ser la cuna de la fama de muchas celebridades -entre otras cosas- también tiene su costado oscuro.

Lejos de los atractivos para los visitantes, los residentes de esta ciudad, en el estado de California se enfrentan a un sistema policial un tanto ineficiente debdo al que, con el correr de las décadas, se han acumulado más de 5.000 homicidios sin resolver.

Uno de ellos es el caso de Jan Marsh, una adolescente oriunda de la ciudad de Lynwood, que fue asesinada a sus 14 años, en 1969, hace más de 50 años.

Su muerte expuso que la joven había sido sometida a un trato brutal y conmocionó a los vecinos pero, al cabo de un tiempo, la ineficiente investigación y las pistas y encrucijadas llevaron a que el caso se olvidara.

Aunque no por completo.

El instituto Lynwood organizó una reunión de egresados e invitó a todos los graduados que pudo encontrar en sus registros. Incluso, aquellos de hace medio siglo. Entre los nombres estaban Rose Morales, Cheryl Sánchez Simmons y Tina McKillip.

Como suele ocurrir, este tipo de eventos nuclea a gente amiga y conocidos, y son un momento ideal para actualizar a otros sobre la vida personal y hablar de la familia, el trabajo y los proyectos.

Sin embargo, a estas tres mujeres las reencontró otro asunto: el asesinato sin resolver de Jan, del cual se enteraron esa misma noche.

“No podemos dejarlo pasar. Tenemos que averiguarlo”, le dijo Sánchez Simmons a sus compañeras entre pasos en medio de la pista de baile.

Fue entonces que inició la aventura y, lo que creían que sería una simple reunión escolar, acabó por convertirse en su prioridad durante el próximo tiempo.

El caso de Jan -cuyo nombre real era Janansull, supieron luego gracias a una conversación con su madre- había sido abandonado hace 50 años, lo que significa que muchos de los implicados habían muerto -o estaban próximos a ello-, muchas pistas se habían perdido, y las mujeres estaban en una carrera contrarreloj.

Inclusive, el Departamento de Policía a cargo de su investigación ya no existía.

Sin ánimos de perder la esperanza, rastrearon cientos de páginas de registros, hablaron con docenas de personas y construyeron su propia versión de un “libro de asesinatos” sobre el crimen.

“Cuando envejeces quieres confesar los pecados de tu juventud. Alguien en algún lugar debe saber algo”, confiaron.

“Jan era una chica de Lynwood y las chicas de Lynwood se cuidan unas a otras”, sumó Sánchez Simmons.

Sánchez Simmons se comprometió a llevar respuestas a la familia
Sánchez Simmons se comprometió a llevar respuestas a la familia

El cuerpo de la joven apareció el 4 de noviembre de 1969 en el patio lateral de una casa, ubicada en una tranquila calle de los suburbios. El cadáver, hallado por otro estudiante que se dirigía al colegio, estaba boca abajo, tendido sobre el césped y con una remera de manga larga atada alrededor de la nariz y la boca.

La autopsia concluyó que Jan había muerto durante la noche y no se hallaron restos de alcohol, estupefacientes o sedantes en su organismo.

Los investigadores del Departamento de Policía de Lynwood no lograron establecer un vínculo entre la víctima y la casa en la que apareció ni tampoco pruebas de dónde había sido asesinada; su historia estaba lejos de esclarecerse.

Con el correr de las semanas, los obstáculos eran cada vez más y el impulso por dar con el asesino, cada vez menor. Los medios dejaron de titular con el caso de Jan y poco después su nombre había sido olvidado.

Tan solo unos meses después de proponerse resolver el caso, McKillip se topó con una publicación en Facebook que la dejó sin palabras; se trataba de una pequeña conmemoración por el 50 aniversario de su muerte.

“Sigue sin haber información, sigue siendo un misterio. Esto podría haberle pasado a cualquiera de nosotros”, lamentó en los comentarios un amigo de la infancia.

Estas palabras impulsaron a la mujer, investigadora bióloga, a ponerse manos a la obra y comenzar por lo primero.

No existe un manual para resolver un caso sin resolver, eso está claro. Así que las mujeres empezaron por las bases: la biblioteca y los registros.

McKillip se ofreció a buscar el certificado de defunción de Jan durante su próximo viaje al edificio de Norwalk, en el condado de Los Ángeles, mientras sus dos compañeras pasaron horas y horas después del trabajo y los fines de semana en el lector de microfilmes de aquella sede, escaneando docenas de ediciones del Lynwood Press, el Long Beach Independent y otros periódicos locales de aquellos años.

“Creo que ni siquiera sabíamos lo que estábamos buscando pero, a veces, sólo tienes que buscar”, comentó McKillip.

A pesar de haber estudiado en el mismo colegio y haberse cruzado por los pasillos, el trío desconocía el caso de Jan -y ello dificultó su investigación-. Al momento de su muerte, Morales tenía 14 años, Sánchez Simmons, 12, y McKillip, 11. Sus familias intentaron protegerlas de las noticias y ocultaron lo sucedido.

Nadie se atrevería a culpar a aquellos padres, sin embargo, por elegir mantener las noticias lejos del alcance de sus pequeñas hijas. Los medios de entonces se regían por el amarillismo a tal punto que el Lynwood Press incluyó en su tapa, en tamaño completo, la foto del cadáver, sin el menor reparo de aquella brutalidad.

“Cuando la vi por primera vez en el césped se me erizó el vello de la nuca. Sé que eran otros tiempos pero, ¿en serio? ¿Vas a poner el cadáver de una adolescente en la portada?”, dijo Morales.

Gracias a otras publicaciones de los medios locales sobre el tema, las mujeres pudieron trazar un “quién es quién” entre los agentes de la policía implicados en la investigación y comenzaron a contactarlos por teléfono y Facebook Messenger. “Estamos investigando sobre Lynwood hace tiempo”, les decían.

En la primera etapa de la investigación, las mujeres trazaron un “quién es quién” entre los agentes de la policía implicados en el caso (AFP)
En la primera etapa de la investigación, las mujeres trazaron un “quién es quién” entre los agentes de la policía implicados en el caso (AFP)

Establecieron, también, un ritmo de investigación y dividieron tareas para poder avanzar más rápido.

McKillip se encargaría de rastrear los registros y navegar las bases de datos. Sánchez Simmons utilizaría su detallismo para inspeccionar la correspondencia y recopilar las pruebas. Morales se valería de su encanto para comunicarse con los sujetos que fueran surgiendo en el camino.

Para su seguridad, utilizaba un teléfono desechable y, en ocasiones, hasta un nombre falso: Nan Werd. Era la abreviatura de Nancy y Drew, escrita al revés.

Cuando todo parecía encaminarse, irrumpió la pandemia del coronavirus pero las mujeres, lejos de permitir que esto las retrasara, aprovecharon el tiempo para realizar largas videollamadas desde sus casas, hablando del caso.

Inclusive, se valieron de un chat de Facebook llamado “Las hermanas Snoop” en el que compararon sus hallazgos y cayeron en la cuenta de que la ciudad de su infancia, la autodenominada “ciudad de todos los americanos”, tenía un costado más oscuro.

La joven Jan era la mayor de cinco hermanos y, a pesar de que su familia era de siete miembros, rápidamente se redujo a seis. Cuando ella tenía tan sólo dos años, una de sus hermanas, siete meses, y su madre estaba embarazada, su padre las abandonó.

Shirley Lawton vivía junto a sus hijas en un departamento de dos dormitorios cerca de las vías del tren. Trabajaba por las noches en la fábrica de latas Continental, en South Gate, y pasaba poco tiempo en casa.

Jan creció siendo una adolescente de fuerte carácter, testaruda, y ello la llevó a confrontar muchas veces con su madre. En ocasiones hasta trepaba por su ventana y se escapaba para salir de fiesta o pasear sola por el barrio.

“Se veía claramente que algo raro pasaba en casa. Jan no hablaba en detalle de ello pero uno podía atar cabos”, dijo su compañera Johanna Van Der Linde-Rosales.

Me recuerda a un sistema de castas, a cómo era la gente. Tienes esta familia con una chica que se escapa, que se mete en problemas… la madre tiene todos estos hijos. Y todo el mundo los dejaba de lado”, explicó.

Días antes de su muerte, Jan y su madre habían discutido y ella escapó de su casa. Lawton denunció su desaparición ante la Policía el 29 de octubre aunque no dio mucho resultado.

Con total libertad, la joven regresó a su hogar una última vez para buscar su bolso de maquillaje ya que asistió a una fiesta de Halloween. Más tarde, el domingo, participó del carnaval de otoño en uno de los parques de la ciudad y, el lunes, fue vista en una pizzería.

Aquella fue la secuencia que lograron reconstruir sobre sus últimos días antes de aparecer muerta la mañana del martes.

Sin embargo, para este momento comenzaban a aparecer los primeros obstáculos.

En 1977 el Ayuntamiento de Lynwood disolvió su Departamento de Policía y lo suplanto con el Departamento del Sheriff del Condado de Los Ángeles. Esto implicó el traslado de los archivos de las investigaciones en curso y aquellos sin resolver al centro.

Después de 1977, el Departamento del Sheriff del Condado de Los Ángeles quedó a cargo de las investigaciones en la ciudad (REUTERS)
Después de 1977, el Departamento del Sheriff del Condado de Los Ángeles quedó a cargo de las investigaciones en la ciudad (REUTERS)

El trio solicitó al organismo acceso a los informes sobre la muerte de Jan pero les fue negada la petición, por la más irónica razón. Según las autoridades, oficialmente el caso seguía activo y, por tanto, los datos de la investigación no podían hacerse públicos.

Este parecía el primer gran callejón sin salida al que se enfrentaban las mujeres pero, rápidamente, su suerte cambió. Sánchez Simmons logró dar con un antiguo agente de la policía de la ciudad, Bill Hefley, que había trabajado en la década de los 70.

Hefley, que se mostró predispuesto a ayudar a la detective amateur, era un agente novato en el momento en que Jan fue hallada muerta. Supervisó el caso como detective a mediados de la década y, aunque ya se había retirado del cuerpo de seguridad, aún disponía de algunos archivos que podrían ser de utilidad.

Una semana después del contacto, Sanchez Simmons recibió en su domicilio dos sobres blancos con informes policiales que les permitió empezar con la segunda fase de la investigación: construir la red de posibles sospechosos.

La policía tenía registro de que Jan se reunía con un grupo de jóvenes problemáticos, a los cuales conocían bien. Algunos de ellos tenían vínculos con una banda de motociclistas de Long Beach llamada Los Discípulos del Diablo.

Las mujeres tomaron este dato como punta pero las búsquedas en Google fueron poco exitosas. Entre los escasos nombres que aparecieron figuraban sujetos de avanzada edad o inclusive muertos.

Recordaron, entonces, que se trataba de un caso de hacía más de medio siglo y decidieron, nuevamente, recurrir a lo confiable: archivos y contactos telefónicos.

Morales encabezó estas tareas. Confeccionó una lista de nombres de los “chicos malos de Lynwood”, que tenían unos 60 o 70 años, y se dirigió a la secundaria Hosler para comparar esos datos con los registros de las camadas.

No pudo, sin embargo, dar con ninguno de ellos en los grupos cercanos al curso de Jan por lo que concluyó que sus amigos eran, además de desagradables, bastante mayores que ella.

El círculo social de Jan quedó reducido, entonces, a chicos de entre 20 y 30 años, que bebían, fumaban y se acostaban con chicas adolescentes.

“Estos muchachos son malos a otro nivel. ¿Cómo es que se relacionaba con ellos?”, le preguntó un hombre a Morales.

Varios de ellos habían sido vistos en la misma fiesta de Halloween en la que Jan estuvo días antes de morir. Inclusive, un estudiante comentó a la policía que “uno de los chicos había atacado a Jan”.

Las pistas apuntaban hacia un chico de 17 años, Kenneth Labron Evans, que extrañamente habló con un empleado de la licorería Mr B’s de Compton, tres días después del crimen, y le comentó -mientras compraba dos Coca Cola- que alguien la había “estrangulado con una remera”.

También reveló a una joven pareja que había estado “saliendo” con Jan y que había estado con ella la noche en cuestión aunque aseguró que sólo la abofeteó durante una pelea -lo que explica la huella de su mano- y se largó antes de que la mataran.

Estas extrañas declaraciones llevaron a la policía a interrogar al joven y lo sometieron a la prueba del polígrafo. Pasó todas las preguntas menos la última y la más importante: “Respecto a Jan Marsh el lunes por la noche, ¿estaba con ella cuando murió?”.

El operador del aparato fue “incapaz de decir” si decía la verdad, indica el informe.

Hefley también se acercó a Evans y, en 1975, mantuvo un secreto encuentro a las tres de la mañana. Entonces, el joven le dijo “con una voz ronca” que “puede que sepa quién lo hizo pero de seguro no te lo voy a decir”.

A la mañana siguiente le dijo que no recordaba nada de lo ocurrido horas antes. “Ojalá no hubiera consumido toda esa droga”, comentó.

Evans era, entonces, una pista muerta. Dos nuevos sospechosos entraron a la escena. Hefley apuntó a las mujeres hacia un empleado de una empresa local de servicios públicos -de unos 20 años- que frecuentaba los grupos de la muchacha y abandonó la ciudad poco después de su muerte.

Por su parte, el trío apostó por Danny Montgomery, un chico de 19 años que según el ex policía era un informante secreto de la brigada del Departamento. Montgomery le había prestado a Jen su camisa en la feria, la misma que fue hallada en su cuerpo.

Don Meyers fue otro de los nombres que apareció en esta instancia. También miembro del grupo, había sido condenado en 1973 por golpear hasta la muerte a un profesor de matemática de su colegio y su cadáver fue hallado en condiciones similares al de Jan.

McKillip incluso halló sus expedientes penitenciarios que mostraban que había salido de la cárcel en los años ochenta y se había mudado a Bullhead City, en Arizona.

Meyer fue encarcelado en 1973 y liberado en los ochenta
Meyer fue encarcelado en 1973 y liberado en los ochenta

Sin embargo, de poco sirvió conocer estas identidades ya que los sospechosos eran sujetos poco fiables, con la memoria empañada por el consumo de drogas y alcohol, y no fueron de gran ayuda para las mujeres.

“Algunas de estas personas sabían algo pero no podían retenerlo el tiempo suficiente para hablar con nosotros”, dijo Hefley.

Esta fue, tal vez, una de las razones que llevó entonces a los investigadores a abandonar el caso, pensaron las mujeres. Hefley, no obstante, les aseguró que, por el contrario, se trató de “el caso más importante” de todos los que había tomado el equipo.

Los días pasaron y la investigación cumplió un año. Tras 365 arduos días de trabajo, las mujeres lograron una reunión con el detective a cargo de los casos sin resolver, del Departamento del Sheriff.

Hablaron durante varias horas, debatieron sobre teorías y sospechosos y, antes de concluir el encuentro, el detective les reveló la identidad de un hombre señalado como “Indian Joe” en los informes. Les mostró, también, fotografías de la escena del crimen y del cuerpo.

El trio salió del encuentro con la esperanza de que el hombre decidiera retomar el caso pero no fue así.

“Tenemos que clasificar los casos sin resolver que tenemos y poner al frente los que tienen más posibilidades de solución”, dijo el teniente Hugh Reynaga, que dirige el equipo de casos sin resolver.

Nuevamente las mujeres estaban ante un callejón sin salida, frustradas y un tanto decepcionadas aunque esto no las detuvo.

En 2021, Morales se puso en contacto con una amiga de Jan, que casualmente había sido la encargada de identificar el cuerpo. Le contó que, días después de los sucesos, alguien había incendiado la ventana debajo de su habitación y quedó aturdida.

Por su parte, Sánchez Simmons dio con la hermanastra de Jan, Patricia Podolak, y le envió una tarjeta de Navidad con una foto de la tumba con flores y un mensaje de que su hermana no había sido olvidada.

“Al principio sospeché mucho: ¿por qué haces esto?”, dijo Podolak al respecto pero, luego, pensó que, tal vez, la aparición del grupo era una suerte de respuesta a sus plegarias.

Podolak recordó aquella noche, la cual nunca pudo dejar de pensar.

Ella estaba sentada en el asiento trasero del coche familiar mientras su madre hablaba con un joven alto, moreno y con puntos de sutura en la nuca. “Recuerdo que le dijo a mi madre que había intentado detenerlos y que no lo había conseguido”, dijo y sumó que le había preguntado adónde había ido su hermana. Eso era todo.

Los recuerdos de la infancia era otra de las limitaciones de las mujeres de Lynwood contra lo que no podían luchar.

Sánchez Simmons se reunió también con Lawton, la madre de Jan, que estaba en una situación de salud delicada. En esa charla, a corazón abierto, la anciana comentó que le preocupaba el entorno de su hija y que había intentado reprimir el dolor que le dejó su muerte.

“De vez en cuando pienso en ella. No es que lo haya olvidado. Simplemente no intento acordarme”, dijo y recordó a las mujeres aquello que las había impulsado a emprender la investigación: el deseo de una familia de obtener respuestas sobre un crimen de hace más de cinco décadas.

Lawton murió en 2022 y, junto con ello, el grupo supo del deceso de Montgomery -en 1993-, Evans -en 2012- y Meyers, en 2022-.

Una última esperanza mantenía alentado al grupo: la posibilidad de realizar pruebas de ADN que, en aquel entonces, no se habían realizado.

La última esperanza del grupo era la posibilidad de realizar pruebas de ADN que, en aquel entonces, no se habían realizado (Getty Images)
La última esperanza del grupo era la posibilidad de realizar pruebas de ADN que, en aquel entonces, no se habían realizado (Getty Images)

Fue entonces que Reynaga les dijo que faltaba la caja de pruebas del caso y, sin la ropa, los hisopos y la camisa atada alrededor de la boca, no podían realizarse las pruebas forenses.

Al día de hoy, el paradero de la caja permanece un misterio. Tal vez esté mal archivada o mal etiquetada en algún almacén de pruebas del departamento. Probablemente, nunca se sabrá.

A pesar de los sostenidos esfuerzos, el grupo no ha logrado aún resolver el caso. Su iniciativa se vio constantemente frustrada por la falta de predisposición de las autoridades, a quienes consideraban sus grandes aliados.

“Les servimos a la gente en bandeja, y ni siquiera quisieron hacer entrevistas. Ahora lo han perdido todo: los hisopos, la ropa. Es simplemente inaceptable”, repudió McKillip.

“Es profundamente desalentador ver que los condados vecinos resuelven casos de asesinatos sin resolver de forma regular mientras que uno de los departamentos más grandes del país ni siquiera puede encontrar la caja de pruebas de Jan. Demasiado para la justicia de Los Ángeles”, continuó.

Si bien no han dado por cerrado el caso, las probabilidades de que, efectivamente, se pueda resolver, son bajas.

Mientras siguen tirando de puntas con la esperanza de que alguna abra una puerta, las mujeres mantienen su voluntad de llevar justicia a sus vecinos y ya tienen dos nuevos casos en la lista de espera.

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