
Volver a estudiar en 2025 exige una decisión nueva: hasta dónde usar la IA y hasta dónde pensar por cuenta propia. Esa es la tesis que plantea Paulette Delgado en su columna “Diez años después: volver a estudiar en un mundo dominado por la IA”, publicada en el Observatorio del Instituto para el Futuro de la Educación del Tec de Monterrey.
El texto parte de su experiencia de regreso a la universidad una década después. El aula cambió. De Blackboard a Canvas; de la cursada rígida al formato híbrido; de bibliografía impresa a repositorios compartidos. La logística es más ágil y el trabajo se distribuye en tiempos que el estudiante administra con mayor libertad.
El cambio de fondo aparece en la práctica de estudio. Delgado incorpora asistentes como ChatGPT, TECgpt, NotebookLM y Logically para resolver tareas que antes demandaban horas: buscar, ordenar, contrastar, redactar. Lo cuenta sin triunfalismo. Primero dudó por temor profesional; terminó adoptándolos porque mejoran el acceso a textos complejos y sostienen el ritmo de lectura, en especial para quien, como ella, convive con dislexia.
La autora pone un límite: “Antes era, o leíste, o no leíste; ahora es: o leíste tú, o leyó ChatGPT.” La frase funciona como alerta. La comodidad puede desplazar los ejercicios que forman criterio: leer de punta a punta, subrayar, tomar notas, reescribir.
El artículo resume evidencia que acompaña esa inquietud: cuando la herramienta asume etapas completas del proceso, aparecen dos efectos indeseables. Menor esfuerzo cognitivo y textos más estandarizados, con una voz que se apaga. No se trata de prohibir, sino de fijar reglas de uso para que la tecnología sea un apoyo y no un sustituto.
Delgado no idealiza el pasado. Señala un presente en el que la infraestructura permitió estudiar mejor: repositorios accesibles, colaboración en línea, clases grabadas, retroalimentación más rápida. El avance es real. El problema comienza cuando la delegación se vuelve sistemática y la lectura queda afuera.
La propuesta es práctica. Definir qué momentos requieren IA y cuáles conviene preservar: exploración bibliográfica, sí; comprensión de un texto central, lectura directa; borradores asistidos, quizá; versión final, revisión propia. Cada decisión construye una ética de estudio que resguarda la autoría intelectual.
Como espejo del sistema, la columna describe una transición ya instalada en posgrados y cursos profesionales. La discusión no es plataforma contra plataforma. Es método. En un entorno donde casi todo puede automatizarse, estudiar vuelve a ser elegir: qué hacer con ayuda y qué hacer a mano. Esa elección, sugiere Delgado, es hoy parte del aprendizaje.
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