Es el último día de clase. El aula está en silencio y los estudiantes miran la hoja que tienen delante. El examen está a punto de empezar y, para muchos, las preguntas parecen una amenaza. Las mentes se nublan, las manos tiemblan; algunos apenas pueden concentrarse. Esta escena es la típica postal de la ansiedad que muchas veces provoca una evaluación. Pero, ¿tiene que ser así? ¿Se puede transformar la evaluación en una herramienta que acompañe el aprendizaje en lugar de bloquearlo?
La evaluación formativa propone un cambio de perspectiva: en lugar de centrarse en la calificación, acompañar el proceso de aprendizaje con una retroalimentación constante con oportunidades de mejora. Este enfoque no sólo mitiga la ansiedad del examen, sino que además fomenta en los estudiantes una comprensión más profunda de sus avances y desafíos. Los docentes suelen decir —solemos decir— que la evaluación es una instancia más de aprendizaje. Con este enfoque se convierte verdaderamente en eso.
La Dra. María de Lourdes López Gutiérrez, directora de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Comunicación de la Universidad de La Salle México, es una de las voces más destacadas en este campo. Con una amplia experiencia en diseño curricular y formación docente, López Gutiérrez sostiene que la evaluación debe ser un proceso integral, planeado desde el inicio del curso y alineado con los objetivos de aprendizaje. En esta entrevista, reflexiona sobre el valor de la retroalimentación, las posibilidades de las nuevas herramientas tecnológicas y los desafíos que enfrentan los docentes para adaptarse a este cambio de paradigma.
—La evaluación está en el corazón de la educación, pero siempre parece ocupar una zona de inestabilidad. ¿Por qué?
—Yo creo que no se ha acabado de entender a la evaluación como parte del proceso formativo. Hay una tradición, sobre todo de escuelas muy conservadoras, donde la evaluación se toma solamente como un proceso sumativo que pone una calificación y acredita que se aprueba o no. Pero si entendemos que la parte más difícil, pero la más importante del proceso educativo, es la evaluación, entonces tenemos una mirada integral de todo el proceso, en donde la evaluación tiene que estar planteada desde el principio como parte del syllabus o la planeación didáctica o cualquiera sea el instrumento que utiliza el profesor para desarrollar un curso. Se tiene que vislumbrar desde el principio cómo integrar la evaluación en la formación del estudiante. Digo: la evaluación formativa, que es hacia donde tenemos que caminar todos.
Si el alumno solamente recibe el producto de la evaluación y no entiende el proceso o no le queda claro dónde se equivocó y dónde están sus áreas de oportunidad, vienen las cuestiones propias de la evaluación como calificadora o descalificadora. Ese ha sido un error ancestral en la en la educación.
—A la generación actual de estudiantes se la llama “generación ansiosa”. La evaluación, muchas veces, dispara esa ansiedad. ¿Cómo se hace para evaluar mitigando la ansiedad, pero sin perder la calidad y rigurosidad?
—Tiene mucho que ver qué tanto se retroalimenta al estudiante que está siendo evaluado. Es decir, la evaluación formativa tiene que plantearse desde el principio como parte de la estrategia metodológica del profesor. Ahora, si el alumno solamente recibe el producto de la evaluación y no entiende el proceso o no le queda claro dónde se equivocó y dónde están sus áreas de oportunidad, vienen las cuestiones propias de la evaluación como calificadora o descalificadora. Ese ha sido un error ancestral en la en la educación. El alumno que recibe una retroalimentación adecuada durante todo su proceso baja mucho el nivel de ansiedad.
—¿Qué implica la retroalimentación?
—No es solamente decirte en qué estás mal. Es decirte qué partes de tu propia formación, de tu propia maduración cognitiva tienes que trabajar, qué instrumentos puedo darte como profesor —como institución, como sociedad— para que puedas mejorar. Si encuentras que la evaluación te permite crecer y lograr una meta, te haces amigo de la evaluación.
—¿Cuántos métodos tiene que desarrollarse desde la evaluación formativa para poder contemplar todos los perfiles de un estudiante?
—Depende del perfil que se esté buscando, de la disciplina, de la carrera. Primero tienes que desarrollar una evaluación diagnóstica. La primera parte de un curso tiene que partir del estado del estudiante con respecto, no solamente a los conocimientos que tiene que adquirir o a las habilidades que tiene que desarrollar, sino a su propia maduración dentro del proceso. De ahí, la estrategia metodológica tiene que ir accediendo a los niveles cognitivos o a los niveles de conocimiento requeridos, que se pueden medir con una prueba objetiva. Hay muchas maneras de identificar si el alumno está llegando al objetivo. Por ejemplo, la gamificación. El uso del Kahoot. Aunque parezca un juego es súper útil en una evaluación.
—¿Por qué?
—Porque el alumno siente que está jugando. Es audiovisual, tiene música, parece un videojuego, le salen estrellitas. Son exactamente las preguntas que le podrías hacer en un examen escrito, pero él, desde su celular, tiene un reto que debe contestar en 20 segundos. Entonces le despierta otro tipo de actitud con respecto a lo que le estás preguntando y eso lo activa de otra forma. También, ojo, hay algunos que se angustian por el poco tiempo y eso puede incidir en la evaluación final, por eso yo les digo a los profesores que consideren la evaluación integral.
—Una evaluación formativa te acompaña y hay dianas competenciales y hay una mirada integral, pero al final: hace falta un número.
—Sí, claro. Pero el número aterriza en la parte final del proceso formativo y el alumno tiene en claro dónde fue abonando esa calificación. Nosotros, en La Salle, insistimos mucho en el proceso de acompañamiento para que la calificación no le caiga de sorpresa. Porque de ahí viene la animadversión por el número. Ciertamente la calificación tiene que existir porque es un sistema que va acreditando y que te va diciendo si eres capaz o no de pasar al siguiente nivel. De alguna forma es una manera de constatar la calidad de la educación. Un alumno que ha sido bien evaluado acepta una calificación reprobatoria y asume el reto. Uno que se sacó 10 y no sabe por qué es el peor maleducado de todos, porque no ubica dónde estuvo su desarrollo.
—Hay un caso típico que es el de los estudiantes de la escuela básica que pasan de año, pero, cuando rinden las pruebas estandarizadas PISA o ERCE, sacan resultados bajos.
—Las pruebas estandarizadas fueron un punto de discusión. La PISA mejor la negamos, porque cada vez salimos más bajos en razonamiento verbal y en lógica matemática. Y esto sí habla de una calidad educativa deteriorada. En la superior, por ejemplo, tenemos las pruebas de certificación final de un estudiante, que es el CENEVAL. Los exámenes generales de egreso son pruebas de aplicación; nunca preguntan cuestiones teóricas, sino más bien son de resolución de problemas. Y, como son a nivel nacional, hay escuelas que tienen mucha facilidad para que sus estudiantes accedan a testimonios sobresalientes. A nuestros estudiantes les va muy bien porque el nivel nacional es muy desigual. Eso también te habla de la calidad educativa.
—¿Cómo se acompaña a un docente para que pueda descubrir el valor de una evaluación distinta a la tradicional?
—Eso es lo más difícil. Y, curiosamente, a veces no es la edad ni los años de experiencia. En la facultad hay profesores con 50 años de clases —casi 80 de edad— y han sido muy abiertos a entender que el estudiante aprende de otra manera. Tienes que entender que tú estás cada vez más lejos, que ya no vieron las películas que tú crees que vieron ni leyeron los libros que tú crees que leyeron. Cuando el profesor encuentra que el estudiante es muy poderoso, siente que tiene que pasar por encima de ese poder y se vuelve autoritario. En alguna ocasión he encontrado profesores que dicen: “Conmigo nadie pasa”. O: “Voy a destrozar sus trabajos”. En mi opinión, siempre ha sido mejor enseñarles a hacerlos bien. O cambia de giro, amigo, porque este no es tu lugar. Antes, con dominar tu materia, era suficiente. Ahora, además tienes que profesionalizar la docencia. Tienes que aprender a ser docente. Y eso implica una formación extra. En ese sentido, los profesores de La Salle se han dejado acompañar, aprenden a ser profesores y aprenden a evaluar de manera formativa.