Está apenas a una materia de recibirse de historiador en la UBA. Le queda América I: la historia de los incas, los aztecas. Juan Cruz Lafuente, de 24 años, aspira a obtener una buena nota para terminar la carrera con 8 de promedio. Por su rendimiento académico, recibió la semana pasada uno de los premios Eudeba, que reconoce la excelencia de los estudiantes que están becados.
Para contar su historia hay que remontarse a un par de décadas atrás, cuando él tenía 7 años. “Mi papá era empleado público durante la crisis de 2001 y tenía problemas cardíacos. Tenía todos los boletos”, dice con una cuota de humor negro a Infobae.
Por entonces, Juan Cruz iba a primer grado. Vivía con sus papás y su hermana en un departamento de Once. Se fueron de vacaciones a Corrientes a visitar familiares y su papá murió en el calor asfixiante, “con 50 grados bajo la sombra”. Le dio una arritmia y quedaron “en la lona”.
“Nosotros alquilábamos un departamento. Nuestras cosas habían quedado en un depósito que después finalmente se perdió. Nos quedamos realmente sin nada. La crisis y la muerte de mi viejo nos obligó a mudarnos. Con la ayuda de mi tía y mis primos pudimos reconstruir la situación”.
Su mamá definió que quedarse en Corrientes era la mejor opción. Juan Cruz pasó buena parte de su infancia y adolescencia allí. Por las necesidades económicas, a los 14 años empezó a ayudar a su tío que era fletero. A los 16 años, decidieron volver a Capital. “Corrientes es la provincia más pobre del país y no tiene ninguna proyección para los jóvenes”, explicó.
Durante un tiempo, vivieron los tres en una pensión. Él tuvo distintas changas: repartió cajones de cerveza, fue ayudante de pintor, mientras terminaba la secundaria en el Liceo N°1. A medida que se acercaba el final, empezaban las dudas típicas.
Dudaba. No tenía claro qué estudiar, aunque sí tenía claro que iba a estudiar. Hizo la prueba de locución en el ISER y no entró. Su familia le insistía que siguiera una carrera que le diera plata. “Me decían: ‘Estudiá abogacía que te vas a hacer millonario’”, recuerda entre risas. Y les hizo caso. Cursó parte del CBC de Derecho hasta que largó todo.
“Con 19 años no tenía sueños. No me entusiasmaba lo que estudiaba, ni me veía trabajando como abogado en un futuro. En cambio, la historia siempre me encantó. Se cansaron de decirme que no, que me iba a cagar de hambre, pero no me importó”.
Hoy lo tiene claro: quiere dar clases y convertirse en investigador. Se propuso hacer la carrera a tiempo porque si no, dijo, “terminás odiando a todos”. A principios del año pasado, se enteró por el comentario de un compañero que la UBA tenía una línea de becas, las Sarmiento. Chequeó los requisitos y creyó que estaba en condiciones de postularse. Debía demostrar que necesitaba la ayuda y escribir cuál era su plan de carrera.
Desde entonces, percibe la ayuda mensual. Hoy son unos 3.100 pesos que, cuenta, le permiten “tirar los últimos días del mes”, pagar las cuentas. Es un complemento de su trabajo -paradoja mediante- como cadete en un estudio jurídico. La misma carrera de la cual huyó.
Aunque la experiencia le dejó una enseñanza: “Yo no sé cómo va terminar esta historia. Si cuando me reciba me voy a cagar de hambre como dijeron, pero sí se que disfruté mucho el recorrido. No me arrepiento de haber estudiado lo que me gusta”.
FOTOS: NICOLÁS STULBERG
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