La leyenda de la cama matrimonial en el despacho de Boudou, las anécdotas del mozo Miguelito y otros secretos del Palacio de Hacienda

“Los secretos de los ministros de Economía” (Sudamericana) es el título del libro de la periodista Liliana Franco que sale a la venta en agosto. Allí repasa con entrevistas, historias y datos inéditos los turbulentos años de la economía argentina desde Alfonsín hasta Macri. Infobae publica dos extractos en exclusiva

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Amado Boudou y Cristina Kirchner (NA)
Amado Boudou y Cristina Kirchner (NA)

Amado Boudou fue designado ministro de Economía luego de impulsar la idea de eliminar las AFJP, apropiándose el Estado de las cuentas de capitalización, de manera de volver a un sistema público de reparto. El verdadero motivo fue estrictamente fiscal. Lo cierto era que con la crisis financiera internacional desatada a partir de la caída de Lehman Brothers, la Argentina había entrado en 2009 en una severa recesión, que significó una importante disminución de la recaudación tributaria y un agujero fiscal que había que cubrir. Más allá de las falencias del sistema de capitalización, la apropiación de las AFJP era una buena excusa para solventar temporariamente las deterioradas arcas en una economía que había entrado en profunda caída, al margen de las alevosas mentiras del INDEC.

Es sabido que no todos los ministros llegan al cargo con la suma del poder. La gran reocupación de Boudou era un secretario que, en el organigrama, se encontraba bajo su dependencia. Un personaje único: Guillermo Moreno. El secretario de Comercio Interior, con llegada directa al expresidente, estaba a cargo de las políticas de intervenciones de empresas, de mercados y de precios. Moreno ya había despachado a quien llamaba el "peludito", en referencia a Martín Lousteau, supuestamente su superior jerárquico cuando era ministro.

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Al día siguiente de asumir, Amado Boudou buscaba formar su equipo. Se entrevistó con algunos economistas, que no aceptaron formar parte del gobierno. Durante las entrevistas, antes de entrar en los temas de fondo, solía romper el hielo con alguna alusión a su gusto por las mujeres. El mayor desafío que enfrentaba era construir su propia estructura de poder, que asociaba directamente a su llegada al matrimonio presidencial. Si bien Cristina era la presidenta, todo el mundo sabía que Néstor todavía tenía una cuota importantísima de poder. El expresidente atendía en sus oficinas de Puerto Madero. Había que pasar ambos filtros, y Amado lo sabía. A tal punto, que presumía de haber logrado la aceptación de ambos. Uno de sus allegados recuerda que decía:

Me metí entre las sábanas de la pareja. Eso me diferencia de los otros boludos —en alusión a Sergio Massa, su exjefe en ANSES, que había sido desplazado de la Jefatura de Gabinete de Ministros.

Por entonces, en algunos sectores del gobierno circulaba la idea de reconstruir las instituciones. Sobre todo, se intentaba restaurar la deteriorada credibilidad del INDEC, que dependía de manera informal de Moreno. Un economista al que Boudou ofreció un alto cargo le sugirió que para reconstruir las estadísticas tenía dos caminos alternativos. Ambos dependían del poder que él tuviera: una estrategia de shock y otra gradual.

El ex ministro y Guillermo Moreno, ex secretario de Comercio del kirchnerisno (NA)
El ex ministro y Guillermo Moreno, ex secretario de Comercio del kirchnerisno (NA)

Boudou anotó en un papel: "shock y gradual".

Cuando el economista le manifestó que solo podía optar por la primera alternativa si disponía de más poder que Moreno, Boudou tachó la palabra "shock".

—Avancemos por la gradual —le pidió al entrevistado, que se explayó sobre una estrategia que nunca se puso en práctica, ya que continuó la destrucción de las estadísticas públicas en manos de Moreno, con el aval del matrimonio Kirchner.

Los antiguos mozos, históricos en el Ministerio de Economía, fueron reemplazados por bellas señoritas que pasaron a ser las encargadas de servir el café para beneplácito del sector masculino

La única sugerencia que Boudou concretó fue que el INDEC pasara a depender directamente del ministro de Economía, en lugar de permanecer en la órbita de su secretario de Política Económica, como hasta entonces. Pero en la práctica el cambio no serviría de nada. El organismo continuó "manejado" por la Secretaría de Comercio. Hacia mediados de 2009, cuando la recesión era una realidad, desde el área de Moreno la orden era:

—Todos miran el IPC y ahora vamos por el PBI. Para el año 2009, el PBI tiene que dar positivo y fíjense que dé por encima de Chile.

Visitas nocturnas

A Amado Boudou se lo conoció en el Palacio de Hacienda por una serie de costumbres más bien extravagantes para un funcionario público. Los antiguos mozos, históricos en el Ministerio de Economía, fueron reemplazados por bellas señoritas que pasaron a ser las encargadas de servir el café para beneplácito del sector masculino. En cambio, otras áreas que convivían en el edificio, como el Ministerio de Planificación, mantuvieron el viejo estilo. Boudou tenía mucho poder, era el ministro preferido de Cristina, al punto de que tiempo después fue ungido como vicepresidente. Se movía con total soltura. Era llamado el winner, el ganador.

Boudou tocando con La Mancha de Rolando
Boudou tocando con La Mancha de Rolando

Las reuniones en su despacho se prolongaban hasta altas horas de la noche. En esas oportunidades, era frecuente ver por los pasillos del edificio a los integrantes de la banda de rock La Mancha de Rolando. Pero lo que más llamaba la atención eran las visitas femeninas, que no daban el look de ir a conversar sobre temas económicos. Su belleza era ponderada sin reservas por los empleados del Ministerio.

Las malas lenguas relacionaban estas visitas con el mobiliario que se encontraba en un sector del despacho del ministro, oculto detrás de un discreto biombo. En el pequeño comedor ministerial, que comunica con el baño donde tiempo antes apareció la famosa bolsa con dólares de Felisa Miceli, Boudou había ordenado colocar una cama matrimonial. (…)

Miguelito, el discreto

Quien recorra las fotos históricas tomadas en el Palacio de Hacienda, podrá reconocer en muchas de ellas, entre ministros, secretarios y otros funcionarios, la figura de un hombre alto, encorvado, siempre con una bandeja en la mano. Su nombre es Miguelito y es mozo de oficio. Durante casi medio siglo fue una institución, que se mantuvo firme en sus funciones mientras transcurrían los gobiernos y las gestiones, democráticas y de facto.

Miguel Wolbann, de camisa blanca: el mozo de Hacienda
Miguel Wolbann, de camisa blanca: el mozo de Hacienda

Los periodistas acreditados le hacíamos bromas, él estaba siempre sonriente y saludaba a todos. Hacía doble turno, horas y horas, corría incansable por los pasillos del Ministerio sin soltar la bandeja. Después de más de cuarenta años atendiendo a los ministros, Amado Boudou lo trasladó a otro piso, donde atendió durante un tiempo al entonces secretario de Finanzas, Hernán Lorenzino. Luego se jubiló.

Como buen cafetero, Miguelito era muy discreto. Y si había alguien que tenía información en el Palacio de Hacienda, era él. Uno le preguntaba: "¿está el ministro?" y lo máximo que respondía era "sí" o "no" y si había tomado café. Para mí, fue un placer entrevistarlo. Pero él, fiel a su estilo, no me dio muchas anécdotas. De todas formas, su voz permite reconstruir el detrás de escena de una parte importante de la historia argentina.

Miguelito en primera persona

Empecé a trabajar en el Ministerio el 18 de enero de 1965. Antes atendí durante cinco años un almacén, en Burzaco. Mi mamá era empleada en una casa de familia. Y el señor de la casa era intendente en el Palacio de Hacienda. Mi mamá le preguntó si me podía hacer entrar.

—Sí, tráigame los datos de su hijo —dijo.

Y ese año me mandó el nombramiento a casa. Tuve que ir a Salud Pública a hacer una revisación médica. Cuando entré por primera vez a ese edificio me dije: "¿Acá voy a trabajar yo?". Pero después se transformó en mi casa. Lo recorrí de arriba abajo. Es un edificio grandísimo, con trece pisos, primer subsuelo, segundo subsuelo. Un día, en el tercer subsuelo, vi que corría agua por abajo. Eran las napas que venían del río. El agua entraba en los ascensores. Nunca más vi algo así.

***

Nosotros, los ordenanzas, nos sentábamos en sillas en los pasillos. Con el tiempo, vino un señor y nos dijo:

—Queda feo que estén ahí sentados. Les vamos a poner un teléfono y un timbre en la cocina y los llamamos.

Y cuando estábamos sentados ahí, se escuchaba pasar un tren. Decían que era el tren que llevaba la carga al puerto.

Lo escuchamos varias veces.

***

Me dijeron que el ministro más amable fue Lorenzo Sigaut. Yo no lo atendía. Decían que era buena persona. Hablaba con el ordenanza, que era de Boca. Él era de River y discutían de fútbol.

***

Bernardo Grinspun era un loco. Un día entré en su despacho y lo encontré tirando un montón de papeles al piso.

—Esto es una mierda —decía, y desparramaba todo por la oficina.

Bernardo Grinspun, ministro de Alfonsín (archivo Gente)
Bernardo Grinspun, ministro de Alfonsín (archivo Gente)

***

Yo charlaba mucho con Juan Vital Sourrouille, que fue ministro de Economía durante el gobierno de Raúl Alfonsín. En esa época, yo había vendido mi casa y había cobrado unos pesos. Quería comprarme otra casa; andaba recorriendo el barrio y no conseguía. Entonces se corrió la bolilla de que iba a haber una especie de corralito. Y le dije a Sourrouille:

—¿Me permite, Ministro? Yo voy a comprar una casa. ¿Me conviene ahora?

—Quédese tranquilo —me respondió él—. No va a pasar nada.

***

Normalmente, los horarios no se cumplían. Las reuniones se extendían. Un día, de Ceremonial me dijeron:

—Quedate acá que va a venir una persona.

—Está bien.

Vino un policía y me advirtió:

—Mirá que viene Alfonsín.

Me quedé en la puerta para abrirle. El jefe de la custodia de Alfonsín estaba en el Ministerio, conocía todo el movimiento. Entraron caminando por Balcarce. Yo abrí la puerta y Alfonsín me dio la mano.

Juan Vital Sourrielle Bernardo Grinspun y Raúl Alfonsín (archivo Gente)
Juan Vital Sourrielle Bernardo Grinspun y Raúl Alfonsín (archivo Gente)

—Buenas noches, señor Presidente. Mucho gusto.

—¿Cómo está? —me preguntó.

—Muy bien —le respondí.

Entonces, él miró hacia adentro y dijo:

—¿Hay algún ministro acá que me pueda atender?

***

Una vez, un vecino de Adrogué me dijo:

—Mandale saludos a Sourrouille.

Yo lo miré y me reí.

—No te rías. Él hizo la primaria y la secundaria conmigo.

Vos decile que le manda saludos el Chiche Rabassa.

Un día estaba todo tranquilo en el despacho. El ministro me pidió un mate y le dije:

—Doctor, le manda saludos el Chiche Rabassa.

—¿Usted lo conoce? —me preguntó él, sorprendido.

—Sí, yo vivo a tres cuadras y mi hermano trabajó con él.

—Tráigame el número de teléfono que quiero saludarlo.

Lo llamó y conversaron un rato largo, parece que tenían mucha amistad.

***

En la época de Jesús Rodríguez, nos quedamos sin café. Se había terminado y no había entrado la licitación nueva.

—No tenemos café —le dije al ministro.

—¿Qué pasó?

—Y… no hay plata para comprar.

Me dio unos australes, no me acuerdo cuánto era. Así que fui a comprar el café. Después de unos días, nos quedamos otra vez sin café y el ministro me dio la misma cantidad de plata.

—No me alcanza, jefe —le respondí—. Aumentó.

Él me miró y me dijo:

—¿Y qué hace el ministro de Economía?

***

Domingo Cavallo tenía un muy buen secretario, José Luis Giménez. Un tipo muy pegado a él. Cuando Cavallo fue director del Banco Central, venía con él. No existían los teléfonos celulares. Tenía un aparato en un bolso y hablaba por ahí. Yo los hacía pasar, les daba café. Y un día le dije a Giménez:

—Su jefe va a ser ministro de Economía.

Y cuando asumió, a los dos días él me llamó:

—¿Se acuerda de lo que me dijo?

Domingo Cavallo y Carlos Menem (AFP)
Domingo Cavallo y Carlos Menem (AFP)

***

Cavallo era muy serio, pero nos trataba bien. Tenía costumbres raras, trabajaba hasta muy tarde. Un día, había reunión del Banco Mundial. La encargada de Ceremonial me avisó:

—Miguel, a las 10 de la noche viene Cavallo. Estate atento.

Un policía comentó:

—¿A las 10 de la noche va a venir? Está loco.

—Si dijo que viene, va a estar acá —respondí.

Diez menos cinco, se abrió el ascensor y entró Cavallo, que se quedó en su despacho hasta las 12 de la noche.

***

En su segunda gestión como ministro, Cavallo anunció el famoso "corralito". Lo hizo desde la Quinta de Olivos. Después se reunió con el viceministro en el Salón de Cuadros del Ministerio.

—¿Qué querés que haga? —decía Cavallo—. Es lo único que nos queda.

Estaba muy enojado.

***

El que era medio hincha era Jorge Remes Lenicov. Tomaba mucho mate. Decía:

—Traeme mate. Traeme el termo.

Yo tenía que entrar con un cenicero limpio y reemplazar el que había. Se fumaba mucho en esa época.

Jorge Remes Lenicov
Jorge Remes Lenicov

***

Remes Lenicov no comía jamón. Un día almorzaron en el despacho. Trajeron sándwiches, y nos dijeron:

—Estos que están aparte son para el ministro, que no come jamón.

***

Roberto Lavagna era un tipo espectacular, fuera de serie. Un hombre muy capaz, muy tratable y educado. Nunca lo vi enojado. El día que renunció, nos llamó a los tres ordenanzas que lo atendíamos, nos saludó y nos dijo:

—Muchas gracias por los servicios, la verdad que he tenido mucho gusto de trabajar con ustedes.

Nos dio la mano y se fue.

***

Amado Boudou era un tipo muy tranquilo. No era mal tipo. Tenía buen carácter, atendía bien a la gente. Durante su gestión como ministro, tomaron personal nuevo. A mí me mandaron al décimo, donde trabajaba Hernán Lorenzino, que era entonces secretario de Finanzas.

—Me mandaron acá —le dije—. Lo que pasa es que ahí es toda gente joven.

—Fenómeno —me contestó él.

Casi todos tomaban mate. Yo llevaba el mate, el termo. Lo atendía todos los días. Yo entraba a las 12 y me quedaba hasta las 10 de la noche. Después él fue ministro, pero yo me quedé en ese piso.

Un día llamó a mi jefe.

—Avísele a la Jefatura que a Miguel no me lo cambien de piso —dijo.

Yo me jubilé el 1º de julio. Los primeros días de diciembre, llamaron del Ministerio a mi casa:

—Les estamos entregando una medalla a las personas que cumplieron cuarenta años de trabajo en el Ministerio. Y el doctor Lorenzino quiere que usted esté presente.

—Bueno —dije.

Tuve que ir a Tecnópolis, donde nos prepararon un brindis y nos entregaron la medalla. Yo fui el último todos, por una cuestión de alfabeto. Me llaman, subo y Lorenzino dijo:

—A Miguelito lo rescaté yo, lo llevé a trabajar conmigo. Me dio la medalla y me abrazó. Tengo la foto guardada.