¿A quién beneficia el libre comercio entre Europa y América del Sur?

Pablo Kornblum

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Los presidentes del Mercosur, este mes en la cumbre de Santa Fe
Los presidentes del Mercosur, este mes en la cumbre de Santa Fe

El presidente Xi Jinping, líder de un Partido que teóricamente promueve el comunismo –aunque existe propiedad privada en China–, le recriminó recientemente al presidente estadounidense Donald Trump en la Cumbre del G-20 de Osaka, que cómo podía ser que el país que había sentado las bases de la globalización neoliberal tres décadas atrás, y del cual el gigante asiático se comprometió en el año 2001 a través de su inserción en la Organización Mundial de Comercio, en la actualidad subscribe un proteccionismo agresivo que genera turbulencias en el sistema económico y financiero global.

Tampoco es muy comprensible desde una visión sudamericanista el reciente acuerdo político para el Tratado de Libre Comercio entre la Unión Europea y el Mercosur, a sabiendas que las retrasadas industrias de bienes y servicios de intermedia y alta tecnología de nuestras latitudes no pueden competir con las maduras y desarrolladas empresas europeas. La historia lo ratifica: los países que han dado un salto cualitativo en su producción (y como consecuencia en su rentabilidad, salarios y calidad de vida, como han sido los casos de Estados Unidos luego de la Guerra de Secesión o Corea del Sur a partir de la década de 1950), primero protegieron celosamente la mayor cantidad posible de rubros en los cuales querían diferenciarse para poder competir en el mundo.

Menos racional sería la habilitación del Fondo Monetario Internacional al gobierno Argentino para que libere la venta de divisas del préstamo realizado por la entidad desde abril del año pasado; tal como ocurrió con la crisis financiera griega de principios de la corriente década, donde los euros abastecidos por el Banco Central Europeo se destinaron al repago de la deuda y no a la generación de empleo, la historia argentina muestra un destino altisonante en término de fuga de divisas y no en pos de un crecimiento de la economía real.

Donald Trump y Xi Jinping (Reuters)
Donald Trump y Xi Jinping (Reuters)

Ante la situación descripta, corresponde preguntarse por qué los gobiernos realizan ciertas políticas que, a priori, parecerían ser nocivas para sus pueblos. La respuesta no es tan complicada. Hay intereses creados, y en la puja por estos, siempre existen algunos beneficiados y otros perjudicados. Lo difícil es observar, percibir, y sobre todo comprender (o por lo menos poder leer entre líneas), quienes quedan de un lado y quienes del otro en la disputa por el poder y la riqueza.

Tomando los casos mencionados, se puede decir que mientras ciertos sectores del medio-oeste industrial estadounidense se han reactivado con los aranceles impuestos por la actual gestión republicana, una gran cantidad de consumidores del mismo país se encuentran perjudicados por el incremento de los históricos bajos precios de los artículos Made in China.

O mientras los vendedores europeos de bienes de capital de última innovación se regocijan con las futuras ventas al enorme mercado brasileño, los agricultores del viejo continente ya sufren de solo pensar la competencia con un sector primario paraguayo de gran productividad y menores regulaciones. Ni que hablar del sufrimiento que provocan los ajustes en los precios de los servicios públicos en Argentina, con sus consecuencias negativas para con el consumo interno; ello se contrapone con los beneplácitos que encuentran los Fondos de Inversión trasnacionales, a través de un mix prodigioso de liberalización financiera y alta rentabilidad de las mayúsculas tasas de interés en dólares. La respuesta entonces es que los intereses contrapuestos y la batalla por los mismos son una realidad de la humanidad con la cual tenemos y tendremos que convivir.

La historia lo ratifica: los países que han dado un salto cualitativo en su producción primero protegieron celosamente la mayor cantidad posible de rubros en los cuales querían diferenciarse para poder competir en el mundo

El otro punto a tener en consideración es cómo impacta ese escenario macro-global en todos los actores. Es una realidad que un contexto de tirantez entre las dos principales potencias económicas del mundo puede emanar oportunidades que profundicen vínculos económicos con terceros Estados, con potenciales derivaciones positivas para nuestras industrias más dinámicas. Pero un mayor proteccionismo seguramente también tendrá consecuencias negativas para con la fluidez de los tan esperados "brotes verdes", haciendo más angustiante aún la ya insoportable espera de aquellas inversiones que permitan traccionar nuestra maltrecha economía doméstica.

Por otro lado, los exponenciales ingresos de divisas provenientes de la potenciación de las exportaciones agrícolas de escala al viejo continente –con la consecuente ayuda para con la estabilización de la macroeconomía–, encuentra como contraparte la pérdida de puestos de trabajo en todo el abanico de las históricamente protegidas industrias locales. Menos aún los dólares constantes y sonantes aprobados por la señora Lagarde, que han beneficiado de sobremanera conteniendo el tipo de cambio y por ende la inflación; aunque como sabemos, el inexorable atraso cambiario que solo finalizará luego del proceso electoral, tiene como ancla –necesaria para evitar una corrida hacia el dólar– una tasa de interés exorbitante y prohibitiva para generar riqueza tangible. No hay dudas entonces: en un mundo tan interrelacionado, la gran mayoría de las políticas económicas globales más trascendentes nos afectan en mayor o en menor medida, ya sea directa o indirectamente.

Los ministros Sica y Faurie, cuando se anunció el acuerdo UE-Mercosur en Bruselas
Los ministros Sica y Faurie, cuando se anunció el acuerdo UE-Mercosur en Bruselas

La pregunta superadora que debería surgir sería que pueden hacer los ciudadanos ante este aluvión de escenarios confusos y ambiguos. Hay dos cuestiones que son fundamentales: por un lado, incrementar la comprensión de lo que ocurre; y, por el otro, determinar los intereses y objetivos personales de cada uno.

Un mayor proteccionismo seguramente también tendrá consecuencias negativas para con la fluidez de los tan esperados “brotes verdes”, haciendo más angustiante aún la ya insoportable espera de aquellas inversiones que permitan traccionar nuestra maltrecha economía doméstica

En cuanto a lo primero, es necesaria una formación profunda en Ciencias Sociales e Institucionales. La formación técnica especifica pro-sistémica, que potencia la acumulación de capital, es lo promovido por los gobiernos que tienen como caballito de batalla y lema rector el "estudiar algo que sirva para conseguir empleo", o el "generar empresas innovadoras que puedan competir globalmente". Pero sin embargo, son aquellos políticos, quienes teóricamente dicen defender los intereses de los más humildes, los que no pueden explicar porque proponen leyes –como la flexibilización laboral–, que los hacen todavía más vulnerables; tampoco dan cuenta porque no buscan promover un sistema financiero que entregue créditos hipotecarios a una tasa razonable para miles de familias que realmente necesitan tener un techo seguro para sus niños y abuelos; o mismo son ambiguos al tener que justificar en que se basan para habilitar la explotación de recursos naturales que perjudican al medio ambiente del que todos nosotros y nuestras futuras generaciones van a usufructuar.

El otro punto es, dada la educación y formación familiar, social y escolar –ya sea formal e informal–, que intereses son los que cada uno quiere defender.

Definir los detalles del acuerdo entre los dos bloques comerciales y los procesos locales tomará unos dos años
Definir los detalles del acuerdo entre los dos bloques comerciales y los procesos locales tomará unos dos años

¿Se está de acuerdo con que en el mundo exista equidad en la distribución de los recursos, o el que hace un esfuerzo mayor (o tuvo la suerte en nacer en una "cuna de oro") se merece recibir mayores bienes y servicios? ¿Hay que enfocarse sólo en satisfacer un objetivo personal –como por ejemplo podría ser el pelear por la despenalización del aborto– o interesan los desafíos de impacto colectivo, ya sean locales o globales? ¿Hay que involucrarse en cambiar el estado del entorno o hay que enfocarse en los deseos propios y que otros se ocupen de los temas de interés común?

Algunas de las respuestas se pueden encontrar con la almohada; otras en el diván del psicoanalista. Pero para la mayoría de las soluciones se necesita un rol activo y pro-positivo del Estado. Porque todos se merecen una profunda y abarcativa educación para poder comprender más y mejor, que se complemente con un sustentable financiamiento que incremente las capacidades; sólo esta conjunción permitirá ampliar ideas y sueños, que no pueden ser librados a la suerte o a las posibilidades que puedan brindar los padres: el reflexionar y el poder hacer tienen que ser derechos que no deberían ser negados ni pospuestos. ¿Es mucho pedir?

A pocos días de que los argentinos concurran a las urnas, por qué no pensar que hay otra posibilidad de modificar el destino. El de nuestros hijos y nietos, porque el cambio debe ser estructural y de largo plazo. Aunque para ser sinceros, sería pedir demasiado. Con un baño de realismo, podemos comenzar con contentarnos si los vencedores cumplen con lo que al menos prometieron en campaña.

El autor es Economista y Doctor en Relaciones Internacionales. Autor del Libro "La Sociedad Anestesiada. El sistema económico global bajo la óptica ciudadana".