El caso argentino desafía a la ortodoxia: tenemos alta inflación sin emisión

Por Martín Burgos

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Argentina registra una tasa de inflación anual superior al 50%. (IStock)
Argentina registra una tasa de inflación anual superior al 50%. (IStock)

Lejos de los discursos del Gobierno, los datos de inflación de este año son muy elevados y mientras no mejoren los sueldos, es muy probable que la caída del consumo prolongue la caída industrial.

El dato del Índice de Precio al Consumidor correspondiente al mes de febrero 2019 de 3,8% fue una muy mala noticia para la población, ya que seguramente tendrá su repercusión en los índices de pobreza en un año electoral crucial para el Gobierno: para los últimos doce meses, la inflación ya suma 51,3%. En el primer bimestre se acumulan 6,8% de inflación a lo cual hay que sumarle los datos estimados para marzo que hace suponer que tendremos 10% de inflación para el primer trimestre.

Estos datos se dan en el marco de un congelamiento de la Base Monetaria (circulante y reserva de los bancos) por la cual no hay emisión monetaria y una tasa de interés que prohíbe todo préstamo productivo al sector privado. Por lo tanto, estamos en un escenario en el cual hay inflación pero no hay emisión desde el cambio de política del Banco Central hace ya nueve meses.

La tesis de la inflación estructural toma todo su sentido si miramos los datos del IPC de febrero

Esta realidad pone en discusión el lema según el cual "la emisión provoca inflación", tan utilizado por la teoría económica ortodoxa, y abre perspectivas de discusiones más interesantes y más cercanas a lo que se discute en la academia en la actualidad. Ya vemos varias hipótesis ad hoc de los "fundamentalistas de la emisión" que circulan por Twitter, entre las cuales contamos "la existencia de rezago de dos años entre emisión e inflación" o la más arriesgada según la cual "las LELIQ son emisión a futuro".

No obstante la academia ofrece alternativas más simples para entender la inflación, las cuales deben ser tomadas en consideración por las empresas para planear el futuro de sus operaciones. La fuerte historia de inflación en nuestro país hizo que se haya escrito mucho al respecto, y se han realizado valiosos aportes como la inflación inercial o la inflación estructural por ejemplo, en los cuales han participado los economistas argentinos más renombrados.

Recientemente se ha publicado un libro en homenaje al santiagueño Julio Olivera, seguramente uno de los economistas argentinos más reconocidos. Su particularidad es que en este homenaje han participado economistas de muy distintos credos. Tal vez el concepto más interesante de Olivera sea el de inflación estructural, por el cual si suponemos que los precios no bajan y que el dinero es pasivo (supuestos bastante extendido en la academia internacional hoy en día), entonces cualquier cambio de precio relativo implicará inflación, ya que los demás precios deberán subir para volver a los precios relativos anteriores.

Nueve meses de política monetaria “dura” no fueron suficientes para desacelerar la inflación

La tesis de la inflación estructural toma todo su sentido si miramos los datos del IPC de febrero: mientras la inflación total del primer bimestre 2019 fue de 6,8%, no todos los productos medidos subieron en la misma proporción. El ejemplo más importante es el de alimentos y bebidas no alcohólicas que ya suma 9,6% en el primer bimestre (58,3% en el año). La inflación estructural nos enseña que este diferencial de precios que tuvieron los alimentos sobre los demás productos implica que en el futuro, es muy probable que los demás precios se acomoden al ritmo de crecimiento de los alimentos y por lo tanto sigamos una senda alcista de los precios. Aunque el Banco Central siga sin emitir un solo peso.

 

(*) Martín Burgos es Coordinador del Departamento de Economía Política del Centro Cultural de la Cooperación