Escenas del pensamiento doméstico y sus consecuencias en la economía

Por Gustavo Perilli

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El individuo pasa su vida generando ideas y tomando decisiones. En ese extenso sendero, reflexiona y se compromete pero, también, persigue a "la manada". Cuando debe resolver temas particulares donde median dinero, salud y sentimientos, entre otros, su responsabilidad sale a flote, pero no sucede lo mismo si las cuestiones a solucionar atañen a la comunidad. En este caso, con frecuencia, se esforzará poco y desplegará en toda su extensión su "pensamiento doméstico" (su capacidad de dar respuestas a temas sociales, utilizando elementos de su vida privada), donde aparecerán simplificaciones en exceso. Entre lo cómico y lo frenético, repetirá que los magros resultados sociales provendrán siempre de la corrupción gubernamental.

El "pensamiento doméstico" no representa una patología en sí mismo, sino parte de la condición humana porque, en definitiva, como señala Nassim Nicholas Taleb, "al ser humano le cuesta reconocer situaciones fuera de los contextos donde se han familiarizado con ellas (Taleb, 2013)". El individuo no se ubica en el lugar desde el que está opinando, ni comprende la complejidad de los temas que "pretende resolver". Al vanagloriarse luciendo los alcances de su "pensamiento doméstico", en ocasiones acierta pero, por lo general, recrea elementos de inocencia, banalidad, ignorancia y soberbia que, en la Argentina, podrían ser sintetizados en dilemas caseros como mejor o peor, ganar o perder, honesto o coimero (corrupto), trabajador o haragán, sistema militar o político, este candidato o el otro, actividad agraria o industrial y mercado o Estado, entre muchos otros. Con escaso análisis y voluntad de cambio, el "pensamiento doméstico" se comunica de manera deficiente, forcejea, busca captar adeptos desde lo gestual (y fácil) y se jacta de poseer respuestas  efectivas para reducir "las grietas" de la estructura social que introdujeron (introducen e introducirán) distorsiones en "la ingeniería socioeconómica".

Una de las temáticas preferidas por el "pensamiento doméstico" es el análisis de la pobreza y sus causas. Suele "medir y concluir" utilizando un prodigioso "telescopio" que despliega a diario desde "la ventanilla de su automóvil", cuando transita por los accesos de la ciudad. En una vertiginosa pasada, diariamente compara la arquitectura, el urbanismo, la moral y el nivel de vida de las villas. Mientras escucha su radio con controles touch y acelera su automóvil importado con levas al volante, desde su inmejorable e inequívoca posición (según su apreciación), asocia linealmente corrupción del Estado y política económica (fiscal, monetaria y cambiaria) con generación de pobreza, sin contemplar en lo más mínimo (al menos por vergüenza) la necesidad de ser cautelosos porque "a menos de que entendamos cómo es que se acopian los datos y qué significan, corremos el riesgo de ver problemas donde no los hay, de soslayar necesidades urgentes que se pueden solucionar, de experimentar ira ante meras fantasías (Deaton, 2013)". La sola percepción de cientos de miles de estas aportaciones a través de "ese meticuloso trabajo de campo", genera "bolas de nieve" difíciles de disolver por "el efecto multiplicador" ejercido por las redes sociales.

Con escaso análisis, el “pensamiento doméstico” se jacta de poseer respuestas efectivas para reducir “las grietas”

Las falencias técnicas de "esos analistas", dejan su huella. Hace unos años, sus estudios indicaban que lo sublime era el ejemplo de Brasil; sin embargo, nunca entendieron que se trataba de una experiencia subdesarrollada "inflada" en exceso por Wall Street. Hoy por hoy, sin mostrar vestigios de vergüenza, las mismas personalidades impulsoras del "pensamiento doméstico" tratan a esa Nación soberana como a un "cuasi repugnante antro de corrupción". Las escenas del "pensamiento doméstico" no sólo no fomentan procesos de aprendizaje para comprender situaciones sociales, sino que, además, exhortan votar medidas de política económica que procuran fortalecer concepciones altamente debatibles, por ejemplo, las que promueven fortalecer el ahorro a costa de una literal evaporación del gasto público social. Escudados en la armadura, "estos cruzados" combaten la corrupción, el derroche y el sin sentido de ciertas medidas, al tiempo que respaldan movilizaciones callejeras y medidas que luego, impulsadas por una suerte de mecanismo boomerang, paradójicamente lesionarán su propio bienestar. La experiencia no les servirá de mucho porque no reconocerán el defecto de estas estos procesos de generación de idea, no se desmoronarán en público, ni se olvidarán de sus excéntricas manifestaciones, al tiempo que se convencerán de que las autoridades cometieron errores y/o los engañaron (pese a que las consignas respaldadas hayan sido claras). Ni en lo más recóndito lugar de su ser, analizará temas sociales liberados de ideologías reconocidas de otros tiempos. No contemplará jamás que, intertemporalmente, el ahorro familiar posee características beneficiosas; no obstante, no es tan así en términos agregados. Aunque signifique un daño en lo personal, nunca predecirá que si el Estado adoptara medidas de ahorro, necesariamente tendrá que reducir gasto público y/o subir impuestos: cualquiera de esas medidas deprimirá la actividad económica, expulsará trabajadores, acelerará el desempleo involuntario, la pobreza y la violencia social.

Por más misticismos que se intente cultivar (ya sea con respaldo técnico o simple ignorancia), suena a indiferencia no reconocer (ni anticipar) que es poco posible que el individuo olvidado por el mercado de trabajo (especialmente el que está en situación de calle) se reinserte en una situación similar a la anterior o, simplemente, vuelva. Es lógico, por otro lado, que el mercado (y la empresa privada) lo rescataría sólo si considerara que su reclutamiento es rentable. Ahora bien, luce improbable ese escenario porque, cuando estas tragedias perduran en el tiempo, el trabajador no sólo pierde su trabajo y sus calificaciones técnicas (en este mundo globalizado, dinámico y complejo), sino también, muchas veces, su contención familiar y social (algo que, desde lo psicológico, es sumamente difícil de superar). En otras palabras, si su incorporación no supusiera ingresos futuros que justifiquen ese incremento del "costo laboral", la desocupación y la pobreza será irreversible, duradera y, en cierto plazo, estructural. Ante esa situación, el "pensamiento doméstico" supondrá que si el Estado se entrometiese, siempre gastará inconscientemente, generará corrupción, comprometerá el futuro de sus hijos y fomentará ocio a gran escala. Por la radio de su automóvil, mientras ingresa velozmente por los accesos a la ciudad, escuchará "las instrucciones" del comunicador social sesgado que le describirá ese deterioro del tejido social utilizando adjetivos agresivos dirigidos a funcionarios públicos (presentes y pasados) y celebrará las marchas organizadas para que la desocupación y la inflación disminuyan y que los jueces dicten las sentencias (ya decidida por los panelistas). Posteriormente, esos "comunicadores top" se explayarán displicentemente en la "alfombra roja", serán premiados por organizaciones del espectáculo y respaldados por empresarios y sectores eclesiásticos.

El “pensamiento doméstico” asocia linealmente corrupción del Estado y política económica con generación de pobreza

¿Cómo se sostienen las conclusiones del "pensamiento doméstico"? Es la pregunta que siempre me hago cuando, por ejemplo, convalida el despido de millones de empleados públicos. Quizás está convencido que si esos trabajadores fueran desplazados desde "esa actividad improductiva", automáticamente se insertarán en otra que retribuirá su trabajo según su contribución marginal (pasarían de ser subsidiados a recibir ingresos por esfuerzo y capacidad). Dado el condicionamiento ideológico esculpido en su estructura de pensamiento y el culto a la única manera de interpretar el hecho social (y sus derivaciones), ni en el más remoto de los escenarios reconocerá que si prosperara una drástica reducción de la planta del Estado: 1) habrá un sensible incremento de la conflictividad y la violencia social, 2) el posible aumento de la productividad y la competitividad no compensará el deterioro provocado por el hundimiento de la demanda agregada y el despegue del desempleo, 3) se enquistarán más los intereses que claman por la libertad de mercado pero que, en paralelo, "se nutren" del Estado y, por último, 4) se eliminarán herramientas contracíclicas protectoras de la solvencia macroeconómica, especialmente en los países ricos en recursos naturales (expuestos a la conocida "maldición de los recursos naturales"). En este caso en particular, el "pensamiento domestico" ignorará que:

-Los países ricos en recursos naturales tienen la tendencia a tener monedas fuertes, lo que obstaculiza otras exportaciones (el desarrollo económico más diversificado);

– Debido a que la extracción de recursos a menudo implica poca creación de puestos de trabajo, aumenta el desempleo;

– La volatilidad de los precios de los recursos naturales causa que el crecimiento sea inestable, dicha inestabilidad se ve reforzada por los bancos internacionales que se apresuran a hacer negocios en el país cuando los precios de las materias primas están altos y se apresuran a salir cuando los precios bajan (este comportamiento refleja el principio aceptado a través de los tiempos que dice que los banqueros sólo prestan dinero a aquellos que no necesitan dichos préstamos)(Joseph Stiglitz, 2012).

Formar ideas y tomar decisiones contemplando el bienestar de toda la comunidad (no sólo el individual), constituye un proceso que exige rigor y compromiso. Emplear el anonimato de las redes sociales para reenviar mensajes, armar concentraciones humanas (anónimas), fugar capitales cuando el sistema "deja de ser confiable" (cualquiera sea el color político del Gobierno) y adherir a consignas que benefician sólo a algunos, implica defender posiciones particulares que siempre implicarán redistribuir ingreso en contra de los sectores más vulnerables. Si bien la corrupción debe ser combatida (eso es indudable), el "pensamiento doméstico" (la clase media en acción), debe comprender que su sólo análisis no es suficiente para concluir sobre el presente y el futuro social (y fundar el ejercicio del voto). Además, tiene que comprender que "al tirar la primera piedra", es requisito fundamental evitar la práctica del "deporte de la doble moral" (denunciar desde la "clandestinidad tributaria").

(*) Gustavo Perilli es Profesor de la UBA

Twitter: @gperilli