Hace cuatro años la Academia sueca le dio el Premio Nobel de Economía a Eugene Fama por demostrar que el precio de los activos (como el dólar) ya incluye toda la información que en cada momento está disponible.
Esto quiere decir que, por ejemplo, si el mercado piensa que en noviembre subirá el dólar, no hay que esperar a que llegue ese mes, porque todos se adelantarán tratando de comprar hoy lo que piensan que aumentará mañana.
Los tiempos en los mercados financieros se aceleran de suerte tal que cualquier dato conocido sobre el futuro del dólar ya está incluido en el precio de hoy.
En castellano, esto quiere decir que no hay modo de saber si el dólar va a subir o va a bajar. En los mercados de futuros, donde la gente apuesta poniendo la plata donde pone la boca, el mercado se la juega a que el dólar cerrará el año a $17,75 aumentando más o menos lo mismo que la inflación general.
En este contexto comprar dólares equivale a hacer una apuesta que no es muy distinta a la de tratar de adivinar si el próximo número de la ruleta saldrá par o impar. Simplemente no hay modo de saber si subirá o no.
Paradójicamente, también en el 2013 los suecos galardonaron a Robert Shiller por probar que aunque teóricamente Fama tenía razón, en la práctica los inversores se mueven en manadas, sobrerreaccionando a las noticias, de modo que si uno puede predecir esas reacciones se hará millonario.
En el último mes muchos inversores apostaron a una estrategia que en el mercado se conoce como carry trade, pero que en la calle se llama bicicleta: venden dólares para poner los pesos a interés, apostando a que la divisa norteamericana no aumentará mucho. Al mismo tiempo, 843.000 argentinos compraron dólares pensando que tarde o temprano habrá una devaluación.
Alguno de los dos grupos está equivocado.