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Las cosas que la gente hace para ver a Los Pumas muchas veces no tienen explicación. ¿Qué es lo que moviliza ese sentimiento argentino para que miles de almas se junten por una camiseta sin conocerse, se emocionen por llevar los colores de la bandera y sientan, al menos por un instante, que vuelven a estar un poco más cerca de su país, de sus afectos?
El viaje de 16 horas entre Nantes y Saint-Etienne para presenciar el segundo partido entre Los Pumas y Samoa vale la pena ser contado. Graficar en palabras todas las situaciones que se vivieron durante esas largas horas y entre gente completamente desconocida, fue un resumen de lo que esos argentinos que llegaron desde distintos puntos del mundo tuvieron en común: alentar, sufrir, vivir y sentirse parte de una nueva presentación de Los Pumas.
De Tucumán al mundo. A las 20.50 del jueves 21, mientras esperábamos el micro en la parada Nantes Haluchere que iba a iniciar su largo periplo hacia la ciudad de Saint-Etienne, nos encontramos con Rosita Soria, una entrañable y dulce tucumana de 35 años que vive en esta ciudad y viajaba para visitar a una amiga en Clermont Ferrand. Docente universitaria, como buena tucumana conocía el rugby desde muy chica cuando veía a sus amigos jugar en Tucumán Lawn Tennis. En Francia está desde hace tres años, se especializa en literatura infantil, aunque ya en 2013 había viajado por primera para hacer una maestría en didáctica. Habla inglés, francés y destila ternura, se nota por su sencillez y ganas de ayudar. Rosita todavía no tenía entradas, quería ver a Los Pumas, pero el costo de 300 euros que le pasaron le parecía mucho. Un sueldo promedio en Francia es de 1400 euros, pero hay que calcular 800 del alquiler y los gastos correspondientes. Así que todavía no tenía decidido qué hacer.
En Clermont Ferrand tuvimos una espera de 4 horas. Era de madrugada y el micro nos dejó en el medio de la nada, con una temperatura de menos de 10 grados. Sin negocios abiertos, Rosita se ofreció a acompañarnos unas cuadras al lobby del único hotel abierto que había en la zona para pedirle pasar al baño al señor que lo cuidaba.
El hombre de una tez morena que brillaba como el marfil prohibió nuestro ingreso de muy mala gana, transformando el gesto de nuestra intérprete que en un perfecto francés le dijo que era muy desagradable por su forma de contestar. Agradecimos el intento y nos despedimos con un hasta luego, para volver a vernos en Nantes y conocer algo más de esta anfitriona tucumana.
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Un cordobés en Valencia. En la vuelta a ese desolado paraje nos atrajeron las primeras voces argentinas que se oyeron a través de la oscuridad. Por la tonada eran cordobeses. Mariano Calviño Pueyrredón cebaba el mate y, como si nos conociéramos desde siempre, nos metió en la rueda desde la primera ronda. Ex jugador de Palermo Bajo, vive en Valencia donde reside desde hace dos años. Había salido el día jueves a las 2 de la tarde y llevaba más de 20 horas de viaje.
Venía a ver jugar a su amigo; Mariano es íntimo del jugador de Los Pumas Matías Alemanno, es más, mostraba con orgullo la camiseta que el cordobés utilizó en el último amistoso frente a España antes del Mundial. Dice “Mati es un grande”, en alusión al Puma número 807. En España refacciona casas y dice que le va muy bien, tiene mucho trabajo y ayuda a los argentinos que llegan con una mano atrás y otra adelante, bien al estilo de un cordobés.
Ser primo, lo mismo que un hermano. Al lado hay otros dos cordobeses que también jugaron al rugby, en Tala. Son primos, pero se nombran como hermanos. Mariano y Carlos Osiecki son hijos de dos hermanos polacos que se casaron con dos hermanas italianas. Uno viajó con el hijo, Tomás, de 25 años. Recorren Europa para ver a Los Pumas y después de Samoa iban a visitar Praga y Ámsterdam.
Disfrutar de la pasión de papá. El frío y el viento pegaban duro. Carlos Soria y su hija Natalia caminaban hacia un café que vieron abierto a unas cuadras de allí, detrás de la avenida que unía el boulevard. Con la esperanza de encontrar algo los seguimos y se nos abrió un oasis en el desierto. En el lobby de ese hotel podíamos tomar algo caliente y utilizar los baños.
Natalia vive en Barcelona desde hace dos años, es diseñadora y se encontró en Francia con su papá que venía a ver el Mundial. Carlos vive en Buenos Aires y, como en Japón 2019, otra vez fue a ver a Los Pumas en la Copa del Mundo, aunque esta vez disfrutará luego de los partidos de la compañía de su hija para pasear y tomarse unos merecidos días recorriendo París. Carlos jugó al rugby de chico en Palermo Bajo, el mismo equipo que Mariano, aunque como dice Carlos, “eso fue mucho tiempo atrás”.
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Descubrir, de casualidad, que somos familia. El refugio era ideal para nosotros, el problema fue que ese espacio era el lugar del desayuno para los huéspedes que se hospedaban allí. Después de un rato de charlas entre “compañeros de viaje” una señorita muy amable nos invitó a retirarnos. Fuimos al lobby donde Federico Baguear trabajaba con su computadora refugiado del frío y del poco abrigo que se había llevado a Saint-Etienne. Fede vive en Barcelona desde hace 4 años e iba encontrarse con un grupo de amigos para ver el partido. La vuelta era en auto. Cuando habló de la ciudad donde deslumbró Messi mi comentario se centró en el próximo destino que van a tener mi hijo y mi nuera: irse a vivir a Barcelona. Le conté de sus profesiones y sus proyectos, además de la fecha en que se iban. Mientras mi relato daba más precisiones Federico me miraba sorprendido, hasta que me dijo: “¡Pará!” y me interrumpió: “¿No son Agus y Pato? –dijo- ¡Agus es mi prima! –resaltó-.
La verdad que yo no lo recordaba, lo había visto sólo una vez y en una ocasión muy especial, aunque sabía que ella tenía un primo en Barcelona. Así, y de casualidad, como una mueca del destino, en una gélida madrugada de Clermont Ferrand y con la excusa de ver a Los Pumas, conocí al primo de mi nuera.
Llegar a Saint-Etienne, lo único que importaba. La charla entre todos era como la de un grupo de amigos, nos contábamos cosas de nuestras vidas y por momentos pareció que nos conocíamos desde mucho tiempo atrás. Sin embargo, los que nos unía era el mismo idioma, esperar el micro y los colores de una camiseta: la de Los Pumas.
El arribo del micro de trasbordo reunió a más compatriotas que llegaban para ver el Mundial de Francia.
Del asiento de atrás habló Ezequiel Moyano, mendocino, y ex jugador de Los Tordos, al igual que Gonzalo Bertranou. Estaba en Francia por una pasantía en Enología, en el Chateau de Mercues. Mariano Fernández, también se sumó, jugaba al rugby en Hurling, el club que salió campeón la semana pasada de Primera B en el torneo de la URBA. El viaje al partido contra Samoa tenía un destino posterior: se va a vivir a Oviedo.
En otra fila también se escucha la voz de un francés que en un muy claro castellano se hacía entender. Es Mateo Marouteix, de 22 años, que vivió seis en Córdoba y jugó al rugby en La Tablada. Obviamente en la Docta le decían “el francés”.
A Daniel Yamamoto lo conocimos en el segundo micro. Actualmente vive en Toulouse, pero es de Caballito. Joaquín de Dominici llegaba entre medio de una gran experiencia: hacer el camino de Santiago de Compostela. Compró entradas para Inglaterra, Samoa y los Cuartos de Final.
El control policial. El tramo final fue digno de una película, no podía faltar ese “algo más”. En medio de la ruta nos detuvo un operativo policial para controlar la documentación y si alguno en el micro portaba drogas. Tuvimos que bajar uno por uno para que nos revisaran todo mientras una policía muy alterada, junto al perro anti-droga, nos hacía sentir más que sospechosos.
Tirar las mochilas al suelo, vaciar los bolsillos de los pantalones y hacerle entender que la yerba era sólo para tomar mate, por momentos fue una misión imposible. En el saldo, a uno del contingente que no era argentino lo dejaron abajo.
La parte final del interminable viaje de 16 horas fue como estar entre una familia argentina, en cualquier casa. Mate, camisetas de los Pumas, cantos y todos con un mismo objetivo: llegar a Saint-Etienne y finalizar el interminable periplo arriba de ese micro.
Los Pumas ganaron, no jugaron bien y los hinchas alentaron sin importarles los kilómetros recorridos. Sólo por el hecho de ser argentinos, saber lo que significa sobreponerse a los sobresaltos y padecimientos.
¿Cuánto vale hacerse escuchar cuando suena el himno? Eso no tiene precio, unirse por un rato con el de al lado, que lleva los mismos colores y dice, como él, que es argentino.
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El regreso, entre Australia y Valencia
La vuelta esa noche a París era obligada para ver el choque entre Irlanda y Sudáfrica, una final anticipada. Fue otro regreso interminable que compartimos junto a una simpática pareja que conforman Lautaro Trossero y Valentina Aguilar, ambos de Rafaela, Santa Fe. Viven en Australia y están en Francia para ver a Los Pumas y además, para que Vale conozca París.
El otro compañero fue el tucumano Eduardo Ritorto. Desde hace ocho años radicado en Valencia junto a su mujer y sus dos hijos. Se fue por una decisión de vida. Con pasado en Natación y Gimnasia dejó su trabajo de logística por unas horas y para volver a disfrutar de su pasión, el rugby. Nos comentó que hubo como 5000 argentinos que cruzaron las fronteras desde España para ver a Los Pumas.
El viaje interminable dejó muchos puntos anotados en la libreta: el principal, el sentimiento de los argentinos por su bandera. El orgullo de poder estar ahí, más allá de la crisis y los problemas, para alentar a Los Pumas, sea como sea. Porque aunque tengan que viajar desde distintos lados, los argentinos siempre estarán sea como sea para decir presente y entonar nuestro himno nacional, donde jueguen Los Pumas.
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