Jorge Mirco camina lento por la tribuna Roberto “Polaco” Goyeneche y al mirar la cancha de Platense, suspira y dice sentirse como en su casa. Habla pausado y todavía está sorprendido por lo que pasó después de la victoria del Calamar frente a Racing. Cuenta que varios medios lo llamaron por teléfono para preguntarle por ese abrazo con Martín Palermo que recorrió todas las redes sociales y por su trabajo de pastor en el fútbol.
“Si me daban un millón de pesos en ese momento, no iba a tener el valor de ese abrazo”, dice Mirco a Infobae, al revivir la escena en la que el técnico del Calamar lo estrechó entre sus brazos. “Fue algo que nunca me pasó en la vida, en ningún plantel. Lo que me dijo y la forma en que lo hizo. Él lloraba”. Pero, así como describe esa cálida escena, al momento de la pregunta que intenta saber qué fue lo que le dijo el ex goleador de Boca durante ese instante, responde: “Va conmigo a la tumba. Ni a mi hija se lo dije”.
Mirco fue asesor espiritual de Platense en la década del ‘80 y ese mismo trabajo también lo hizo en distintos clubes. El último fin de semana, tras una larga ausencia, los directivos lo buscaron para que vaya a dar una mano y regresó a Vicente López para ver la victoria del Calamar por 3 a 0 ante la Academia. Esos tres puntos rompieron una racha de cinco partidos sin triunfos por el torneo local y despertaron la ilusión de escapar de los últimos puestos en la tabla de los promedios.
Pero lo cierto, crease o no, es que su presencia fue determinante en esa victoria porque días atrás, previo al partido con Racing, tuvo una charla con el plantel, que, según gente cercana al club, fue clave y motivacional. Sin revelar nunca lo que habló con los jugadores, dice que un mes antes lo intentaron llamar desde Racing. “No sabía nada. Trataron de ubicarme y no me encontraron. Hubiese ido a dar una mano”. Y agrega, como parte de sus principios, que “el que no vive para servir, no sirve para vivir”.
Mirco luce cuello clerical, boina y una bufanda. Se define como “noventón” y remarca que no toma remedios. Camina sin bastón y muestra un cutis casi sin arrugas. En el ambiente lo conocen como el pastor del fútbol, aunque él agrega que además es enfermero, grafólogo, profesor de tango en un centro de jubilados y hasta cuenta que, en su momento, vendió café con Palito Ortega en Plaza de Mayo. “A esta edad, estoy más para que me pregunten qué no hice”, aclara risueño.
Le gusta decir que su mamá lo parió en uno de los vestuarios de la vieja cancha de Platense de Manuela Pedraza y Cramer, en alusión a que se crió enfrente de ese predio y porque en esa época “las parteras iban a domicilio”. De joven jugó al fútbol –tuvo un paso por las inferiores del Calamar– pero dejó cuando entendió su arraigado camino a la fe y ahí fue cuando se metió a hacer un seminario de formación espiritual. Pese a todo, igual no pudo mantenerse lejos de este deporte y combinó su trabajo con la fe al mundo de la pelota. “Descubrí un vacío en los jugadores. Sentí que les faltaba algo”, dice.
Tanto se involucró, que sin darse cuenta terminó al frente del Grupo Atletas de Cristo. “No fue pensado. Se fue dando – dice - Empezó a venir (Paulo) Silas a mi iglesia de Parque Chas. También se sumó Daniel Kuchen y Abel Alves (todos exjugadores)”. Y para que se entienda mejor lo que hace, explica: “Estoy en la parte espiritual del jugador. Es como un médico que atiende a un paciente y le da todos los remedios, lo mío es como una vitamina aparte que potencia todo lo que absorben del cuerpo técnico”.
Daniel Vega, goleador histórico del Calamar, cuenta sus experiencias con el pastor: “Hablábamos mucho por teléfono. Antes de cada partido, me llamaba a casa y me daba una bendición para que meta goles, para que ganemos y fue muy concurrente en el campeonato del 2006 y en los ascensos que tuvimos. Es una figura muy reconocida en el club (en referencia a Platense). Después me lo he cruzado en otros clubes. Fueron siempre charlas en donde se vinculaba con la fe”, agrega
Mirco fue pionero de esta labor en el país y en el fútbol. Trabajó en muchos clubes -Huracán, Temperley, Comunicaciones, Atlanta- y conoció a “más de mil jugadores”. Dio conferencias por Centroamérica sobre esta tarea y visitó distintos países (El Salvador, Guatemala, Honduras). “He intervenido hasta en los matrimonios de los jugadores, cuando las cosas no andaban bien. Estaba en la casa de cada jugador, el técnico no podía hacer esas cosas. Convivía con ellos. Yo sabía lo que le pasaba a cada uno. Los técnicos me daban libertad total de acción porque sabían que todo lo que hacía era favorable para todo el plantel”.
— ¿Alguna vez desconfiaron de su trabajo espiritual?
— Cuando tengo la primera charla en Temperley, le pido a los jugadores, que formaban un círculo en la cancha, que se abracen, se tomen de las manos, se sientan. Mi misión es formar un solo hombre entre todos. Uno para todos, todos para uno. Como la perinola, todos ponen. Cuando termina todo, uno de los jugadores se me acerca y después de disculparse, me dice que no me creía nada y le dije que no era necesario que me creyera. Al tiempo, el padre de uno de los chicos de ese plantel estuvo muy mal salud y fui a orar por él al hospital y se salvó. Dios lo sanó. “Ahora le creo”, me terminó diciendo ese jugador. Vio lo que hacía en el plantel y entendió. En la iglesia me llamaban el loco de la fe.
— ¿Nunca recibió dinero por este trabajo?
— Nunca un cinco. Todos mis viajes me los banqué yo. Es la forma en la cual sos creíble. Si toco un mango van a decir: este viejo habla porque le dan plata.
— ¿Lo culparon de que los resultados no hayan sido favorables o lo llegaron a tildar de “mufa”?
— Me pasó en una oportunidad. Sentí un gran dolor. No voy a decir donde fue, pero lamentablemente ese club desapareció. Lo desafiliaron. En un momento estuvo en primera, hasta que fue cayendo...
Cada pregunta son reminiscencias a otras historias. Sin perder el hilo, los recuerdos le florecen y a través de anécdotas, intenta dejar en claro su labor en el fútbol. Un día en una concentración de Huracán -no recuerda fechas precisas, algo por lo que suele disculparse en todo momento-, el cuerpo técnico vino a buscarlo desesperado porque la barrabrava había ingresado con armas para amenazar a los jugadores. “Ahí nomás me fui para allá –cuenta Mirco–. Doy la vida por cada jugador, sino lo que digo no tiene sentido”.
“Cuando llego, veo a cinco, seis, personas, todos con un fierro. Y les digo: ustedes son hinchas de Huracán. Saben que estos chicos hace casi tres meses que no cobran. Yo no soy de Huracán, pero vengo acá porque quiero a los muchachos y lo hago totalmente gratis. Me voy todos los días a la cancha de Huracán con mi guita y mi trabajo. No les voy a decir que se vayan, les voy a decir que agarren a cada jugador, les den un abrazo y pidan disculpas por lo que hicieron. Y así ocurrió. Los jugadores empezaron a aplaudir. Eso también es parte de mi trabajo”.
El sol se empieza a ocultar detrás de las tribunas del Estadio Vicente López y Mirco se acomoda la bufanda. “A mi edad me tengo que cuidar de los resfríos”, bromea y antes de empezar a caminar hacia la puerta de salida de la cancha, quiere decir una cosa más en relación con sus deseos.
“Quiero que la hinchada de Chacarita se abrace con la de Platense, la de Central con los de Newell´s, la de Morón con la de Almirante Brown, los de Temperley con Los Andes, la de Gimnasia de La Plata con la de Estudiantes. Ese es mi trabajo. Quiero que lo hagan. Abrigo la esperanza. Como también abrigo la esperanza de que en Argentina estén todos unidos. Eso es lo que quiero. Nada más”.
Seguir leyendo: