El desmayo de Juan, la cábala de Claudia y otras historias mínimas detrás del éxtasis por el gol de Messi a México

Mientras el 10 argentino marcaba el 1 a 0 ante México, se desataban en simultáneo un sinfín de situaciones random en los hogares argentinos. Una recopilación de anécdotas de un gol que marcó un asterisco en la memoria: todos recordarán qué estaban haciendo el sábado 26 de noviembre de 2022 a las 17:23 mientras Messi definía fuerte al palo izquierdo de Ochoa

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Qatar 2022 - Gol Messi - Argentina 1 Vs 0 Mexico

Lionel Messi soltaba la pierna en la puerta del área del Lusail Iconic Stadium a las 23:23 minutos de la noche de Qatar y trece mil kilómetros de distancia y seis husos horarios al oeste todo instante se rompía. Ya nada iba a ser lo que era. Juan, a sus 29 años, vivió una experiencia nueva en su vida, Claudia lloró tapándose la cara, Jorge no pudo sacar el dedo del teléfono, Chachi cometió la travesura más feliz de todas. Cuatro relatos cortos de un gol y de un desahogo. Cuatro ejemplos caseros y verídicos de lo que provoca un gol que se desea como el de Messi en un partido angustiante.

El desmayo de Juan

Una postal de la tarde del sábado: Juan Damián Catalano sin remera de frente al televisor en el 2 a 0 de Argentina a México
Una postal de la tarde del sábado: Juan Damián Catalano sin remera de frente al televisor en el 2 a 0 de Argentina a México

Juan estaba furioso. El martes, preso de la vehemencia, la desmesura, el derrotismo y la psicosis argentina, pensó en dejar de ver el Mundial. “Estaba muy enojado con la Selección, con los jugadores, con Scaloni. No podía creer que hayamos perdido contra Arabia Saudita”, dice. En esa incomprensión futbolera que sentencia “no nos pueden ganar unos árabes” juró algo que no iba a poder cumplir: ignorar el partido contra México. Los días pasaron, el encono mermó, la bronca mutó a un cóctel equilibrado de temor y angustia. Ya se había olvidado de su juramento. Parió una nueva incomprensión futbolera: “No podemos quedar afuera en zona de grupos”. Entendió que para el próximo partido había que cambiar.

Repitió escenario: el living de su casa de San Fernando. Repitió ubicación: el sillón individual. Repitió compañía: mamá Susana y hermana Noelia. Pero renovó el espíritu: sumó a la cita a Tomás, Elián y Federico, tres viejos amigos. La muchachada llegó después de la picada del almuerzo con un fernet y las camisetas de ocasión. “De a poco empecé a sentir los nervios de nuevo, a hacerme la idea de que nos quedábamos afuera, de que si perdíamos nos íbamos, del sentimiento argentino. Tenía ansiedad y muchísimo temor”, recuerda Juan.

Juan es el que sostiene el vaso, probablemente cargado de fernet. Juntos sus tres amigos que presenciaron su desmayo: Tomás, Elián y Federico
Juan es el que sostiene el vaso, probablemente cargado de fernet. Juntos sus tres amigos que presenciaron su desmayo: Tomás, Elián y Federico

Respetaron lugares y le agregaron clima mundialista con canciones de aliento en la previa, un baño de entusiasmo y fervor que el martes de la sorpresa saudí había faltado. El desarrollo del juego contra México no ayudó: “0 a 0, sesenta minutos del partido, complicado el sistema, veíamos que Argentina no pateaba al arco. Me entró un patriotismo que me mataba. No podía creer que Argentina pudiera quedar afuera de este Mundial”. Tomás, Elián y Federico desconocían cómo Qatar 2022 y las aspiraciones argentinas en riesgo estaban atravesando a su amigo. Lo veían nervioso, como nunca antes. Su derrotismo neutralizaba cualquier esbozo de optimismo. “Tranquilo que va a venir uno”, le decían. “Estamos quedando afuera”, repetía él.

Minuto 64 del partido. Messi toca con Enzo Fernández, que abre para Di María a la izquierda. Controla, enfila hacia adentro y ve al 10 liberado en la puerta del área grande. Pase fuerte y fino. Control, zurdazo bajo. Gol de Messi y de Argentina. “Cuando Messi mete el gol se levantan todos, vienen a abrazarme, yo me paro también, empezamos a saltar, a festejar y en el momento que me sueltan, se me aflojan las piernas, me voy para atrás y me desmayo”, relata. Se golpeó la nuca contra la pared y quedó inmóvil en el piso. Sus amigos seguían saltando y gritando el gol.

Susana y sus dos hijos: Juan de 29 años y Noelia de 31
Susana y sus dos hijos: Juan de 29 años y Noelia de 31

“Mi vieja es la que se da cuenta: ‘¡Juan, Juan! Chicos se cayó Juan’. Me levantan, me sientan en el sillón, me dan dos cucharaditas de azúcar para levantarme y me recompongo”. Fue así: un suministro de dos tarros de azúcar en una cucharada sopera sin ayuda líquida para tragar. La reparación de una situación dramática y corta en simultáneo a un feroz desahogo. No hubo que recurrir a emergencias. Juan, de 31 años, hincha de River, futbolista amateur, estudiante de profesorado de educación física, era la primera vez en su vida que se desmayaba. Los nervios, la angustia, la procesión interna, la descarga violenta de tensión, la inversión abrupta de energías en una explosión: un gol que le produjo una pérdida breve del conocimiento a raíz de la disminución del flujo sanguíneo al cerebro.

El partido siguió con modificaciones: todos quedaron atentos a la salud del pálido. Minuto 86. Corner para Argentina. De Paul toca con Messi. Messi toca con Enzo Fernández. El volante entra al área, gambetea, recorta para su derecha y suelta la cara interna de su botín diestro. Gol de Enzo y de Argentina. Juan lo vivió distinto: “En el segundo gol no me levanté, por las dudas. Me sentía medio bajo ya, no lo pude festejar a fondo como hubiese querido”.

Noelia contó en un tuit con tono de comedia el episodio: “Mi hermano gritó el gol de Messi y se desmayó. Ni Aimar la pasó tan para el orto”. Su publicación recoge más de 77 mil likes y más de dos mil menciones. No esperaban tamaña repercusión. Juan calmó a la masa con una promesa. El miércoles contra Polonia, Tomás, Elián y Federico van a repetir la sede: la casa de San Fernando donde viven Susana y sus dos hijos.

La travesura de Chachi

"Chachi apagó el televisor segundos antes de que Messi convirtiera el 1 a 0 a México".

Chachi está aprendiendo eso de los contextos, de las cosas que se pueden hacer, de que no todo es un juguete. Tiene apenas un año. Hizo lo que alguien de su edad haría: vio un botón rojo y lo apretó. Todos alrededor gritaron “no” con la vocal estirada. Hubo quienes se rieron, otros se agarraron la cabeza. La situación mezclaba comedia con drama. Argentina empataba 0 a 0 contra México en un partido tenso correspondiente a la segunda fecha del grupo C del Mundial de Qatar y Chachi, producto de una travesura inocente, había apagado el televisor mientras se jugaba el minuto 63 del partido.

Agustina había avizorado la secuencia. “Te va a cambiar el canal”, dijo segundos antes de que la pantalla proyecte un negro total. Gerardo, el papá de Chachi, dejó a Emma, su otra hija de dos años, recostada entre almohadones y tomó el control. Álvaro estaba al lado suyo en el sillón, en la primera fila, rehén de la ansiedad. Atrás, sentado en una silla, Carlitos. Agustín volvía a su ubicación después de haber picado un tentempié. Fue quien lanzó un presagio divino: “Si es gol, no lo vemos”. Atrás, alrededor de la mesa, el resto de las chicas: Romina, la mamá de los nenes, Sol y Belén.

En la casa de Gerardo y Romina, de Chachi y Emma, en la ciudad bonaerense de Exaltación de la Cruz, un grupo de ocho amigos improvisaron un encuentro masivo para ver el duelo ante México. La derrota contra Arabia Saudita la habían visto cada uno por su cuenta. No son una banda de amigos homogénea. Ellas son las amigas de Romina. Ellos, los de Gerardo. Todos se conocen de eventos casuales. Combinaron al azar la tarde del 26 de noviembre bajo el mismo techo.

Cuando Gerardo volvió a presionar el botón rojo del control, Messi ya estaba cerca del corner abrazado a De Paul, Julián Álvarez, Di María, Molina y todos. “Cuando se prendió la tele, vimos a Messi festejando. Nunca vimos el gol. Ahí fue cuando todos empezaron a gritar. Yo me quedé medio en shock porque no entendía lo que estaba pasando y Emma se puso a llorar porque le dieron miedo los gritos”, relata Belén. Álvaro y Agustín se cayeron al piso con una mesa ratona. Gerardo saltó extasiado y al instante se acordó de Chachi: lo incorporó al festejo. Hubo una pausa en la celebración cuando en la tele mostraron la repetición. Después, como si se tratara de una divinidad, cantaron agradecidos por el designio del bebé: “Olé olé olé olé, Chachi Chachi”.

El miércoles a la tarde juraron repetir la juntada. Hay quienes viven en la ciudad de Buenos Aires, quienes están en Pacheco. “Va a ser difícil pero la idea es estar todos juntos de nuevo”, promete Belén. El que ya aseguró su presencia al frente de la tele es Chanchi. Su nombre es Lisandro. Es un homenaje a Lisandro López, el ídolo de Racing y de Gerardo. Su apodo actual es una derivación lingüística de Licha, el seudónimo del delantero.

La cábala de Claudia

Claudia Ibarra Cabrera junto a Matías, su pareja, y Lola y Julieta, sus dos hijas. El primer tiempo del partido contra México lo vio parada, el segundo tiempo, encerrada
Claudia Ibarra Cabrera junto a Matías, su pareja, y Lola y Julieta, sus dos hijas. El primer tiempo del partido contra México lo vio parada, el segundo tiempo, encerrada

Claudia quería ayudar de alguna manera. Con Matías, su novio, habían descartado una invitación: Martín, un amigo de la pareja, festejaba su cumpleaños número 42 el sábado 26 de noviembre en una casa quinta de Monte Grande. La propuesta incluía asado, pileta, partido y merienda post México. Decidieron bajarse. Una única y sugerente razón los convenció de rechazarla: habían visto la última Copa América solos en su casa de Luis Guillón con sus hijas Lola, de diez años, y Julieta, de seis. No era momento de desafiar los alcances de las supersticiones: berretines y seguridades que traen paz a los cabuleros.

Argentina necesitaba imperiosamente vencer a México en la segunda fecha del grupo C del Mundial de Qatar 2022. El partido, comprendió Claudia, lo jugaban todos. Ella fundamentalmente, porque se percibe un poco “maldita”. Lo asume. Carga con esa culpa. Se hace cargo. No sabe cómo explicarlo. Mejor desactivar cualquier sospecha de mufa.

Ese mediodía caluroso de calles vacías almorzaron ensalada de tomate, lechuga y huevo con milanesas de pollo caseras. “Comimos lo que pudimos, estábamos tan ansiosos que no nos pasaba ni un bocado”, relata. Probaron amenizar la ansiedad con una siesta. No querían descansar, solo pretendían matar las horas. El tiempo condensaba la angustia. Había que cruzar el mar de espera que separaba el resto del día de las cuatro de la tarde, el umbral del sábado. Tardó en llegar pero apareció: el calentamiento de los jugadores, la ceremonia del himno, el pitazo inicial. Se encerraron en el comedor, prendieron el aire acondicionado y se dispusieron a ver el partido. “Sufrimos como descosidos el primer tiempo”, dice. Ella -”de lo manija que estaba”- lo vio parada.

Una foto de ese sábado. Lola, la mayor, viste la camiseta suplente de Argentina, la misma que lucía en cada partido de la Copa América de Brasil
Una foto de ese sábado. Lola, la mayor, viste la camiseta suplente de Argentina, la misma que lucía en cada partido de la Copa América de Brasil

“Para el segundo tiempo tenía decidido no mirar las jugadas decisivas porque a veces me siento un poco drapie. Y así fue: cada jugada filosa miraba para otro lado, trataba de desentenderme de las jugadas de ataque”, relata. Solo había tomado agua ese mediodía. Ya estaba parada. Se fue al baño no sin antes avisarle a Matías su presagio: “Vas a ver que no lo miro y Messi hace gol”. Iban 63 minutos del partido. Eran las 17:23 del sábado 26 de noviembre de 2022. Ella en el inodoro de su casa de Luis Guillón, Messi desde la puerta del área de Lusail Iconic Stadium: “Escuché al relator, visualicé la jugada y me tapé la boca. No podía gritar, lloré”.

“Mientras Matias gritaba como un desquiciado, la perra (Federica) se metía debajo de la mesa y mis nenas abrazaban a su papá, les grité ‘de acá no salgo más, si lo miro la mufo’”, cuenta. Faltaban más de media hora de angustia. Su promesa tuvo una breve interrupción. Quería pasar por la cocina para tomar un sorbo de agua. Faltaban cinco minutos para la culminación del partido y Argentina había ganado un corner valioso. El encargado de ejecutarlo era De Paul. “Cuando vi el tiro de esquina me fui disimuladamente de nuevo al baño. Mientras evitaba mirar la tele, me metí en el baño y le dije a mi hija ‘si mamá no mira, meten otro gol’. Tenía toda la fe. Sabía que tenía que colaborar yo también. Así que me encerré y ¡gol de Enzo!”.

La cábala también establece que tiene prohibido gritar los goles. Sus festejos son tapándose la boca y moviéndose aparatosamente. La descarga también se mide en lágrimas. Matías le pidió que saliera, que ya estaba, que el partido casi se había resuelto. “Me quedé ahí hasta el final. Yo quería un tercero, de exigente que soy”, dice bajo ese ideario absurdo y romántico de la intervención de los cabuleros en resultados deportivos. El corolario de la historia lo describió su hija Julieta. “Mi mamá hizo magia. Hizo ganar a Messi porque se encerró y no lo vio”, le contó, horas después, a su abuelo.

Claudia regó de calma a la comunidad futbolera. Ya avisó que el miércoles seguirá el partido desde el baño de la financiera de zona sur en la que trabaja. “Es lo mínimo que puedo hacer. Quiero que Messi salga campeón y que mi viejo, Matias y mis hijas lo vean”, jura. Es licenciada en publicidad, trabaja en el área de marketing, tiene 41 años y nació en 1981. Sus padres creyeron que iba a nacer un hijo varón. Ya tenían un nombre asignado: Diego Armando. Pero nació una beba. Le pusieron el nombre de mujer más maradoniano que había por entonces: Claudia.

El mensaje de Jorge

Jorge Mario Pérez tiene 66 años, actuó en 87 publicidades comerciales, está en pareja con Catalina, es papá de Chiara y Danna, y tío de Josefina
Jorge Mario Pérez tiene 66 años, actuó en 87 publicidades comerciales, está en pareja con Catalina, es papá de Chiara y Danna, y tío de Josefina

Jorge estaba inquieto. Los partidos de la Selección lo perturban, lo elevan a un estado de excitación y frenesí emocional. Lo saben su esposa Catalina y sus hijas Chiara, de 16 años, y Danna, de 13. Lo descubrieron su cuñada María y su sobrino Timoteo, de 15 años, que esa tarde de sábado de calles desiertas estaban de visita en una casa del barrio porteño de Mataderos. Juan se paraba, se sentaba, daba vueltas, iba a la cocina, abría la heladera y volvía al comedor, a sentarse, a pararse. “Estaba como laucha envenenada. No podía quedarme quieto. Pero no me perdí ni un segundo del partido”, dice.

El primer partido de Argentina en Qatar lo había vivido y visto igual, en el mismo comedor de su casa, con la compañía de su familia, con la carga visceral de un encuentro decisivo, parado y sentado, agitado. No estaban María ni Timoteo, quienes volaron desde Bariloche hacia Buenos Aires poco después del 2 a 1 de Arabia Saudita. El plan de viaje concluía el mismo domingo por la tarde en un vuelo de regreso.

El hombre le estaba enciando un mensaje de voz a una vecina y justo Messi metió el gol. (@dannita_priv)

María se había quedado sin batería en su teléfono. Su cargador estaba roto. Tenía que hacer el check in y no podía. Había que conseguirle un cargador para que pudiera satisfacer su deseo de anticipación para tomar el vuelo. Los celulares de la familia de Jorge son Samsung y Motorola. El de su cuñada es Iphone. Las entradas son distintas. Era menester conseguir un cable acorde a las necesidades. Jorge pensó en Jéssica, su vecina. Sus inquietudes y ansiedades futbolísticas, canalizadas en la vorágine de raid por el comedor, también podían vertirse en la resolución de problemas no urgentes.

Jéssica vive con Hernán, su marido, y sus dos hijos en la casa contigua. La relación entre los vecinos es de absoluta confianza. Ambas familias disponen de las llaves de los vecinos por seguridad, para cuidar o alimentar mascotas y para situaciones extraordinarias como éstas. Jéssica estaba de vacaciones en San Bernardo con su grupo familiar. Jorge supuso que podían tener un cable de Iphone. A las 17:23 del sábado 26 de noviembre le mandó un audio. A esa hora ya iban 63 minutos del partido entre Argentina y México por el segundo partido del grupo C. Mientras en Qatar Messi tocaba para Enzo Fernández y Enzo Fernández abría con Di María, en Mataderos Jorge le hablaba al teléfono mirando la televisión.

“Jéssica, todo bien en tu casa. Te hago una pregunta, ¿vos tendrás para prestarme por un par de horas un cable de iPhone? Un cable solo, cargador yo tengo acá, si tenés cargador con cable mejor en tu casa, para Iphone. Bueno, espero el mensaje”, dijo en tono calmo antes de que un silencio inaugurara un grito brutal, fuera de libreto. A la pregunta sobre si por casualidad no tenía un cable de Iphone le siguieron cuatro gritos desbocados de gol: el desborde impidió a Jorge, un popular modelo de publicidades entre la década del setenta y el noventa, cortar el audio antes de su descarga.

“No sé por qué mantuve el botón apretado mientras cantaba el gol”, dice subiendo sus hombros. Sí sabe por qué le envió otros dos, minutos después. En el primero, de 32 segundos a las 17:45 del sábado, le explicó que, sin pretenderlo, habían concebido una cábala. En cada audio que enviara crecía la expectativa de un nuevo gol. Segundos después, a los 86 minutos del partido, Enzo Fernández convirtió el 2 a 0 para Argentina. Jorge ya tenía el celular en la mano. Le envió un segundo audio, de once segundos a las 17:47 del sábado, con un grito conjunto. El celular de Danna documentó el festejo.

Jéssica recién le respondió cuando el partido ya había terminado: le indicó que revisara en la playstation del comedor o en las mesas de luz de la pareja. Danna, su hija más chica, quiso volver a escuchar el audio. Todos se rieron y a ella se le ocurrió reenviárselo a sus compañeros de primer año de secundaria. Una amiga, extasiada, le recomendó que lo subiera a TikTok. En su cuenta -@dannita_priv- publicó el video con la leyenda “el mejor audio del mundo”. El resto fue una brutal viralización con memes, recreaciones, comentarios y una fama inesperada.

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