Los Maxi Rodríguez salvarán al fútbol argentino

Maxi, pura emoción en el Parque de la Independencia

En épocas en las que los presupuestos de Boca y River, los dos clubes más importantes de Argentina, resultan tremendamente acotados comparados a los de los brasileños y hasta varios otros de Sudamérica, la única esperanza para los conjuntos de estos lares es apelar al corazón. Ese que tuvo Maximiliano Rubén Rodríguez para volver a ponerse la camiseta de Newell’s con 31 años, dos después de haber disputado el segundo Mundial de su carrera y dos antes de clasificar a la Selección a una final del mundo luego de 24 años. A casi una década de su triunfal retorno, puso punto final a una inmensa trayectoria.

La Fiera pudo haber firmado un contrato de siete cifras en moneda extranjera por 3 ó 4 años en Europa, porque a esa altura se destacaba en un Liverpool inglés que no lucía como el actual de Jürgen Klopp, pero cargaba con una importante historia, contaba con jugadores de renombre en su plantel y hasta ganó un título local (Copa de la Liga inglesa 2011/2012). También pudo optar por alguna propuesta exótica y millonaria de algún país asiático deseoso de sumar a otro argentino distinguido. O incluso experimentar en la MLS, potenciada en nivel y siempre fiable en lo económico. Pero no, a Maxi no lo movieron los billetes. Tenía la idea fija de volver a su Rosario natal para ponerse la camiseta del club que lo vio nacer y no lo hizo en cualquier momento: le extendió la mano al Tata Martino, otro profeta en su tierra, que puso el hombro en la brava para pelear el descenso.

El destino los recompensó: con un fútbol de alto vuelo, quizás el más vistoso de la última década, se consagraron campeones del Torneo Final 2013 y estuvieron muy cerca de dar el golpe a nivel continental cuando pisaron las semifinales de la Libertadores ese mismo año (NOB eliminó a Vélez y Boca, en octavos y cuartos, pero perdió por penales con el Atlético Mineiro de Ronaldinho, que a la postre se quedaría con el título).

Para Rodríguez, la Rojinegra es innegociable. Y eso que en Newell’s no todo fue color de rosa; más bien todo lo contrario, ya que transitó muchas más pálidas por malas administraciones que atentaron contra el apuntalamiento futbolístico que había gestionado el Tata hasta su partida. Así y todo, MR11 se cansó de rechazar propuestas de equipos grandes que lo tentaron en cada mercado de pases con ofertas superadoras desde lo económico y deportivo. Y esa actitud, en el fondo, fue ponderada por cada directivo que trató de ficharlo. “Por qué no tendremos un tipo así nosotros…”, refunfuñó más de uno.

Se convirtió en figura del Espanyol de Barcelona al poco tiempo de ser transferido y en Atlético Madrid llegó a ser capitán del equipo. En Inglaterra, un país e institución con tanto arraigo por su fútbol, se ganó el corazón de una de las hinchadas más fervorosas del mundo. “Maxi, Maxi Rodríguez runs down the wing for me” (Maxi Rodríguez corre por la banda derecha para mí), fue el cantito que le dedicaron especialmente los Reds en Anfield. Sí, un argentino ídolo en suelo británico. En su efímero paso por Peñarol de Uruguay también dejó huella: 3 títulos locales y un grato recuerdo en los hinchas carboneros.

Y es que Maxi trascendió cualquier camiseta. Empezó a hacerse querer con sus potentes arranques y goles en el equipo de estrellas que tuvo el Sub 20 de la selección argentina en el Mundial de la categoría en 2001, que lo catapultó a Europa. Aprobado su nivel en el Viejo Continente, fue convocado a la Mayor por primera vez por su coterráneo Marcelo Bielsa. Y con José Pekerman pasó a ser habitué en las citaciones. En la que fue su primera Copa del Mundo, marcó uno de los tantos más espectaculares de la historia del certamen en los octavos de final contra México. Una volea que simbolizó, para muchísimos argentinos, un desahogo y el grito de gol más desenfrenado de todos. En ese ranking albiceleste podrá aparecer el Caniggia contra Brasil en el 90, el de Martín Palermo a Perú por las Eliminatorias 2010 y otro propio: el penal contra Holanda por las semifinales de Brasil 2014 que metió al elenco de Alejandro Sabella en la final.

Rodríguez pasó a ser patrimonio nacional. Si hasta fue aplaudido en estadios ajenos al ser reemplazado de la cancha…

Ejemplo para los más jóvenes por aptitud y actitud. A los giles que lo desafiaron cobardemente con violencia (cuando balearon el frente de la casa de su abuela previo a un clásico rosarino) les tapó la boca con un gol sobre la hora en Arroyito. Cuando tuvo que armar las valijas, se despidió para no ser cómplice de la desidia dirigencial y, en cuanto vio que en el Parque Independencia se acomodó un poco la estantería, descolgó el overol rojo y negro del perchero y se lo calzó de nuevo.

En una actualidad en la que los millones mueven la aguja del éxito deportivo, los clubes del exterior se llevan a las promesas del país cada vez más jóvenes y los jugadores argentinos europeizados pierden sus raíces en el camino, el caso Maxi Rodríguez resulta conmovedor y, ojalá, inspirador. El amor genuino de un crack por los colores de su corazón no tiene precio. Y con instituciones argentinas que hacen malabares para maquillar la enorme distancia presupuestaria que existe con las brasileñas, esa puede ser la única esperanza de muchos para dar un salto de jerarquía tan esperado y necesario.

Hoy parece que solo los Maxi Rodríguez salvarán al fútbol argentino.

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