Ruso Rodríguez, el otro lado del fútbol: las “malas juntas” en el ambiente, cómo lo afectaron las críticas y el cambio de vida en Japón

El ex arquero de Independiente, hoy en el fútbol griego, repasa los altibajos que atravesó en el Rojo, reflexiona sobre los vicios en el ambiente del fútbol y relata sus días en tierras asiáticas

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El Ruso Rodríguez desembarcó en el fútbol griego para jugar esta temporada (Foto: @rusorodriguezok)
El Ruso Rodríguez desembarcó en el fútbol griego para jugar esta temporada (Foto: @rusorodriguezok)

El fútbol es un deporte de parábolas anímicas. Laberintos mentales que nacen dentro de la cancha y se convierten en parte de los recovecos internos. El famoso estado de ánimo termina convirtiéndose en un factor invisible pero fundamental. Diego Ruso Rodríguez es uno de esos tantos futbolistas que balancearon por la cornisa de esas curvas deportivas. De estar en su cúspide, a tener que pelear contra las contradicciones internas en medio de las críticas. Del arquero promesa que sostuvo el infernal arco de Independiente en el descenso y hasta fue goleador, a aquel que vio erosionada su confianza por fallas típicas del puesto que lo terminaron poniendo sobre la puerta de salida.

A los 32 años, después de exprimir una experiencia en la segunda división de Japón y pasar por Elche (España), Rosario Central, Defensa y Justicia y Central Córdoba, desembarcó en Grecia para vestirse con los colores del Panaitolikos pero principalmente para usar al fútbol como un canal de experiencias extraordinarias. Las tierras asiáticas, elegidas casi como si fuesen un éxodo forzado, le abrieron la puerta de un nuevo paradigma en su carrera.

“Me encanta viajar y conocer. Lo hice cuando estaba en Japón, fui a lugares históricos, a templos. Y acá también lo haré. Hay lugares históricos grandes, casi el inicio de las civilizaciones. Y también playas”, comenta ante Infobae sobre sus inquietudes en Grecia más allá de la lógica movilización principal por el fútbol, ese motor que lo empujó a dejar su Mar del Plata natal de chico para pelearla en la pensión de Villa Domínico.

— A vos te tocó estar en el centro de las críticas en un momento, memes, insultos, comentarios en las redes, ¿qué te pasaba por la cabeza en esa etapa? No debe ser fácil sobrellevar toda esa situación que incluso le tocó a futbolistas de la talla de Higuaín, por ejemplo...

— Es complejo porque creo que le ha pasado a muchos, y un montón terminan dudando de sí mismos y no está bueno. El jugador que llega a primera algo tiene, pero en determinado momento quizás ese tipo de exposiciones malas hacen dudar al jugador en un montón de situaciones. Un jugador como Higuaín, que jugó donde jugó, hizo los goles que hizo en todos lados, ídolo en todos lados, y se lo critica o expone de la manera que se lo hace, o se lo intenta ridiculizar, me parece que es una falta de respeto. No tiene nada que ver con el deporte en sí. Y hay algo peor todavía: desde cuentas que ni siquiera la persona da la cara, porque usan una cuenta con un nombre cualquiera, con un logo de algo haciendo un chiste y ni siquiera es gente que se anima a dar la cara. Entonces creo que en determinados momentos a veces irse un poco de las redes, huir de las redes, no es malo. Creo que la exposición hoy es muy grande.

¿Si mirás para atrás te acordás de alguna jugada puntual por la que hoy te das cuenta que estabas dudando por esas críticas?

— No... Hay etapas en las que uno entra en esas dudas, que se empieza a generar uno mismo por ciertas críticas desmedidas y sin sentido. Sí, hay situaciones que digo siempre, si uno se come un gol, ¿voy a pedir que digan que no me lo comí? No, si fue un error mío. Lo asumo y trabajo para mejorar. Esto es así. El arquero se va a comer goles hasta el último día que juegue, en el puesto mío es todavía peor. Pero no la crítica desmedida o la cargada faltando el respeto. Si es sano, es una cosa, pero ya cuando es una agresión es completamente diferente y ahí es cuando se ataca a la persona.

Las vivencias del Ruso Rodríguez en Japón - #Entrevista

Rodríguez irrumpió en la primera proveniente de la factoría roja que comanda desde hace años Pepé Santoro y con un paso por la selección juvenil en sus espaldas. Permaneció hasta 2016 y se convirtió en una de las caras visibles del equipo que debió pelear en la B Nacional con el objetivo de retornar a primera. El Ruso estuvo presente en ese mal momento del club y hasta convirtió dos goles de penal en los momentos más calientes del torneo. Sostuvo el cero en su valla durante ocho partidos consecutivos en el ascenso y se marchó de la entidad en 2016 con nueve goles, pero entre críticas por algunos errores que lo pusieron en el centro de la escena. Sin poder estabilizarse definitivamente durante su préstamo en el Canalla, llegó a tierras japonesas para jugar en el JEF United.

— ¿Por qué elegiste irte a Japón?

— Cuando me llamaron al principio lo vi como algo loco por la distancia y porque era una cultura muy diferente a la nuestra. Tomé la decisión como una aventura, como algo nuevo. Y no me arrepiento de nada. Al contrario, fue una experiencia de vida hermosa.

— ¿Qué cambió en tu cabeza el hecho de vivir en esa cultura?

— Aprendí un montón. Era una cosa que salías a la calle y todos los días aprendías algo nuevo. Aprendías de la cultura de ellos, del respeto, de la comprensión, de cómo tomaban el fútbol. Para ellos ir a ver un partido de fútbol era ir a ver un espectáculo. Terminaba el partido y vos tenías que dar toda una vueltita saludando a la gente. No importaba si ganabas o perdías, la gente te iba a saludar y aplaudir. Tenían la bandera argentina porque éramos dos argentinos jugando. No importaba si perdíamos, si habías andado bien o mal. Ellos lo tomaban como que nosotros brindábamos un espectáculo. Te obligan, por así decirlo, a tener acciones sociales: ir a asilos de ancianos, a escuelitas de fútbol... Creo que está muy bueno, porque a hace que el jugador baje completamente a la realidad y viva la realidad de otra gente.

— ¿Qué cosas te sorprendieron del día a día en esa sociedad?

— Es una sociedad en la cual todo funciona de manera correcta. Todo funciona a horario. Si el tren dice que pasa 13.02, pasa 13.02. No pasa 13.03, ni 13.01. Son esos detalles que te marcan. El peatón tiene prioridad en la senda peatonal y el semáforo peatonal lo respetan como si fuese la voz del primer ministro. Aunque no venga ningún auto, si el semáforo peatonal está en rojo, no cruza nadie. Son pequeños detalles de los que uno va aprendiendo. Los primeros días uno dice: “Bueno, cruzo...” Y ya al segundo día decís no cruzo porque los que están acá atrás me están mirando con una cara que ya me da vergüenza, y te adaptás. Creo que te deja muchas enseñanzas y también de cómo ellos se toman las cosas. Se toman con otra naturalidad.

— Tuviste una experiencia con un empleado del club que invitaste a comer y marca un poco la sociedad...

— Ellos tienen tolerancia cero al manejo con alcohol, pero nosotros habíamos ido con el traductor. Tenía muy buena relación con toda la gente del club y había un utilero de esos que los querés agarrar y llevarlos a la mesita de luz. Era buenísimo. Y entonces, antes de un partido, le digo: “Si hoy ganamos, te invito a cenar en la semana”. Ellos, sorprendidos, porque no están acostumbrados a esas cosas. Socialmente no están acostumbrados a ir a comer entre amigos o diferentes situaciones. En la semana vamos a cenar, él japonés, hablaba japonés y entonces fuimos él, el traductor y yo. En el medio de la cena me preguntaba algunas situaciones de por qué nosotros los argentinos –yo estaba con Joaquín Larrivey– tratábamos de esa manera a la gente del club. Y nosotros le decíamos que estábamos acostumbrados, que era normal en el fútbol argentino sentarnos a tomar mate con el utilero, invitarlo a comer un asado. Y para ellos no tanto, porque no es normal esa relación de personas. Ellos son más de su familia y de su gente, y no tanto de las amistades. Entonces terminamos de cenar y le digo: “Amigo, si te querés tomar una cerveza, pedila, yo te invito, quedate tranquilo”. Agarra y dice bueno... Cuando viene la moza, me dice: “No, no. No puedo tomar una cerveza al final”. Y le digo pero por qué si manejó el traductor, vos podés. No, cuando él me deja en la estación yo tengo que ir en bicicleta después y no puedo tomar si tengo que manejar la bicicleta. Yo me quedé mirándolo y dije, hacen todo bien. Son muy correctos. Nosotros como siempre teníamos que hacer trabajos en el gimnasio y siempre pasa que hay alguno que roba una. En vez de hacer 10 hace 9, y ellos no. Les decís hacen 68 y hasta que no llegan a las 68 no paran. Son demasiado estructurados.

— Estando en estas sociedades tan diferentes te das cuentas de las virtudes del argentino, ¿qué virtudes te diste cuenta que teníamos nosotros que ellos no?

— Tenemos la gran virtud de que, como dice el refrán, atamos todo con alambre. Nosotros estamos acostumbrados a que en el día a día nos surgen un millón de problemas todo el tiempo. En tu casa, cuando salís y te agarra un embotellamiento, y cuando cruzás la calle algo pasa. Todos los días nos pasa algo en la vida de todos. Estás acostumbrado a solucionar todo el tiempo de diferentes maneras. Y por ahí ellos al ser tan estructurados y estar acostumbrados a que todos le funciona bien, cuando tenían un problema, se abatataban, no sabían cómo resolverlo de diferentes modos. Eso era algo contra lo que había que luchar, por así decirlo.

Una salida por Tokio con la periodista Daniela Katz, con quien está casado hace tres años (IG: @rusorodriguezok)
Una salida por Tokio con la periodista Daniela Katz, con quien está casado hace tres años (IG: @rusorodriguezok)

Ese cambio absoluto de aire le sirvió al Ruso para reciclar el viciado ambiente que atravesaba luego de su salida de Independiente entre etapas destacadas y momentos críticos que se conjugaron con un desembarco en Rosario Central. Mientras planifica su vida en tierras griegas a los 32 años, repasa el proceso que vivió, reflexiona sobre el ambiente del fútbol y habla sobre “los amigos del campeón”. “Cuando llegás a primera estás preparado para las presiones, pero no para la exposición que uno tiene. A los 19 o 20 años llegás a tener una exposición muy grande y la verdad que no se lo prepara al futbolista para soportar eso”.

— Cuando uno aparece en primera, más en un club grande, tiene picos de exposición grandes, ¿llegaste a marearte?

— En ese caso tuve la suerte de tener una familia que estaba al lado y mis amigos bien cercanos que siempre me mantuvieron los pies sobre la tierra. Pero sí, hay muchos casos en los que pasa eso. Pero también pasa mucho por esto que te dije: llegás a un nivel de exposición muy grande. Las redes sociales juegan un factor que son muy buenas para muchas cosas, pero también son muy contraproducentes para otras. Es muy difícil para un chico que a los 19 años sube una foto y de golpe le aparecen 30 mil comentarios diciendo que es un fenómeno, el mejor del mundo. Y al otro fin de semana capaz que erra un gol o un arquero se come un gol, y pasa a ser un desastre que se tiene que ir, que no sirve para jugar. Es muy difícil poder manejar esa vorágine.

— Te tocó surfear esa parábola, de estar muy bien, pero también quedar sometido a las críticas ¿cómo lo sobrellevaste?

— Creo que uno nunca está preparado para cierta exposición crítica. Acepté siempre la crítica constructiva, porque es algo que como deportista lo tenemos que aceptar, que estudiar, y tenemos que entender. Pero después cuando se meten con la persona, con el ser humano, con la familia, es distinto y a uno le duele. Por más que intenta aislarlo, separarlo, de lo que fueron los medios. Pero a la larga uno termina teniendo que trabajar, en el caso mío, con psicólogos deportivos, otros chicos con psicólogos o coach. Cada uno tiene que encontrar la manera y el lugar donde sentirse cómodo para poder expresar esas cosas que son más difíciles.

— Hay un tabú en el futbolista de contar que va a terapia como si fuese malo buscar ayuda, ¿de qué manera te ayudó a vos?

— En mucho. Creo que uno también empieza a sacarse presión cuando trabaja con un coach o un psicólogo deportivo. Comienza a verse como una persona y no solo como un deportista que tiene que entrar el fin de semana como un robotito y rendir. Para mucha gente, para el afuera, está visto el futbolista como un robotito que el fin de semana tiene que entrar y rendir, que no le pasa nada, que no tiene problemas en la casa, que no discute con su mujer, que no tiene problemas con los hijos, que no se le enferma nunca un nene, que no se pelea con los padres. Creemos que solamente tiene que entrenar y meter la pelota adentro del arco o si es arquero la tiene que sacar, y hay un montón de cosas que rodean al jugador que pueden afectar. Creo que encontrar ese lugar donde puede sentirse un poco más vulnerable... Porque también en el ambiente está como que si uno se muestra un poco más vulnerable o como es, es débil. Y no lo es, al contrario, para nada. Pero bueno, creo que ese mito en el fútbol hoy en día está cambiando.

— ¿Por qué se normalizaron los insultos, las agresiones o el arrojar cosas desde las tribunas a los futbolistas? ¿Influye que muchas veces se ve al futbolista expuesto y como alejado de lo que pasa en la sociedad, que gana millones y demás?

— Creo que por ahí esa agresión al futbolista no está buena porque tampoco hace que se sienta cómodo en la cancha, que juegue libremente. Mi pareja hizo hace unas semanas una movida para controlar un poco esto, tomar conciencia. A la larga después mucha gente toma conciencia. También hay una visión desde afuera de que el futbolista es millonario. Y son contados con los dedos los jugadores que lo son. Conozco muchos casos del fútbol argentino que tenían que pagar el sueldo para pagar el alquiler, los gastos familiares. Quizás hay una visión porque se ve a Cristiano Ronaldo o jugadores que facturan la plata que facturan, se creen que todos son iguales y no es así.

Una postal de su paso por el Sub 20 (Foto: @rusorodriguezok)
Una postal de su paso por el Sub 20 (Foto: @rusorodriguezok)

— ¿No crees que el ambiente de los futbolistas también acentúa esas apariencias de que ganan mucho dinero? Uno va a un entrenamiento y se ven autos de alta gama, la ropa de moda, perfumes importados. Hay un estereotipo que alimenta ese mito

— Sí, creo que nosotros somos “parte de”. No es que el jugador tampoco es un santo, también genera. Muchas veces las declaraciones de los jugadores mismos –y me incluyo porque lo he hecho– hablando de que necesitamos ganar, de que el equipo tiene que ganar sí o sí... Entonces también terminamos dándole de comer a todo ese exitisimo que existe, que todos los equipos tienen que salir campeón y campeón sale uno solo. Entonces creo que también nosotros somos parte y creamos eso. Está bueno mostrar el otro lado, el que también sos una persona, que el jugador que ves en la cancha es padre, hermano o hijo de. Está bueno que se entienda que somos personas.

— ¿Creés que el futbolista vive en una burbuja, que no se da cuenta quizá del lugar de privilegio que ocupa?

— El jugador tiene que saber que por ahí vive un momento. No todos los jugadores tienen esa burbuja. Creo que sí, sabe. Si va a comer a la casa de un hermano o un amigo, no tienen esas mismas facilidades. El problema es cuando empiezan las juntas malas. Creo que ahí está el tema. El que se acerca y le empieza a intentar llenar la cabeza al jugador, o le dice “tenés que comprar esto, aquello, gastar en esto”, y ahí te metés en un problema. Por eso digo que el jugador debería llegar mejor preparado en todo sentido, para poder saber con quién poder hablar ciertas cosas y con quién no. Alejar a esa gente que por ahí es un poco tóxica. El jugador en general toma conciencia de que por ahí tiene una posición de privilegio. Muchas veces el ser ídolo para un nene se tiene que usar de buena manera, intentando dar el ejemplo en un montón de cosas, y no por ahí con una boludez queriendo mostrar algo material, como ha pasado, que muchos jugadores prefieren mostrar algo económico antes que mostrar que si uno trabaja, tiene compromisos, sus valores, que desde chico estás laburando y si vas por el camino correcto, podés superarte y hacer un montón de cosas. Depende lo que se quiera mostrar.

— ¿Hay muchas juntas malas en el fútbol? Esas moscas sobrevolando...

— Siempre hay, siempre hay... Pero creo que hay en todos lados, no solo en el fútbol. Creo que hay en todos los ámbitos. Después uno tiene que saber dónde, y creo que es como todo, esos buscas en el momento de gloria de algún chico van a aparecer, porque dicen “a ver si puedo picotear algo acá”. O a ver qué ventaja saco. No solo en Argentina, están en todos lados.

— ¿Fue muy difícil sobrellevar el día a día en el momento del descenso de Independiente?

— Sí, fue complejo. No sólo desde lo deportivo, que nos costó mucho. Lo extra deportivo era muy complejo. El club estaba con muchos problemas económicos, de infraestructura. Era todos los días lidiar con un problema distinto. Éramos un grupo de jóvenes con algunos jugadores de experiencia que hicieron que nosotros, los más chicos, no sintiéramos esa presión de esa manera tan grande.

— Omar de Felippe tiene fama de estricto para dirigir los planteles y algunas veces contaron que las charlas de él eran duras...

— Omar es un tipo muy frontal y a veces es duro. Los entretiempos de Omar era duros. Podía llegar a decirte frases que te quedaban grabadas, marcadas. Nos pasaba de ir en invierno a Villa Domínico, salíamos a entrenar y decíamos “el frío que hace”. Nos miraba y nos decía: “Frío hacía en las Malvinas eh...”. Me callaba la boca y decía “tengo que entrenar, no puedo decirle nada”. Con una sola frase nos dejaba diciendo “listo, no podemos decir nada, tenemos que seguir”.

Uno de los 9 goles que gritó con la camiseta de Independiente (FotoBaires)
Uno de los 9 goles que gritó con la camiseta de Independiente (FotoBaires)

— Llegaste a la pensión de Independiente con 14 años. En los últimos años se habló mucho de lo que pasó en esa pensión, pero también en muchas de las pensiones del fútbol argentino. ¿Te tocó vivir alguna situación extraña a vos durante esa etapa?

— Soy de Mar del Plata y tuve la suerte de ir y venir bastante, o venían mis viejos el fin de semana. Después de jugar, eran pocos los sábados que me quedaba en la pensión. En ese sentido se me hizo un poco más fácil porque siempre en la pensión pasan situaciones complejas de extrañar a la familia, a los amigos, es difícil irse a los 14 años de tu familia, de tus amiguitos y encontrarte en una pensión con todos chicos que no viste en tu vida, y de golpe estás compitiendo todos los días. También hay muchas historias buenas y uno se lleva amigos de ahí adentro.

— ¿Pero te tocó ver, conocer o vivir alguna situación extrema?

— No, en el momento que yo estuve realmente no. Vivimos situaciones en las que nos faltaban cosas porque el club estaba en un momento muy delicado y entonces nos pasó de estar dos meses en pleno invierno sin agua caliente, bañándonos con agua fría todos los días. Que son situaciones delicadas, sí, pero completamente diferentes.

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