Detrás de los mitos, de los campeones del mundo, hay historias de superación. Hombres que no solo se impusieron a contextos difíciles con la pelota en los pies. La Selección que le regaló a la Argentina su primer título del mundo vio cómo Américo Rubén Gallego y René Houseman le doblaban el brazo al destino.
"Yo soy de Morteros, Córdoba. Y a los dos años me fui a vivir a Rosario. De chico empecé a trabajar; fui verdulero, churrero, heladero… También trabajaba en una fábrica de ventiladores a la mañana. Y después me iba a Newell's a entrenar", narra el Tolo sobre los múltiples oficios que supo desempeñar. ¿Cómo después no se iba a transformar en un obrero del mediocampo?
"En los potreros poníamos dos ladrillos como arcos, a jugar. Y todos transpirados, sucios, íbamos a casa. Y ni me bañaba. Es que no tenía ducha y me tenían que tirar con el balde", transforma una carencia en ocurrencia el ex entrenador de River e Independiente.
La historia de René Houseman también supo de necesidades. Y en Alma de Potrero contó cómo consiguió retribuirle a su madre los sacrificios que había hecho por él cuando era un niño y lo que sobraban eran necesidades.
"Yo le dije: 'Estas piernas te van a salvar, mamá'. Tuve la suerte de comprarle la casa. La disfrutó tres, cuatro meses antes de irse. Pero eso no me lo quita nadie", describió, tocándose el corazón, el gran Loco. Una anécdota que, como su sello en Huracán, Excursionistas y la Selección, será eternamente imborrable.